Hay días en que despierto con un malestar. Sé que muchos de ustedes saben a qué me refiero. Incluso desde antes de abrir los ojos siento el estómago revuelto, o es precisamente esa náusea estomacal la que me obliga a abrir los ojos. Y entonces empieza el día.
Abro también mis redes sociales y me doy cuenta de que esas agruras no están en el estómago pero sí en la entraña. Leo tuits y noticias, y el sentimiento de desesperanza comienza a apretarme el pecho y se traslada al corazón. Pienso entonces en los pendientes del día, pero la ansiedad también invade mis pensamientos y ahora quiere vivir en mi mente. Es el peso de la inexorabilidad.
El doomscrolling es la peor manera de empezar el día, sobre todo cuando eres una persona sensible. No hay nada que te pueda preparar para el menú de idioteces de las redes sociales (y de la raza humana), ni pastillas de Pepto que sirvan para curar una diarrea en el alma.
Así es como me sentí esta semana cuando me enteré de que Cinépolis y Cinemex van a proyectar la final de La Casa de los Famosos en salas de cine. De pronto fue como si a mi cuerpo lo hubieran drenado de la vida. Son el tipo de noticias que para mí sí califican como doomscrolling porque, ¿qué puede ser más horrible para un cinéfilo que presenciar la muerte del cine “en vivo y en directo”? Es Saturno devorando a su hijo. El horror.
Apenas la semana pasada, la Asociación Nacional de Propietarios de Teatros, que representa a cadenas de cine en más de 100 países, anunció una inversión de más de 2 billones de dólares para modernizar varias salas de exhibición en Estados Unidos y Canadá. Lo curioso es que tal remodelación contempla equipar estos cines con otras formas de entretenimiento como videojuegos, canchas de pickleball, pistas de boliche y circuitos de cuerdas.
Por lo menos en eso ya se les adelantó Cinemex. El otro día, mientras esperaba una función en la sucursal de Patriotismo, apenas me senté en la cafetería cuando me llevé un sobresalto por el fuerte sonido de un golpe seguido de fanfarrias. Como si se tratara de una feria, dos chicos golpeaban una pera de box porque, claro, de todas las máquinas recreativas que existen, a Cinemex se le ocurrió poner la más ruidosa afuera de sus salas.
Pero eso no es todo. Visitando la sucursal de Atana Lindavista, una de las más nuevas de esta cadena de cines, me llevé la sorpresa de que cuenta con un moderno espacio de gaming conocido como Arena Movistar, con diversos videojuegos y donde se organizan torneos y experiencias inmersivas… ¡Ah, ok! ¿Y esto qué tiene que ver con ir al cine?
Ahora entiendo mejor a los organizadores del Mubi Fest que se realizó en la Cineteca hace un par de meses, evento que muchos criticamos porque dio prioridad a dinámicas de concurso y hasta juegos mecánicos, para dejar a las películas en segundo plano. Dije que se entiende más no que se justifica, porque su estrategia de marketing sigue la tendencia mundial de tratar al público como idiota.
Y ya que hablamos de la Cineteca, se está volviendo pionera en eso de usar las pantallas para cualquier otra cosa que no sea cine. Apenas el 13 de septiembre se desató el caos en las instalaciones de la Colonia Xoco por la proyección del concierto de Juan Gabriel, “Mis 40 años en Bellas Artes”. Y es que los mexicanos somos tan-quién-sabe-cómo, que el simple hecho de tratarse de Juan Gabriel minimizó los problemas de organización y de seguridad.
Qué necesidad de evasión tienen nuestros paisanos que no solamente perdonaron a la Cineteca, sino que el zafarrancho se convirtió en pretexto para organizar otra gran fiesta en el Zócalo, donde se volvió a proyectar el concierto de Juanga y al que acudieron más de 70 mil personas para pararse frente a una pantalla bastante mediocre, que no fue impedimento para que se olvidaran de reformas judiciales, Guardia Nacional y nombramientos del gabinete. Al Zócalo asistieron más personas que a cualquier marcha por Ayotzinapa.
Pero esto es lo que hay, cine que ya no es cine y conciertos que ya no son conciertos. Tampoco es que las funciones de La Casa de los Famosos me sorprendan demasiado, porque en esta columna ya habíamos pronosticado algo así. Quizá el malestar de cada día tiene más que ver con el cambio de paradigma y no saber exactamente qué hacer. Pero lo que nunca voy a entender es por qué les provoca tanta emoción utilizar la pantalla grande para lo que sea, menos para lo que se inventó.
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