Una ducha para el ‘Vasco’
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Una ducha para el ‘Vasco’
Foto: Roberto Vargas

– ¿Votaste?, le pregunto.

– Claro, responde.

– ¿Por quién?

– Por Claudia, no había otra, dice convencido.

El “Vasco” apareció hace dos años por la colonia Avante, en Coyoacán, y por lo menos cuatro días a la semana, cuando camino rumbo a mi entrenamiento de crossfit, lo encuentro sentado sobre la banca de una parada de camión, al lado de un puesto de tortas. Sólo una vez lo he visto borracho, haciendo desfiguros.

“¡No me dejo, no me dejo, no me dejo!”. Levanta la voz mientras azota los puños sobre la mesa. “A veces me compro un ‘tonayán’ para aguantar el frío, pero no soy ni borracho ni drogadicto”.

Dice ser contador titulado, que trabajó como auditor para Multibanco Comermex, que tuvo dos hijas a las que cuidó cuando su ex mujer se volvió alcohólica y que siempre votó por los candidatos que consideró que harían lo mejor por México. El país que siente que le volteó la espalda.

Esta mañana viste jeans, una camisa Old Navy a cuadros que yo le regalé, chamarra Members Only y tenis Nike. Me muestra una bolsa de supermercado gris en la que trae algunas prendas de ropa, una libreta con la fotografía de Giovani Gutiérrez, el alcalde reelecto de Coyoacán, una botella de agua y una bolsa con un pedazo de chicharrón. En la muñeca izquierda se acaricia delicadamente un reloj de la marca G-Shock que me ha querido vender varias veces: “Es todo lo que me queda”, responde y me pregunta si no tengo un radio de pilas que le regale: “No hablar con nadie me está volviendo loco”.

‘El frío se aguanta, el calor no’

El “Vasco” no me simpatiza. Sus ojos color miel, su pelo canoso y sus facciones me recuerdan al temible Miguel Nassar Haro, exdirector de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad. Me cuenta que desde hace dos años vive en la calle y que los seis mil pesos de la tarjeta Financiera para el Bienestar que trae en su billetera los utiliza para comprar mercancía en un mercado de artesanías. Luego las revende en la calle, al igual que muestras de perfume. Pero por la veda electoral, volverá a recibir el apoyo gubernamental hasta el 4 de julio.

Siempre mira a los ojos mientras habla, sus palabras parecen sinceras, pero me quedan mis dudas. No soy nadie para juzgarlo. A pesar de dormir en la calle, es arrogante.

– ¿Ya almorzaste?, le pregunto.

– No y me está cargando la chingada.

– Te invito unos tacos de mixiote.

– ¿De dónde?, pregunta. Le brillan los ojos.

– De los de aquí adelante…

– No, esos tacos están bien pinches feos. Mejor cómprame una torta.

Cuando lo invito a desayunar al mercado de mi colonia me dice que no: “Está muy lejos”.

El hombre dice que cuando era auditor del banco viajó por todo el país, se hospedó en los mejores hoteles y comió en los mejores restaurantes de México.

“Un día vi que unos perros escarbaban en una bolsa de pollo rostizado y los corrí a patadas para poder chupar los huesitos”, me dice. “He vivido lo mejor y lo peor. Lo más duro es tener hambre, sed y no poder tomar agua… eso te patea el culo, con todo respeto”.

Al “Vasco” no le gusta dormir en albergues, prefiere quedarse en la calle. O juntar 50 pesos para comprarse un boleto de camión a Topilejo y que los guardias de la Central Camionera del Sur no lo saquen mientras duerme en las bancas.

“Una noche me quedé en el albergue de Coyuya, pero cuando le reclamé a un güey que estaba bien apestoso y traía piojos, me dijo: ‘No estás en el Hilton, cabrón’. Nunca regresé, prefiero dormir en la calle”.

Por primera vez durante la charla se le quiebra la voz y sus ojillos brillan por esas lágrimas que se niegan a salir: “Ya no aguanto mi vida, Roberto, pero no me quiero morir”.

Le pregunto si ha intentado suicidarse.

“Me ‘empastillé’ con clonazepam y me llevaron al (hospital siquiátrico) Fray Bernardino, en Tlalpan, pero como no tenía familia que me respalde, me sacaron después de 15 días”. Cuando se siente mal o comienza a orinar sangre por un padecimiento que tiene en el riñón derecho, acude al Hospital General de Tláhuac, donde tienen su expediente.

Mientras tres guardias de seguridad de Zapamundi dan vueltas alrededor de la mesa en la que platicamos y el “Vasco” se seca el sudor de la frente le pregunto cuál es el peor clima cuando se vive en la calle: “El frío, como quiera, te lo aguantas, pero el calor cómo te lo quitas, te mueres de sed y no tienes para comprar agua. A veces tomo de la llave, pero me hincho de la panza por los parásitos”.

Su apellido, en euskera, significa “lugar de las fuentes”, quizá por eso lo que más extraña es bañarse todos los días: “El peor insulto que me han dicho es apestoso. Aunque trato de asearme en los baños de la central, he pasado hasta un mes sin bañarme”.

La voz se le quiebra por segunda ocasión cuando me dice que para su cumpleaños sueña con dormir en la cama de un hotel y amanecer bañado.

Mañana cumple 67 años.

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