¿Han sentido que la obra de teatro que están viendo habla de su propia historia, aunque los personajes se llamen diferente? Eso pasa porque todxs somos un drama.
Antes que alguien salte, me explico. En una de sus acepciones, drama, es un acontecimiento desafortunado de la vida real, y por real, quiero decir, cotidiano. Es por esto que cuando estamos en esas butacas frente a un escenario viendo una puesta en escena, no necesitamos que la trama se desenvuelva en nuestro tiempo o que los personajes correspondan directamente a nuestro género, edad, condición social… el motivo por el cual nos identificamos, lo que nos mueve, son los afectos.
¿A quién no le han roto el corazón? ¿Cuántas veces hemos deseado a la persona incorrecta? ¿Quién no tiene un secreto que considera impronunciable? Que arroje la primera piedra que no ha querido salir huyendo de los conflictos familiares o ha pensado que si regresara a un momento específico de su historia, todo tomaría un rumbo distinto… Pues así, con toda la complejidad que somos nos enfrentamos a cada historia que nos es narrada y ya sea nuestro yo público (ese que conocen nuestras amigas) o nuestro yo privado (ese que no dejamos que conozca nadie), se permite desdoblarse y verse a sí mismo arriba de un escenario.
En estas dos semanas, debo confesar, no encontraba la fuerza suficiente para vivir un drama en colectivo, ir al teatro requiere su preparación y con el corazón un poco mallugado eso es complicado. Lo bueno es que la amistad siempre es una red bonita que contiene e impulsa y yo soy muy afortunada de tener una muy sólida y constante.
Un muy buen amigo me escribió para invitarme a una de las puestas en escena que está en temporada en el recinto del que es amo y señor de las relaciones públicas, estaba a nada de decirle: “Gracias, amigo, pero estoy un poco…”, cuando soltó el argumento matador: “la dirige la Rogel”, me dijo; ya no hubo dudas, mi corazón roto y yo lo veríamos por la noche.
A esta obra invité a una amiga en común, a una de esas personas que parece que conociste en otra vida y que llega a todos lados con esa luz con la que, si tienes la buena fortuna de estar cerca, sientes que todo va a estar bien. Llegué primero para encontrarme con mi amigo y, entre chisme y copa de vino, me hizo recordar por qué el teatro es, en mi vida, ese lugar al que puedes entrar sin personaje puesto.
Apareció mi amiga, pedimos una segunda copa y nos metimos, no sabíamos qué veríamos, el título no nos decía nada… comenzó la obra y lo primero que se dejó escuchar fueron lxs amixs de una de las actrices que emocionadísimxs la vieron salir a escena, ahí supe que esa función ya estaba llena de hermosas complicidades.
¿De qué va Coanda? De las posibilidades que tenemos de llegar a ser quienes realmente queremos ser, aunque la vida misma se nos ponga de frente y queramos tener mil dobles que vivan por nosotras las expectativas que nos entregan en las manos desde pequeñas, dos mil dobles para que enfrenten nuestros conflictos o que desaparezcan nuestros problemas.
¿Qué vi? Una complicidad completa y absoluta en el escenario, una dirección buenísima que hizo que eso sucediera.
Salí y la verdad es que me sentía mejor, pensé en que, así como en la obra, quizá en un universo paralelo, existía una doble mía que se iba con el corazón roto y así, yo podía estar ahí, con mis Amix, siendo la más feliz.
Va calado, va garantizado:
La función de la que les hablo es la siguiente:
Coanda de Carlos Alfonso Nava, bajo la dirección de la grandísima Angélica Rogel, con la actuación hermosa de Fátima Favela, Monserrat Monzón, Pamela Ruiz y Minerva Valenzuela. En temporada en Teatro La Capilla todos los lunes a las 20:00 h. hasta el 9 de diciembre. Entrada general, $300.