Sorpresas nada sorprendentes
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Sorpresas nada sorprendentes
Los veteranos de la cumbre del clima afirmaron que las nuevas revelaciones minaban la confianza en la presidencia de la COP28 del sultán Al Jaber, en la foto. Foto: R Satish Babu/AFP/Getty Images

Nadie que haya seguido las negociaciones de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas Sobre el Cambio Climático, mejor conocida como COP, puede decirse sorprendido por la posición de los países petroleros – siempre atentos a defender a los combustibles fósiles-, pero ahí están las declaraciones de representantes europeos frente a la carta que envió el secretario general de la OPEP la semana pasada instando a sus miembros “a rechazar proactivamente cualquier texto o fórmula (bajo discusión en la COP28) que se centre en la energía, es decir, los combustibles fósiles en lugar de las emisiones.”

La ministra de Francia se pronunció desde Abu Dhabi, la sede de las negociaciones, “atónita” y “enojada”; la de España la encontró “repugnante”; al comisionado europeo para el clima le pareció “fuera de control, tan inútil, como no en sintonía con la situación del mundo.” Y así, por el estilo, más opiniones airadas fueron surgiendo entre los participantes de las negociaciones respecto a la nada sorprendente posición de la OPEP y de otros países cuyos ingresos y futuro dependen de los combustibles fósiles.

Las declaraciones de las ministras tienen sentido político -hay que atender a las masas, ganar puntos en las encuestas de opinión, mostrarse virtuoso ante una agenda tan importante como la del cambio climático-, y son con toda probabilidad sinceras. Pero si las ministras se hubieran presentado ante la COP28 anunciando desde ya un paquete de impuestos al carbono y estímulos a las energías limpias aprobados por los parlamentos de sus países para ser aplicados a lo largo de décadas, independientemente de lo que hicieran los demás, su muestra de compromiso con un nuevo sistema energético hubiera sido palpable e irrefutable. En su lugar, llegaron a negociar la reducción de emisiones de sus países condicionándola a que otros países la instrumenten al mismo tiempo. Es el mismo enfoque de los demás países que han participado en estas negociaciones desde el comienzo, el que ha determinado que los acuerdos sean voluntarios en lugar de obligatorios, y el que ha permitido que año con año, COP tras COP, se anuncien compromisos que prácticamente ningún país está listo a cumplir.

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Ejemplos de la distancia entre los discursos en la COP y los hechos sobran, pero baste con mencionar tres. Estados Unidos ha reforzado y multiplicado sus mensajes en contra de los combustibles fósiles, pero en los últimos quince años su producción de petróleo y gas ha crecido más que nunca en su historia moderna, hasta colocarlo como el mayor productor de combustibles fósiles en el mundo y uno de los grandes exportadores de petróleo y gas natural. Alemania ha invertido por décadas presupuesto público en el apoyo a las energías renovables, pero cada vez que ha encontrado una dificultad de suministro ha reactivado sus centrales eléctricas a base de carbón. China ha expresado simpatía por la reducción de emisiones, pero solo este año ha aprobado la construcción de centrales termoeléctricas (de carbón) con una capacidad agregada superior a la totalidad de las centrales de todo tipo instaladas en México hasta la fecha. Los discursos van y vienen mientras la producción y el consumo de petróleo, gas y carbón aumentan, las emisiones de carbono siguen acumulándose en la atmósfera y los registros de la temperatura global siguen rompiendo récords.

La eliminación de los combustibles fósiles implicaría, de entrada, una transformación sin precedentes del sistema de transporte mundial. Automóviles, camiones, trenes, barcos, aviones, equipos militares tendrían que electrificarse pronto y la electricidad que consuman debería provenir de energías renovables como la eólica y la solar. Lograrlo requeriría elevar el precio de los combustibles fósiles hasta el punto en que la gente preferiría sustituirlos con electricidad. Pero esto exigiría que las alternativas de transporte para los miles de millones de habitantes de bajo ingreso en el planeta fueran en efecto reales y asequibles. Las decenas de disturbios registrados en países de todos los continentes en protesta por el aumento en el precio de los combustibles son tan solo una prueba de que las condiciones no están dadas todavía para una sustitución masiva de combustibles fósiles por otras fuentes de energía.

No hay político dispuesto a sacrificar popularidad y crecimiento económico en el altar de la corrección climática. El costo sería sumamente elevado en el corto plazo y los beneficios se apreciarían en el largo plazo. Por eso las declaraciones como las provenientes desde Europa hay que tomarlas con un grano de sal, o bien, entenderlas como posibles para un continente cuya vocación económica se ha tornado a los servicios más que a la industria. En el resto del planeta, donde las manufacturas y las aspiraciones de ingresos mayores son la norma, no es tan fácil hablar del fin de los combustibles fósiles. He ahí el desafío de encontrar un denominador común entre los casi 200 países participantes que participan en las negociaciones de cambio climático.

La COP seguirá dando de qué hablar. Como mínimo, servirá para conocer las posiciones de los grandes protagonistas, hacer un recuento de lo que los científicos saben sobre el cambio climático y apuntar hacia donde deben dirigirse las políticas públicas. Será un gran logro el día que sus acuerdos lleguen a ser obligatorios.

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