Como crítico de cine y música tiene más de 30 años en medios. Ha colaborado en Cine Premiere, Rolling Stone, Rock 101, Chilango, Time Out, Quién, Dónde Ir, El Heraldo de México, Reforma y Televisa. Titular del programa Lo Más por Imagen Radio. X: @carloscelis_
Ningún cantante merece tu ruina económica
Los altos costos y las malas prácticas son la nueva norma y al público no le queda otra que aceptar los términos y condiciones.
Los altos costos y las malas prácticas son la nueva norma y al público no le queda otra que aceptar los términos y condiciones.
Apenas en abril de este año, un juez admitió la demanda de acción colectiva presentada por la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) en contra de Ticketmaster y Operadora de Centros de Espectáculos (Ocesa). Tal demanda surgió por los reclamos de 521 consumidores tras la cancelación unilateral de boletos, incumplimiento de condiciones y la negativa de reembolso total, aunque la cifra de los demandantes siguió en aumento.
No es la primera vez que dicha institución intenta penalizar a estas importantes proveedoras de espectáculos, pues tan solo en 2021 el diario El Universal reveló que Profeco habría emitido hasta 33 multas por el incumplimiento de compromisos con clientes, donde también figuraron Ticketmaster y Ocesa. Así como todos ellos, más gente debería defender sus derechos como consumidor.
Y, sin embargo, henos aquí.
El frenesí por obtener boletos en México para los conciertos de diversos artistas de pop está fuera de control, como nunca antes. Sabíamos que con la reactivación de las actividades culturales después de tres años de pandemia podíamos esperar algo así, pero quedaba la duda de si acaso la amenaza de inflación y una evidente crisis económica frenarían los impulsos de los amantes de la música. Claramente, no fue así.
El desahogo a través del consumo excesivo de espectáculos ha traído consigo un efecto postpandemia: la necesidad de demostrar pertenencia o de marcar un estatus, como quien dice “sobreviví y por ello lo celebro”. Algo cercano al “compro, luego existo” de Guadalupe Loaeza, pero con un dejo postapocalíptico. Esto ha permitido que las proveedoras de espectáculos fijen un nuevo estándar, donde los altos costos y las malas prácticas son la nueva norma y al público no le queda otra que aceptar sus términos y condiciones.
Mientras mejor sea mi lugar en un foro de conciertos, mayor poder adquisitivo estaré demostrando, esa parece ser la dinámica más popular en redes sociales hoy, donde la gracia es presumir que se han conseguido boletos aunque los lugares sean pésimos. Porque, claro, cuando hay dinero no hay problema, es más, ni siquiera es tema. Pero en un país como México, donde 39% de personas son clase media y 59% pertenecen a la clase baja, ¿de dónde sale el dinero para conciertos?
Los boletos más caros para ver a Luis Miguel en la Arena CDMX en su Tour 2023 rondaron los 8 mil 670 pesos, pero en sitios de reventa llegaron a costar hasta 70 mil pesos, según información de El Financiero. Y de acuerdo con una publicación de The New York Times, una fan de Beyoncé en Brasil pagó 900 dólares por entradas para el Renaissance World Tour en Alemania, sin contar el traslado, hospedaje y demás gastos. “Aún me cuesta trabajo mirar mi estado de cuenta”, confesó la entrevistada.
Las entradas para The Eras Tour de Taylor Swift en México alcanzaron precios de 10 mil pesos en la sección Platino, con un paquete VIP de 16 mil pesos, y a pesar de la postura de la cantante en contra de los manejos de Ticketmaster, esta empresa se encargó de la venta de boletos en nuestro país tras introducir el sistema de Verified Fan que, de acuerdo con sus seguidores, recibió solicitudes de más de un millón y medio de personas, por lo que cuatro fechas no serán suficientes para dar cabida a todos sus fans. Algo así ocurrió con Luis Miguel, que anunció que la venta en México no se llevaría a cabo con esta empresa, pero toda su gira en Estados Unidos es gestionada por Ticketmaster.
Como melómano, DJ y periodista musical, yo ya estaba indignado con Ocesa y Ticketmaster mucho antes de que las Taylors y los Luismis de la industria discográfica lo volvieran socialmente aceptable. Mi frustración quedó bien documentada desde hace varios años, cuando empecé a criticar los festivales de música y fui víctima de ciberacoso por ello, incluso de empleados de estas empresas. Hoy, un abono para el Área Club del Corona Capital cuesta 36 mil pesos.
Un sondeo de 2022 de Lendingtree, plataforma de préstamos en Estados Unidos, reveló que 26% de fans de la música están dispuestos a endeudarse para asistir a conciertos. Así es como se ha normalizado, pero las deudas son una de las principales causas de suicidio en países como Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, India, Corea y Australia, según diversos estudios.
No cabe duda de que podemos sentir simpatía por los artistas, apreciar su arte y, sobre todo, reconocer que este es su modo de subsistencia, pero tampoco hay que confundir el respeto y la gratitud con el culto a la personalidad, que deviene en fanatismo y hasta dependencia emocional. Ningún cantante merece tu ruina económica, y mucho menos el deterioro de tu salud mental.
Recientemente, la serie Swarm mostró situaciones que surgen desde grupos de fanáticos tóxicos, y aunque es ficción se inspiró en casos de la vida real, como los fans de Beyoncé que amenazaron con matar a la novia de Chris Brown en 2014. En esa línea, un hombre asesinó a su madre en 2011 por no comprarle boletos para un concierto de Avril Lavigne, y en 2021 una mamá adolescente dejó que su hija muriera de inanición mientras asistía a eventos y vendía boletos para un concierto de hip hop.
“Ayuno de dopamina” es un término que comenzó a popularizarse desde 2018 y que consiste en abstenerse de aquellas actividades que nos producen gratificación inmediata, como las redes sociales, los videos y películas, e incluso la música y los podcasts. Una encuesta de Squarespace, empresa de servicios digitales, reveló que en la actualidad 50% de miembros de la Generación Z quieren un descanso de sus smartphones, y de acuerdo con un artículo de la revista Dazed, esta tendencia se ha filtrado hasta TikTok, donde el hashtag #dopaminedetox tiene más de 90 millones de visualizaciones.
En lo personal, me preocupa la gente que usa la música como un ansiolítico, y no lo digo con intención de superioridad moral, pero yo ya estaba a dieta de música desde que me di cuenta que las instituciones intentan manipularnos con ella y las empresas abusan de nosotros. Tengo al menos seis años sin asistir a un festival o pagar por un concierto, y nunca me había sentido mejor. La música es como el azúcar, sabe muy bien pero hay que aprender a dosificarla para que no se convierta en veneno.
Nadie quiere privarse de un placer, ni dejar a los artistas sin trabajo, sólo hay que saber diferenciar entre “música” e “industria de la música”. Yo, como tantas personas, también creo en el poder terapéutico del arte, pero tengo la certeza de que nada cura el alma tanto como nuestra propia creatividad. Así como el deporte sana cuando se lleva a cabo y no cuando se mira por televisión, la música debe servir para estimular nuestra conciencia y no para anestesiarla.
BREVES
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