El reciente accidente del Buque Escuela Cuauhtémoc en el puente de Brooklyn no fue solo un percance logístico: fue un golpe doloroso y certero en la psique nacional. Dos muertos, más de veinte heridos y una embarcación emblemática, estrellada contra una estructura extranjera. No se requiere demasiada imaginación para advertir la potencia simbólica de la escena: uno de los últimos vestigios del honor institucional mexicano hecho astillas en tierra ajena.
Porque el Cuauhtémoc no es solo un barco. Es una reliquia flotante rodeada de símbolos que todavía podían inspirar respeto y orgullo: la Marina, los cadetes y su mística, su formación, la relativa distancia del lodo partidista y la politiquería de una institución basada en el honor y la disciplina.. Sin embargo, incluso ahí se infiltró la malograda maquinaria de la ‘4T’. La presencia de operadores del partido en el poder, utilizando el marco del viaje para hacer proselitismo judicial, es la evidencia de un fenómeno más profundo: la colonización simbólica de todo lo que alguna vez tuvo valor, y su posterior vaciamiento.
Si nos remitimos al psicoanálisis lacaniano, el sujeto se constituye a través de sus identificaciones simbólicas. Cuando éstas desaparecen, el sujeto se desorienta, se vacía. Eso somos hoy: una nación en estado de orfandad simbólica. El padre —entendido no como figura de autoridad autoritaria, sino como principio de orden, de límite, de ley— ha sido desplazado por el capricho de un goce sin freno, el del poder convertido en espectáculo, en propaganda, en discurso sin ley.
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No es solo el Cuauhtémoc. Este episodio forma parte de una serie sistemática de desmantelamientos en la realidad con un potente y estratégico trasfondo simbólico: el Aeropuerto de Texcoco, con más de 332 mil millones de pesos desperdiciados por su cancelación —según la Auditoría Superior de la Federación— fue apenas el principio. Lo que siguió fue una avalancha de destrucciones: el cierre de las estancias infantiles, dejando sin apoyo a cientos de miles de madres trabajadoras; la cancelación del Seguro Popular; la asfixia a organismos autónomos; la estigmatización del conocimiento científico.
Y a cambio, ¿qué nos ofrecieron? Proyectos mediáticos, monumentos al gasto inútil: el Aeropuerto Felipe Ángeles, semi vacío, sin conectividad internacional ni competitividad real. La refinería de Dos Bocas, que ha costado ya más de 17 mil millones de dólares —el doble de lo proyectado— y aún no refina una sola gota. Mexicana de Aviación, resucitada como una marca zombie para operar vuelos con subsidios millonarios y sin rentabilidad comprobable. La “Megafarmacia”, inaugurada con bombo y platillo pero sin medicinas. Y la vacuna “Patria”, prometida como soberanía científica, sigue sin existir como biológico aprobado.
Todos estos elementos, lejos de representar avances, son —en clave freudiana— objetos degradados del ideal del yo. Sustitutos deformados que buscan suplantar a los referentes que estructuraban el deseo colectivo, pero que, en su vacuidad, no hacen sino reforzar el empobrecimiento simbólico. Son migajas disfrazadas de conquistas, destinadas a una población a la que se le quiere convencer de que eso —lo mediocre, lo fallido, lo no terminado— es lo que merece.
No se trata solo de errores de gestión. Se trata de un proyecto para malograr la nación de millones y que esto favorezca a unos cuántos grupos aglutinados en torno a ese padre autoritario que se vuelve a imponer en nuestra desafortunada historia. Uno que ha consistido en sustituir lo que funcionaba —aunque proviniera de gobiernos anteriores— por simulacros. Y eso tiene un efecto devastador en el imaginario: nos reeduca para desear menos, para esperar poco, para vivir resignados. Lacan hablaría aquí del empuje hacia el goce como pulsión de muerte: un sistema que aniquila toda representación simbólica que no emane de él, que deja al sujeto-político frente al espejo de su propio vacío.
Por eso, lo del Cuauhtémoc duele. Porque ya casi no quedan símbolos que representen otra cosa que no sea propaganda, mediocridad y caos. Sin embargo, parece que ahora, todo ha sido denigrado por esa vergonzosa ‘transformación’.