En tiempos donde las cifras se presumen, donde los porcentajes y las percepciones califican la popularidad de los políticos independientemente de los buenos o malos resultados, en tiempos donde la cantidad de seguidores avalan las opiniones sin conocer el fondo, donde el que más fortuna acumula vale más sin importar la forma de su enriquecimiento y donde la mayor cantidad de mentiras viralizadas terminan siendo verdad, ahí es donde más deshumanizados estamos, ahí es donde los números ganan terreno y el cuerpo pierde el alma.
La tragedia no es un número más, es la sangre de un hermano, de una madre, de un hijo o de alguien que quería ser futbolista. Las mujeres no solamente sufren múltiples violencias categorizadas en columnas, las hermanas, las tías, las hijas, quedan marcadas de heridas, golpes, violaciones, cicatrices y amenazas. La bala no mató a un encabezado, mató a un estudiante que se preparaba para un examen, hirió a una vendedora de pollos que se despertaba todos los días a las cuatro de la mañana o a un campesino que trabajaba la tierra como lo había hecho su abuelo. El hambre y la pobreza no la sufre una diapositiva, el hambre y la pobreza llenan panteones en el anonimato. Las estadísticas no arriesgan todo por buscar un mejor futuro; son los millones de indocumentados y migrantes quienes arriesgan todo para sacar adelante a sus familias. El número no es más que una sombra de las vidas que se desvanecen.
Porque ese número se convierte en la marca que nos invisibiliza, en ese tatuaje del preso que pierde su nombre y apellido, en esa cifra que termina matando a la persona, en ese encabezado de muertes, tragedias y masacres, en esa estadística que borra las vidas devastadas, en el pie de página de un artículo académico o en una tesis universitaria archivada entre cientos de libros olvidados.
Porque mientras leemos los totales exactos de desaparecidos, vamos deshumanizando los problemas. Porque cuando escuchamos los porcentajes precisos del aumento de las extorsiones, borramos los gestos de sufrimiento de las familias rotas. Porque mientras tabulamos con gráficas claras el crecimiento del crimen organizado, vamos maquillando la realidad con tintas académicas y normalizamos las violencias.
Porque cuando escribimos los totales acumulados de deportados, las investigaciones ampliamente respaldadas, o jugamos con metáforas para explicar una cascada de datos fríos y teóricamente contundentes, ahí, sin darnos cuenta, en esa lluvia constante de números, cifras y totales, las tragedias terminan siendo una diapositiva, un simple dato para ganar debates, para mantener una beca, cobrar el sueldo o convertirte en un influencer relevante.
Entiendo que leerme hoy se pueda ver como un lugar común, como el cliché de ser esa persona que se preocupa desde un escritorio, desde un rincón seguro o no pasar el filtro de los expertos, de esa lupa intelectual que critica el vacío que existe en unas palabras escritas desde la comodidad de quien no ha tocado la tierra del dolor con las manos, y puede ser que tengan razón, pero es precisamente a ellos, a los especialistas y a todos de una vez, a quienes escribo, a quienes invito a no perder de vista que el centro del sufrimiento, de lo que estudian y de las estadísticas, es el ser humano.
¿Acaso no es eso lo que nos ha llevado hasta aquí? ¿No es el olvido de la humanidad el que nos ha permitido construir esta especie de muro invisible que nos aleja unos de otros, que nos hace ver la tragedia ajena como una noticia más, como una cifra más?
Y es que es la forma de hablar de las violencias la que, sin mala intención, a veces normaliza la barbarie que vivimos, pero no olvidemos que la vida que les fue arrebatada, por ejemplo, a Antonio, Alexander y Gael, era la única vida que tenían, la vida de un mejor amigo, de un padre o de una madre que vivirá una muerte en vida. No caigamos en la tentación de convertirlas en una moneda de cambio, en un encabezado, en indiferencia, en un dato y nada más.
Soy consciente de que tal vez mi voz se pierda entre tanto número, que no puedo competir contra el peso de la realidad, que quizás mi palabra quede opacada por la precisión de esos informes que detallan todo, pero que olvidan lo esencial: el ser humano.
Te invito a no invisibilizar y a no olvidar que el sufrimiento no cabe en una tabla de porcentajes.