La guerra en Medio Oriente y la transición a un nuevo orden internacional
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

La guerra en Medio Oriente y la transición a un nuevo orden internacional
Foto: EFE

A más de tres semanas de las horrendas atrocidades cometidas por Hamás en Israel, la narrativa sobre los objetivos de Hamás puede resumirse en cuatro argumentos.

Primero, fue una edición mucho más cruenta del perenne rechazo de esa organización terrorista islámica frente a la política de ocupación israelí, con sus asentamientos crecientes en Cisjordania y el encierro de la franja de Gaza. El pueblo palestino comparte un rechazo similar a la ocupación, pero desaprueba a Hamás con todo y sus métodos y no es responsable por las acciones de Hamás.

Segundo, fue una manera de descarrilar el proceso hacia un acuerdo entre Arabia Saudí e Israel para el establecimiento de relaciones diplomáticas, que hubiera relegado a un lejano nivel de prioridades las demandas territoriales palestinas, entre otras, y que hubiera fortalecido la alianza saudí-estadounidense frente a la amenaza de Irán.

Tercero, fue un virtual ataque indirecto de Irán, que comparte con Hamás y Hezbolá el objetivo de desaparecer a Israel de la faz de la tierra. No hay indicios de que Irán haya participado en esta operación, pero Irán la ha apoyado con sus declaraciones y lleva años entrenado a milicias de Hamás y Hezbolá.

Y cuarto, es una masacre de odio antisemita, una trampa calculada para generar el máximo horror y provocar la máxima respuesta israelí con el fin de empantanarlo en una guerra sin una salida moral sencilla y destinada a minar la simpatía hacia la causa israelí.

De los cuatro argumentos, todos merecedores de atención, los dos que se refieren a Irán (como opositor del acercamiento saudí-israelí y facilitador de Hamás y Hezbolá) apuntan hacia la incógnita que se ha venido instalando desde hace una década sobre si estamos frente al gradual resquebrajamiento del orden internacional sostenido por Estados Unidos y sus aliados en Europa y Asia; un orden predominantemente político y económico, pero también social y cultural.

Con acciones como la de Hamás contra Israel, Irán y otros países opuestos a Estados Unidos estarían obteniendo información valiosa sobre el compromiso norteamericano con la defensa del arreglo mundial posterior a la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS. Irán, Rusia y China preferirían un orden internacional menos condicionado por las preferencias anglosajonas y más amigable con un modelo alternativo para la política y la economía.

Las primeras fisuras en el liderazgo del modelo norteamericano aparecieron hacia 2010, como resultado del fracaso de la costosa ocupación estadunidense en Irak y del modelo de desregulación que dio origen a la crisis financiera en 2008. Combinados con los efectos de la expansión económica de China, ambos derivaron en una mayor polarización política interna y en un repliegue de la política exterior de Estados Unidos, especialmente a partir de la elección de Donald Trump. Aunque la administración de Joe Biden ha revertido el enfoque aislacionista y nativista de Trump, nada garantiza que este cambio sea perdurable.

En las fronteras de la influencia estadounidense en Europa, Medio Oriente y Asia las actitudes y acciones desafiantes al orden estadounidense siguen acumulándose. Si Kosovo más de 25 años atrás fue un preludio ocasionado por el fin de la Guerra Fría, eventos como el posterior colapso de Irak, la guerra civil en Siria, el terrorismo de ISIS, la toma rusa de Crimea y posterior invasión a Ucrania, el cuestionamiento sobre el control en el Mar del Sur de China, son la entrada en un nuevo teatro en el que Estados Unidos se topa con los límites de su capacidad para influir sobre los procesos políticos en otras regiones. Un ejemplo de lo último fue la inesperada pifia de Barak Obama de trazar una línea roja que Siria cruzó sin consecuencias durante su guerra civil. No está claro hasta donde irá Estados Unidos si el conflicto Hamás-Israel se expande, pero la presencia de dos portaviones, uno en el Mediterráneo y otro el Golfo Pérsico, con todo y su flota asociada de naves de guerra, indica que está buscando circunscribir el conflicto a las dos partes en guerra.

Como ocurre ahora en Medio Oriente, no sorprendería una multiplicación de conflictos en las fronteras del anillo de contención occidental frente a Rusia, China e Irán. Ese anillo comienza en el Báltico, baja a Medio Oriente, se extiende por la India y el sudeste asiático y termina en Japón. A lo largo de esa ruta hay aliados y bases militares norteamericanas y europeas resguardando el orden establecido. Si Rusia triunfa en Ucrania, bien puede ser la antesala de la desestabilización del orden en el Báltico y por extensión de Europa. La tensión crece en los Balcanes, siempre ligados a los procesos políticos europeos. En Nagorno-Karabaj ha ocurrido el equivalente de una limpieza étnica frente a la cual occidente apenas ha reaccionado. En Asia se vuelve cada vez más complejo el cálculo estratégico de las políticas exteriores (así, en plural) y se multiplican los desafíos en el discurso y en el terreno sobre el orden actual.

No sabemos si el conflicto actual crecerá hasta involucrar a más países en Medio Oriente, pero se trata sin duda el escenario a evitar. Como sea, es un indicio de que el desafío al orden regional e internacional actual está en marcha. El orden que termine surgiendo requerirá un reacomodo entre EUA y China, reforzado por la UE, India y Rusia.

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