Históricamente, el dólar ha sido la piedra angular del comercio global. Desde los acuerdos de Bretton Woods en 1944, la moneda estadounidense ha servido como la principal referencia para el intercambio internacional y como reserva de valor para los bancos centrales. Esto le ha otorgado a Estados Unidos un poder extraordinario: la capacidad de financiar su deuda a bajo costo, imponer sanciones económicas y moldear políticas internacionales. Sin embargo, esa supremacía está siendo desafiada por los BRICS.

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En este sentido, Donald Trump vuelve al centro de la polémica con su propuesta de imponer aranceles a los países del bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Aunque su intención pueda parecer una repetición de las estrategias proteccionistas de su mandato anterior, esta vez el contexto es mucho más complejo. Los BRICS no solo representan un bloque económico robusto y diverso; están impulsando un cambio estructural en la economía mundial: la desdolarización.
El bloque ha comenzado a dar pasos concretos hacia un sistema financiero alternativo. En su cumbre más reciente, los líderes discutieron la posibilidad de crear una moneda común respaldada por recursos como el oro o las reservas de materias primas. Si bien, esta idea aún está en etapas iniciales, lo que ya es una realidad son los acuerdos bilaterales en monedas locales. Por ejemplo, China y Rusia han intensificado el uso del yuan y el rublo en su comercio, mientras que India ha empezado a pagar importaciones de petróleo ruso en rupias.
La desdolarización no es solo un cambio técnico, es una declaración de independencia económica. Los países del bloque han sido críticos con el uso del dólar como herramienta de presión política. Las sanciones económicas de Estados Unidos, especialmente contra Rusia e Irán, han acelerado los esfuerzos por crear un sistema financiero paralelo. En este sentido, los BRICS no buscan destruir el dólar, pero sí reducir su hegemonía y las vulnerabilidades que genera depender de él.
En este contexto, los aranceles de Trump parecen una respuesta tardía y limitada. No es solo una guerra comercial lo que está en juego, sino un cambio profundo en las dinámicas de poder global. La desdolarización plantea un futuro donde el control económico ya no estará centralizado en Washington, sino distribuido entre múltiples actores. Y, aunque esto no ocurrirá de la noche a la mañana, cada paso de los BRICS en esta dirección subraya que el mundo está dejando atrás la unipolaridad.
Así, Estados Unidos debe adaptarse a esta nueva realidad. Insistir en políticas proteccionistas puede ser efectivo a corto plazo, pero no detendrá un cambio estructural que está redefiniendo las reglas del juego económico global. Trump tendría que ver en la desdolarización no una amenaza que combatir con barreras, sino un desafío que requiere una estrategia de cooperación e innovación económica.