Kissinger contenía multitudes
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Kissinger contenía multitudes
Fotografía de archivo, tomada en mayo de 2006, en la que se registró al exsecretario de Estado de Estados Unidos entre 1973 y 1977, Henry Kissinger, durante una conferencia, en Lisboa (Portugal). Foto: EFE/Andre Kosters.

El anuncio del Premio Nobel de la Paz de 1973 se publicó en las páginas de los diarios el 17 de octubre, el mismo día en que los ministros árabes negociaban en Kuwait los pormenores del embargo petrolero a Estados Unidos y sus aliados, cuyos detalles se conocerían al día siguiente. En la primera plana del New York Times figuraba junto a ese anuncio la oferta de Anwar Sadat desde Egipto para pactar una tregua con Israel en las líneas de la frontera previa a la guerra de 1967, enfatizando que su propósito no era aniquilar Israel, sino recuperar su territorio perdido. A un costado, el reporte del discurso de Golda Meir al parlamento israelí destacaba que su objetivo seguiría siendo derrotar al enemigo. Y puede leerse en el resto de la plana que había disputas en el gabinete del presidente Richard Nixon respecto a la política hacia la Unión Soviética, que por primera vez la ciudad de Atlanta había elegido a un alcalde negro -el primero en todo el sur de los Estados Unidos-, que la edición 70 de la Serie Mundial de béisbol se llevaría a cabo entre los Mets y los “Oakland A’s” y que el Obispo de Brooklyn sugería a los candidatos a la alcaldía de Nueva York dejar de enfocarse solamente en Manhattan.

En ese complejo entorno de víspera de crisis petrolera, continuación de la guerra en Medio Oriente y las preocupaciones raciales y deportivas de Estados Unidos, la presidente del comité de selección del Premio Nobel de la Paz explicaba desde Oslo que Henry Kissinger y Le Duc Tho merecían el galardón por negociar el acuerdo de cese al fuego de Vietnam, alcanzado nueve meses atrás en París después de tres años de negociaciones. La Sra. Aase Lionaes reconocía en su mensaje que el acuerdo de los premiados no había logrado su objetivo de poner fin a las hostilidades, pero el comité estimaba que el compromiso de ambos diplomáticos ameritaba el reconocimiento porque la conclusión de sus negociaciones había traído “una oleada de alegría y esperanza por la paz alrededor del mundo”.

Las hostilidades no solo continuaron; concluyeron año y medio después con el triunfo del Vietnam del Norte contra Vietnam del Sur, el aliado de Estados Unidos, y las históricas imágenes de la apresurada evacuación de Saigón vía helicóptero de personal civil y militar norteamericano en abril de 1975. No fue la primera vez ni la última que el Premio Nobel de la Paz parecía descontextualizado.

Si el galardón hubiera sido anunciado un mes atrás, en septiembre de 1973, la nota habría convivido con una oleada anímica diferente: la de tristeza y desesperanza que siguió al golpe militar en Chile y acompañó a otros golpes similares en Latinoamérica durante la década de los 70s. La sombra de Kissinger cubrió los acontecimientos en Chile de principio a fin. Entre otras perlas nada pacifistas, los documentos desclasificados de la era revelan a un Kissinger que apenas ocho días después de la elección de Allende en septiembre de 1970, conversaba telefónicamente con el director de la CIA sobre la posibilidad de un golpe preventivo para “evitar que Chile se vaya por el caño”.

Su segundo en el Consejo de Seguridad Nacional le señaló a Kissinger la incompatibilidad de esta orientación de política exterior y los valores que Estados Unidos promovía en el mundo: “Lo que proponemos (en Chile) es evidentemente una violación de nuestros propios principios… Si estos principios tienen algún significado, normalmente nos apartamos de ellos sólo para afrontar la amenaza más grave para nosotros, por ejemplo, para nuestra supervivencia. ¿Es Allende una amenaza mortal para la humanidad? ¿Estados Unidos? Es difícil argumentar esto”.

Con todo, Kissinger presionó al presidente Nixon para derrocar a Allende porque “el ejemplo de un gobierno marxista electo exitoso en Chile seguramente tendría un impacto -e incluso un valor precedente para- otras partes del mundo, especialmente en Italia; la propagación imitativa de fenómenos similares en otras partes afectaría a su vez significativamente el equilibrio mundial y nuestra propia posición en ello.” Al día siguiente, Nixon, convencido de la teoría de dominó de Kissinger, fijó en una junta del Consejo de Seguridad Nacional el objetivo de su gobierno respecto a Chile: derrocar a Allende.

