Es columnista de The Guardian en Estados Unidos y escribe sobre medios de comunicación, política y cultura.
El jefe de CNN se equivocó en muchos aspectos, uno de ellos fue fatal
Es posible –probable, incluso– que Chris Licht, de CNN, hubiera sobrevivido a todo esto si no fuera por lo único que realmente importaba: los números.
Es posible –probable, incluso– que Chris Licht, de CNN, hubiera sobrevivido a todo esto si no fuera por lo único que realmente importaba: los números.
Fue una de esas noticias sorprendentes y al mismo tiempo absolutamente esperadas: Chris Licht se iba de la CNN.
No cabe duda de que el presidente y CEO estuvo en apuros casi desde el principio de su tumultuoso mandato de un año. Licht sustituyó a Jeff Zucker, quien –independientemente de sus defectos– era popular entre el personal porque entendía lo que hacían y lo apoyaba. Poco después de llegar, Chris Licht emprendió una desacertada gira de disculpas públicas por el Capitolio en la que transmitió el mensaje de que los legisladores republicanos –incluso aquellos que habían apoyado la anulación de las elecciones de 2020 o restado importancia a la insurrección del 6 de enero de 2021– serían bienvenidos y bien tratados en la cadena.
Con órdenes claras procedentes de arriba, Chris Licht –exejecutivo de la cadena CBS– orientó la cobertura de la cadena de cable CNN hacia una especie de punto intermedio imaginario entre Fox News, en la derecha, y MSNBC, en la izquierda. Es posible que exista un término medio en la política estadounidense, pero los noticieros por cable –que complacen las opiniones más extremas de su audiencia– no son el lugar para encontrarlo.
No, los noticieros por cable son el lugar al que acuden los televidentes para expresar su indignación. Y lo que resulta más importante, la búsqueda del punto medio es extremadamente peligrosa para la democracia cuando hay un partido –los republicanos, por supuesto– en manos de quienes pretenden disolver las normas democráticas.
Así pues, no empezó bien. Después ocurrieron tres cosas, de las cuales cualquiera podría haber sido fatal. El mes pasado, Licht le proporcionó a Donald Trump un programa que se transmitiría en vivo, lo que significaba que también se transmitirían en vivo las inevitables e interminables mentiras del expresidente. Fue una mala decisión, muy mal ejecutada, que resultó desastrosa.
Mientras tanto, los índices de audiencia se hundieron. CNN, que solo en contadas ocasiones ha sido líder entre las tres principales cadenas de noticias por cable, cayó en picada. La audiencia alcanzó mínimos históricos.
Y, por último, hace unas semanas, la revista The Atlantic publicó un devastador perfil de 15 mil palabras, para el cual el reportero Tim Alberta consiguió un amplio acceso a Licht y a muchas otras personas de la CNN.
El artículo fue contundente. Documentó cómo la toma de decisiones de Licht era errónea, parecía carecer de un núcleo moral de misión periodística, a pesar de las palabras bonitas sobre la importancia de informar. Y mostró su falta de conexión con la redacción: era distante, tenía una oficina alejada de los periodistas, y al mismo tiempo entrometido, hacía cambios radicales de personal que no funcionaban bien y generaban una atmósfera de miedo y desconfianza.
“Lo que me sorprendió fue que Licht parecía actuar basándose en lemas, no en ideas reales, y no parecía querer reconocer la diferencia entre ambas”, observó Jelani Cobb, decano de la Columbia Graduate School of Journalism, después de leer el artículo de Alberta.
Y la detallada crónica de Alberta sobre los errores de Licht fue asombrosa, me contó Cobb en mensajes de texto.
“Simplemente la acumulación de absurdos hasta el punto en que te quedas como, ‘sin duda, todo esto no puede ser verdad’. Y al mismo tiempo, es como, por supuesto, todo esto parece lógico”.
Particularmente inquietantes fueron las decisiones relacionadas con el programa de Trump, en especial la forma en que CNN permitió que los republicanos de extrema derecha –los miembros de la secta de Trump– dominaran a la audiencia, que se suponía estaba compuesta por votantes republicanos comunes y por indecisos.
Pero es posible –incluso probable– que Licht hubiera sobrevivido a todo esto si no fuera por lo único que realmente importaba: los números. Los índices de audiencia, el valor de la cadena y la rentabilidad son la moneda de cambio en los noticieros por cable pertenecientes a corporaciones y, en gran medida, en los principales medios de comunicación.
“Licht logró alienar a todo el mundo en CNN y la gente podría pensar que facilitar el acceso a un perfil de revista fue fatalmente tonto, sin embargo, mi experiencia en la industria de los medios de comunicación me indica que todo esto habría sido irrelevante para la longevidad de un jefe si hubiera hecho que los índices de audiencia subieran en lugar de bajar”, dijo el periodista Matt Pearce, del periódico Los Angeles Times.
Si las torpes estrategias de Licht y su empeño en conceder el mismo tiempo a los mentirosos y a los defensores de la insurrección hubieran “funcionado” –es decir, si los índices de audiencia se hubieran disparado, las ganancias hubieran aumentado y se hubiera recuperado el valor–, nada más habría importado en absoluto.
Nunca es bueno “perder el respeto”, como describió Oliver Darcy, de la CNN, en el boletín Reliable Sources. Nunca es bueno haber utilizado una plataforma poderosa para erosionar la democracia y, sin duda, a ningún jefe de jefes le gusta un perfil negativo y comentado en una revista nacional.
Sin embargo, lamentablemente, estas cosas se habrían considerado tolerables si los esfuerzos de Licht hubieran “dado resultado”. Pero no fue así y por eso está despedido. (“¿Puedes escuchar cómo estalla la champaña?”, preguntó un periodista de CNN a un reportero del Washington Post).
Tal vez los más importantes de CNN aprendieron la lección correcta: que no se puede “elegir a ambos bandos” para tener éxito en los índices de audiencia. Que no hay un vasto centro político esperando simplemente a quedar cautivado por la neutralidad escénica. Y, sobre todo, que el buen periodismo no tiene nada que ver con adular a supuestos autoritarios, sino que exige decir la verdad con valentía.
Hay pocas pruebas de que estas vayan a ser las lecciones de este fracaso. Pero sería bonito pensarlo.
Margaret Sullivan es columnista de The Guardian en Estados Unidos y escribe sobre medios de comunicación, política y cultura.