Centralización: Un golpe letal al Sistema de Salud
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Médico cirujano con más de 30 años en el medio y estudios en Farmacología Clínica, Mercadotecnia y Dirección de Empresas. Es experto en comunicación y analista en políticas de salud, consultor, conferencista, columnista y fuente de salud de diferentes medios en México y el mundo. Es autor del libro La Tragedia del Desabasto.

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Centralización: Un golpe letal al Sistema de Salud
La Secretaría de Salud de CDMX y la UNAM descartaron que exista un alto nivel de hospitalizaciones por casos de Covid-19. Foto: Gobierno de la CDMX

En las pasadas semanas, el Gobierno Federal propinó lo que puede describirse como el último golpe a la demolición del sistema de salud de México como lo conocemos.

Desde el fracaso del INSABI, pasando por la afiliación cuasi obligatoria de los estados al IMSS-Bienestar y el reciente decreto para tomar el control de los recursos de la salud a nivel nacional, lo que se ha buscado es desmantelar a las Secretarías de Salud en cada uno de los estados. Los pocos que resistieron los embates iniciales, ahora son literalmente ahorcados y paulatinamente se les dejará sin recursos por lo que, eventualmente, se verán obligados a capitular.

La razón es tan simple como maligna: a esta administración no le gusta que los ciudadanos, los gobiernos locales o las entidades federativas decidan sobre su vida.

Con el engañoso nombre de “federalización del sistema”, lo que el Presidente está buscando es hacerse de la totalidad de los recursos incluyendo, con ello, la toma de decisiones sobre la salud en todo el país que serán tomadas desde Palacio Nacional.

El que López Obrador utilice falsamente el término de federalización, no es un tema menor. Cualquiera sabe que “federalizar” implica exactamente lo contrario. Federalizar es darle el poder a cada uno de los miembros de una federación; en el caso de México y según la Constitución, a los estados libres y soberanos.

Para efectos de mi columna, y de nuestro sistema de salud, debemos referirnos a la federalización como lo que es: el control y manejo (libre y soberano) de los recursos, por cada una de las entidades, mientras que a lo que la “4T” está llevando a cabo, como una simple y vulgar centralización de recursos y toma de decisiones.

No es ningún secreto que lo que el jefe del Ejecutivo ha buscado desde el inicio de su mandato, es un control absoluto del gobierno en general y, con ello, del sistema de salud. Un regreso a los años del control centralizado férreo de las épocas del echeverrismo y un guiño (o abrazo) a los sistemas socialistas de control central.

En un país de más de 120 millones de habitantes que es la décimo tercera economía del mundo y con una extensión territorial de caso 2 millones de kilómetros cuadrados, el tener un control central de las decisiones y el presupuesto en salud, es un verdadero absurdo.

La semana antepasada tuve el gusto de participar en el Congreso: “Un Sistema de Salud Basado en Valor, hacia 2043”, organizado por la Academia Nacional de Medicina de México y un grupo de destacadas autoridades en el campo de la salud, coordinadas por el Dr. Enrique Ruelas.

En el evento, en el que participaron ponentes de diferentes países, pudimos escuchar las posturas de expertos de cada nación como: Dinamarca (sí, la verdadera Dinamarca), Suecia, Canadá, Colombia, Chile y Gran Bretaña; de estos países, solo este último tiene un control central de la salud lo que, curiosamente, les ha pasado recientemente la factura en términos de ineficiencias en la atención, cuellos de botella, problemas de financiamiento, mayores tiempos de espera y, lo más importante, insatisfacción de los usuarios.

Pero ¿por qué es necesario contar con una verdadera federalización de la salud en México? La evidencia internacional coincide en varios puntos:

Primeramente, un sistema (realmente) federalizado permite una mayor adaptación de los servicios de salud a las necesidades específicas de cada región o comunidad. Esto es crucial en países, como México, donde la diversidad geográfica, económica, cultural y hasta climatológica es significativa y donde las condiciones de salud y prevalencia de enfermedades, así como las determinantes sociales de la salud, pueden variar significativamente de un lugar a otro.

En términos de velocidad de acción, la descentralización facilita una respuesta más rápida y eficaz a emergencias de salud pública, ya que las autoridades locales pueden actuar inmediatamente sin esperar directrices del gobierno central; cosa que, por cierto, es contraria a los postulados del gobierno actual, quien es un firme creyente en la rectoría del estado en cada una de las decisiones, por pequeñas que estas sean.

La federalización permite una asignación de recursos más eficiente, alineando el gasto con las prioridades y necesidades locales. Esto puede llevar a una utilización más racional de los recursos disponibles, evitando el despilfarro y mejorando la cobertura y calidad de los servicios.

Las entidades federativas tienen la capacidad de innovar y probar diferentes modelos de atención y gestión en salud, adoptando las prácticas más exitosas y adaptándolas a sus contextos específicos. Este ha sido el caso con estados como Nuevo León, Guanajuato, Querétaro y Jalisco, donde se han buscado, negociado y logrado esquemas interesantes de colaboración público-privada, adopción de nuevas tecnologías o telemedicina, en beneficio de la población. Todos estos avances potencialmente se perderán a partir de ejecutarse un control centralizado, no solo de los recursos, sino de las ideas.

Un sistema de salud federalizado promueve una mayor participación de las comunidades y gobiernos locales en la planificación y gestión de la salud, lo que puede aumentar la aceptación y adecuación de los servicios. A su vez, la cercanía de las autoridades de salud con la población -cuando estas son realmente honestas y hay buen gobierno- facilita la rendición de cuentas y mejora la transparencia en el manejo de los recursos, ya que es más fácil para los ciudadanos supervisar y evaluar la gestión local.

Una verdadera federalización puede, además, generar una competencia saludable entre estados o regiones por ofrecer mejores servicios de salud, lo que a su vez puede derivar en mejoras en la calidad y eficiencia.

Una descentralización administrativa permite una gestión más cercana y menos burocrática de los servicios de salud, adaptando los procesos administrativos a las realidades locales y mejorando la satisfacción tanto del personal de salud como de los usuarios. En contraste, el efecto inverso comenzó ya a padecerse desde la implementación del INSABI como administrador de los insumos para la salud, en las que la decisión de ignorantes burócratas hacía llegar insumos innecesarios a las unidades de salud, dejando a un lado los medicamentos o dispositivos, que los médicos o los pacientes requerían con urgencia.

Ahora bien, la administración centralizada de los sistemas de salud puede derivar en varios problemas cuando no se gestiona eficientemente y no son pocos los ejemplos de situaciones y países donde este esquema ha tenido como consecuencia una mala administración, ineficiencias significativas, sobrecostos, opacidad y corrupción. Sobre estos países y sus grandes errores, producto de una visión centralista, hablaré en la próxima columna.

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