Un día sin Carlos Slim
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Un día sin Carlos Slim
Foto: Roberto Vargas

El teléfono de casa de mi madre, una línea de Telmex que tiene 39 años de existencia, estuvo casi una semana fuera de servicio. Tampoco funcionaba el internet. Afortunadamente en casa tenemos otra red y otro servicio de telefonía (además de los celulares), indispensables, porque desde hace dos años trabajo completamente en casa. El miércoles por la mañana pensaba en la conveniencia de dejar de pagar Infinitum, cuando una pequeña duda me dejó una inquietud que me quitó el sueño (¡Cuando no!): ¿habrá algún día de mi vida en que no le haga ganar un peso al señor Carlos Slim?

Hace años que no tengo un despertador en el buró, pero casi todos los días abro los ojos cuando suena la alarma de mi teléfono celular, de Telcel, por supuesto. Tengo contratado un paquete de datos desde hace años, por lo que difiero el costo del aparato durante 15 meses: ¡nunca he comprado (ni compraré) un teléfono celular!

Mientras revisaba noticias en mi teléfono, giré a la derecha de mi cama: ¡todo México es territorio Telcel menos esa breve franja de mi recámara, donde un mínimo movimiento me puede dejar desconectado durante horas! Justo ahí, en esa pared hay un mueble que contiene unos dos mil discos compactos, un centenar de películas y una cantidad importante de revistas compradas por mi hermano Iván y yo. ¿Cuántos de esos CD, incluyendo los de los antiimperialistas Napalm Death, compré en una tienda MixUp?¿Cuántas de esas Uncut, CMJ New Music Montly, R&R, Total Guitar, La Mosca, Gatopardo o Rolling Stone fueron compradas en una tienda Sanborns?

El centro del universo

Recuerdo el Sanborns de Villa Coapa, al que nunca le han hecho una remodelación y ahora parece una sucia mancha en una zona llena de modernos centros comerciales, como el punto neurálgico de mi vida social a finales de los 80, cuando allá en el sur profundo Pericoapa era un tianguis de fayuca y no existía ni siquiera Galerías Coapa. Ahí iba a ojear las revistas Circus y Hit Parader, lo más metalero que llegaba a México por aquellos años, aunque ocasionalmente encontraba la Metal Hammer gringa, nunca la británica. En la cafetería de esa tienda fueron mis primeras citas amorosas; su bar fue a uno de los primeros que entré y su baño era obligado, porque me daba asco entrar al de la prepa. Los baños de los Sanborns son un clásico y siempre tengo en mente una tienda cercana a los lugares por donde me muevo. Uno nunca sabe.

Aunque podría prescindir de su menú por el resto de mi vida, debo reconocer que a veces me gusta ir a tomar su café quemado y a comer sus inigualables enchiladas suizas, como el domingo pasado. A una cuadra de casa tengo una sucursal de Inbursa, lo que es un alivio cuando me da flojera caminar al centro comercial (su comisión por disposición es de las más bajas del mercado). Una de mis primeras tarjetas de crédito fue de ese banco y también tuve una cuenta de ahorros. Cuando comencé a trabajar como reportero, saqué una tarjeta departamental de Sears. Mis primeros trajes y alguna que otra camisa eran de una marca que sólo vendían ahí: JBE (J.B. Ebrard) y aunque nunca fui fan de los zapatos Domit, los últimos de vestir que compré fueron de esa tienda.

A Carlos Slim lo he visto dos veces de cerca, ambas en el palco de directivos del estadio Olímpico Universitario, al que Ángel Dehesa nos invitaba cuando don Germán se mostraba indispuesto para ir a ver a sus Pumas, ese equipo que bajo la batuta de Arturo Elías Ayub, yerno del ingeniero, ganó aquel recordado bicampeonato en 2004. La verdad, sí era una especie de orgullo que uno de los hombres más ricos del mundo vistiera la camiseta de mi equipo.

La técnica de Telmex vino el jueves a restaurar el servicio y el internet corre como un avión. Me quedo con el servicio de Infinitum. En realidad, no tengo mucho que reclamarle al ingeniero Slim, salvo que no haya rescatado a Pumas antes de que ese equipo perdiera la identidad.

En el libro Carlos Slim Helu. Una biografía, de Alejandro García encontré una frase que, palabras más, palabras menos, dice así: “el trabajo bien hecho es, además de una responsabilidad social, una necesidad emocional”. Completamente de acuerdo, ingeniero.

PD: un agradecimiento especial a Ángela Segura por compartirme los recuerdos de su “relación” con las empresas de Carlos Slim.

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