Los tres niveles del conflicto en Medio Oriente
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Los tres niveles del conflicto en Medio Oriente
Foto: EFE

El conflicto entre Hamás e Israel opera en tres niveles. El primero es estrictamente bilateral, si así puede llamarse a la larga cadena de desencuentros entre palestinos e israelíes. Involucra cuando menos pugnas territoriales y religiosas entre un estado (Israel) y una nación (Palestina) que aspira a tenerlo. La incapacidad de la diplomacia para aportar acuerdos duraderos y creíbles ha abierto el paso a las protestas callejeras palestinas, las represalias israelíes, el comportamiento oportunista de ambos en contra de un acomodo y, con insistente retorno, al terrorismo.

El segundo nivel es regional. Israel, los países árabes e Irán conviven en un tenue equilibrio entre la violencia y la calma, condicionado por pugnas más religiosas e ideológicas que territoriales, en el caso de países árabes, aunque las últimas sin duda cuentan. Desde Líbano hasta Yemen y a ambos costados del Mar Rojo y el Golfo Pérsico, los diferendos surgen, según el caso, entre musulmanes y judíos; musulmanes sunitas y musulmanes chiítas; árabes y judíos seculares y religiosos; árabes, persas e israelíes; etnias y tribus de estirpe diversa; capitalismo y socialismo (hasta el fin de la Guerra Fría, pero con resabios en el presente); democracia, teocracia y dictadura.

A pesar de las apariencias, más árabes e iranís han muerto en guerras entre sí que durante las registradas entre Israel, países árabes y los palestinos. Pequeñas variaciones en el poder militar y económico y en las percepciones de los líderes regionales sobre las capacidades de sus vecinos resultan tarde o temprano, y de manera periódica, en guerras frías como la saudí-iraní o calientes como la iraquí-iraní.

El tercer nivel corresponde a la política mundial, o al ámbito de la geopolítica que da origen al cálculo estratégico de las grandes potencias para asegurar ventaja o preeminencia en la carrera por fijar las reglas del intercambio político y económico internacional. En esa carrera, la energía es clave y en Medio Oriente están en juego el acceso al petróleo y el tránsito intercontinental de mercancías. Para las potencias es fundamental establecer alianzas privilegiadas con los países de la región con el propósito de asegurar su propio suministro de hidrocarburos y evitar que otras potencias intenten bloquearlo. La profundización de relaciones financieras y comerciales, pero especialmente la renovación continua de la autorización para construir y operar bases militares para defender territorios y patrullar los mares, son ejemplos de estas alianzas. Estados Unidos tiene alrededor de 50 mil soldados destacados en la región, casi todos en el Golfo Pérsico, pero pueden encontrarse soldados, naves, aviones y armas de Reino Unido, Francia y Rusia, así como financiamiento de aliados otras regiones.

Desafiar este orden global ha requerido perturbar el delicado orden regional azuzando pugnas locales o bilaterales con el fin de despojar a cualquiera de las potencias del acceso o control de las rutas del petróleo y el comercio. Durante la Guerra Fría, Medio Oriente fue el teatro de múltiples enfrentamientos entre aliados de Rusia y Estados Unidos respectivamente, revestidos de demandas y causas religiosas, ideológicas y territoriales propias de la región, que servían a su vez para extender la causa de alguno de los dos líderes del concierto bipolar. No es posible entender los conflictos en Medio Oriente sin la dimensión regional y global, ni viceversa.

¿Llegará la paz a Medio Oriente? En vista de que la región es teatro de conflictos que se desarrollan en tres niveles y múltiples combinaciones de valores, es poco probable que aparezca una solución puramente diplomática o a partir del surgimiento de nuevas normas e instituciones que terminen de una vez por todas de persuadir a los líderes de que la convivencia pacífica es la única ruta. Esta última sería la ideal para los llamados “liberales” de la política internacional, que encuentran en las posibilidades del diálogo y la cooperación institucional la manera de fomentar la paz.

Pero Medio Oriente se parece más a la Europa del siglo 17, con sus guerras religiosas y batallas territoriales inconclusas, que al concierto de la Unión Europea del siglo 21, donde conviven democracias con valores compartidos y economías integradas. Las democracias rara vez van a la guerra contra otras democracias; las dictaduras y las teocracias son propensas a la violencia. La paz de las democracias europeas demoró siglos hasta instalarse después de cruentas guerras de época.

La fuerza militar, o más precisamente, la distribución de poder militar y económico entre los países de la región, complementada por el poder militar y económico que las potencias extrarregionales sean capaces de proyectar en la región (a través de bases militares, acuerdos económico financieros y demás), será la que determine si seguiremos viendo conflictos sin resolución, guerras de desgaste o, en el escenario ideal, un acuerdo por la paz duradera.

Referirse a la distribución del poder remite a las opciones evaluadas por la escuela “realista” de las relaciones internacionales. Si hay balance de poder, dice una vertiente teórica, las condiciones estarían dispuestas para la paz porque ninguna potencia agresora encontraría condiciones para el éxito bélico frente a una coalición de países que la contrarrestara. La vertiente contraria afirma, en cambio, que el balance de poder propicia la guerra más que la paz: la competencia ocurre entre pares con fuerzas balanceadas, no cuando una potencia tiene un poder apabullante sobre todas las demás. Bajo ese otro escenario, el poder hegemónico no sería desafiado y podría imponer el orden sobre todos los demás.

En Medio Oriente no hay preponderancia ni hegemonía de un poder que imponga el orden a los demás y, donde la hay localmente, como en el caso de Israel frente a Palestina, no ha tenido el efecto disuasor esperado, en gran medida porque el conflicto de Israel con Hamás no pone a dos ejércitos frente a frente, sino a un ejército frente a un grupo terrorista con tácticas de guerrilla. En conflictos asimétricos de este tipo, la lógica del balance o la preponderancia se enfrentan a sus límites. Napoleón Bonaparte tendría algo que contar algo sobre eso de su aventura española, como Lyndon B. Johnson de sus tribulaciones en Vietnam.

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