Restablecer la disuasión
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Restablecer la disuasión
Foto: EFE

De entre los términos que cobraron primacía a partir de las atrocidades cometidas por Hamás en Israel, el de “reestablecer la disuasión” quizá sea el más intrigante, no por nuevo, sino por sus consecuencias y por ser inevitablemente maleable dada la enorme variedad de escenarios para su aplicación. Los gobiernos de Israel lo han usado prácticamente desde el inicio de su existencia como guía cada vez que algún estado o grupo terrorista ha resuelto atacar su país violentamente, algo que ocurre cuando menos una vez por década. En Estados Unidos, se aplica continuamente en los análisis de estrategia global para ordenar ideas y acciones con el fin de (intentar) persuadir a algún líder de un país o movimiento considerado enemigo de que se retracte de alguna acción hostil y no piense nunca más en llevarla a cabo de nuevo, como cuando el ejército de Irak invadió Kuwait o diecinueve terroristas tuvieron a bien estrellar un par de aviones en las Torres Gemelas. En Europa, los miembros de la OTAN discutieron ampliamente el tema cuando Rusia invadió Ucrania.

El Diccionario de la Real Academia Española define “disuadir” como “inducir o mover a alguien a cambiar de opinión o a desistir de un propósito”. El Diccionario del Español de México sugiere que este verbo transitivo es aún más fuerte: no solo se trata de inducir, sino de “convencer a alguien para que cambie de opinión o su forma de actuar, o para que se desista de un propósito”. Y el de Oxford Languages, la referencia base de Google, propone con todavía mayor claridad que consiste en “convencer (con argumentos o por la fuerza de los hechos) a una persona para que cambie su manera de actuar, pensar o sentir”.

Entre la definición mínima de la Real Academia y la más extensa de Oxford Languages se recorre un gran trecho. La disuasión (“acción y efecto de disuadir”, Real Academia dixit) no solo exige convencer por la fuerza o con la razón a alguien de que cambie su forma de actuar, algo concreto y observable, sino que requiere que cambie su manera de opinar, pensar o sentir, conceptos solo observables si se materializan en acciones. Disuadir a plenitud involucraría al cuerpo, la mente, el corazón, por no agregar el alma. Alcanzar todo al mismo tiempo es tan difícil que los diccionarios se refieren a lo uno o lo otro, no necesariamente a todos, como propósitos de la disuasión.

¿Podrá Israel reestablecer la disuasión limitada o ampliada, corta o duradera, con las acciones que hoy lleva a cabo en Gaza? ¿A quién o quiénes podrá convencer de desistirse de qué acciones, opiniones, pensamientos o sentires la nueva ocupación de Gaza con todo y sus más de 11 mil muertos (y contando)? Thomas Friedman, el laureado columnista del New York Times ha sugerido que al mostrarse todavía más loco que Hamás, Israel estaría buscando dejar claro que nada lo detendrá en la defensa de su territorio y sus ciudadanos, y que está dispuesto a casi todo en el logro de este fin. Pero Friedman también ha advertido que una estrategia como ésta conducirá, en mi interpretación, a un problema de disuasión aún mayor, pues la invasión a Gaza podrá lograr a enorme costo el cometido de eliminar la capacidad de ataque de Hamás pero reforzará la animadversión del mundo árabe y de Irán hacia Israel. Este último habrá reestablecido la disuasión en el campo de batalla temporalmente sin haber convencido a ciudadanos, gobiernos y terroristas de todos esos países a aceptar su existencia, la convivencia pacífica y la cooperación, ideales del liberalismo moderno.

Aunque Israel ha obtenido la paz con Egipto y Jordania, normalizado relaciones con Emiratos Árabes Unidos y Baréin, y avanzado sorpresivamente en el mismo sentido con Arbia Saudí, la posibilidad de la guerra permanece latente con Siria e Irán y sus aliados como Hamás, Hezbolá y los rebeldes hutíes de Yemen. A estas alturas, debe estar disipada cualquier duda para los vecinos de Israel de que responderá de manera masiva a las agresiones, pero subyace la incómoda percepción, o la incómoda seguridad, de que esos vecinos sienten menos entusiasmo por la paz con Israel, especialmente ahora.

La disuasión última radica en las mentes de las personas tanto o más que en los armamentos de los ejércitos. Los cálculos costo-beneficio sobre las posibilidades de la victoria en el campo de batalla son apenas el comienzo. Muchas hostilidades en la historia comenzaron no por falta de evidencia sobre las capacidades bélicas del enemigo, como las apabullantemente superiores de Israel sobre Hamás sino por una percepción errónea de sus intenciones o su disposición para la defensa. Robert Jervis, el gran teórico de las relaciones internacionales, observó hace 40 años en un artículo clásico que “a menos que los estadistas entiendan las formas en que sus contrincantes ven el mundo, es probable que sus políticas de disuasión fracasen”. Suena obvio, pero el conflicto de Israel con Hamás ha puesto en evidencia que no lo es.

Síguenos en

Google News
Flipboard