Kissinger visitó Chile un par de veces en los años subsecuentes. A pesar de la montaña de evidencia sobre las violaciones a los derechos humanos cometidas por la junta militar, tuvo ocasión de esquivarlas. En una reunión de 1975, justo en la cima de las atrocidades del régimen de Augusto Pinochet, Kissinger comentó socarronamente al canciller chileno, el almirante Patricio Carvajal: “Leí el documento informativo de esta reunión y no era más que de Derechos Humanos…El Departamento de Estado está integrado por personas que tienen vocación para el ministerio. Como no hay suficientes iglesias para ellos, entraron al Departamento de Estado”. Al año siguiente, Kissinger le confirmó a Pinochet: “En Estados Unidos, como usted sabe, simpatizamos con lo que usted intenta hacer aquí. Queremos ayudarlo, no socavarlo. Usted hizo un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende”.

¿Con cuál Kissinger quedarse? ¿Con el de la pírrica paz en Vietnam o el hostigador del golpe militar en Chile y el apoyo tácito a la violación sistemática de derechos humanos? ¿Con el estratega del acercamiento de Estados Unidos con China y la distención con la Unión Soviética, incluido el pacto para controlar armas nucleares, o con el promotor del secreto bombardeo en Camboya y facilitador de la crisis humanitaria en Bangladesh y de la invasión de Indonesia a Timor del Este? ¿Fue un estadista, un criminal de guerra, las dos cosas? La respuesta no es sencilla e involucra valores éticos frecuentemente incompatibles. La promoción simultánea de la seguridad nacional y los derechos humanos, por ejemplo, enfrenta fricciones en el quehacer cotidiano de la política exterior. Israel enfrenta esta dificultad en su actual guerra con Hamás, pero cualquier líder de un país inmerso en guerras de supervivencia se enfrentaría al mismo dilema.

En la visión de la realpolitik de Kissinger, al estilo de Maquiavelo, era válido supeditar valores éticos a las razones de estado, como fuera que las entendiera el líder en turno. En este caso, el estado en cuestión era una superpotencia de alcance global inmersa en una competencia ideológica, económica y militar con la Unión Soviética. Kissinger estimó en los hechos, de la misma manera que Nixon, que Estados Unidos debería estar dispuesto a sacrificar vidas de extranjeros para defender los intereses estadunidenses. Si el sacrificio provenía de acciones militares o promotoras de la subversión, si era resultado de combate legítimo o la tortura, era menos relevante. Lo que ocurriera en los procesos políticos internos de otras naciones era sucedáneo al objetivo más amplio de mantener la ventaja estratégica de Estados Unidos frente a su adversario en la Guerra Fría. La paz en Vietnam y el golpe en Chile entraron en esa lógica, como la gran mayoría de las acciones de política exterior estadunidense de la era en Latinoamérica, Asia y Medio Oriente, en las que la soberanía de Estados Unidos se superponía a la soberanía de los demás estados.

En numerosas entrevistas posteriores a su salida como secretario de estado, Kissinger evitó tratar el tema de crímenes de derechos humanos en detalle. En una que otorgó para un documental de la televisión alemana en 2008 dijo que era fácil tomar una cita aislada de una grabación telefónica, como las muchas que él sostuvo con Nixon y con sus colaboradores, y sacarla de contexto para afirmar que se trataba de un crimen. Sus críticos, sugería implícitamente, no estaban siendo justos. Pero la evidencia disponible no apunta a exabruptos telefónicos aislados provocados por el estrés del momento, sino a un conjunto de enunciados y acciones donde las razones de estado de Estados Unidos iban primero que las de todos los demás, y en las que los derechos humanos, que no deberían ser negociables, quedaron una y otra vez en un lugar secundario.

Como sea, es innegable que hay una tensión perenne entre los objetivos y valores morales que fundamentan la política exterior de cualquier país, y que esa tensión no siempre es identificable a primera vista, mucho menos salvable. En su libro Does America Need a Foreign Policy? (¿Necesita Estados Unidos una Política Exterior?), Kissinger observó: “El hecho de que existan límites a la aplicabilidad de un principio de política exterior no invalida, por supuesto, su relevancia en casos particulares. Sin embargo, sí requiere que Estados Unidos comprenda la relación entre los principios morales y la política exterior cotidiana. Los principios morales son universales y atemporales. La política exterior está limitada por las circunstancias; es, como señaló Bismarck, “el arte de lo posible”, “la ciencia de lo relativo”.

En ese relativismo que podía sacrificar valores universales al dictado de la circunstancia osciló la política exterior de Kissinger, un personaje de gran consecuencia para el curso de la Guerra Fría, un pensador de primer orden, y a quien sin duda aplicaría la famosísima máxima de Walt Whitman: “¿Me contradigo? / Muy bien, entonces me contradigo, / (soy grande, contengo multitudes.)”

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