Entre las grandes pérdidas que dejó el año que acaba de concluir se encuentra la del expresidente de los Estados Unidos, James Earl Carter Jr. o Jimmy Carter, quien falleció a los 100 años siendo una muy destacada figura del Partido Demócrata.
Visto desde muchos ángulos, Jimmy Carter fue un presidente que no contó con el apoyo popular de otros pero que durante su periodo y aún después, dejó patente de una forma de gobernar incluyente y con una perspectiva centrada en prioridades que quienes habían ocupado anteriormente el Despacho Oval, no tenían.
Desde su etapa de crecimiento en su natal Georgia, Carter formó parte de una comunidad afroamericana en una amplia mayoría, y fue el lugar en donde su apego a sus creencias religiosas y sus ideas de izquierda se convertirían en elementos que de manera definitiva moldearon su forma de desempeñar los diversos cargos públicos que ocupó. Desde la discreción y el pragmatismo político, el presidente Carter fue ascendiendo en la política estadounidense irrumpiendo finalmente en el cargo público más importante del mundo.
El legado de Jimmy Carter forjado desde su administración y después de ella contó con diversas aportaciones que fueron vanguardistas y también mayormente valoradas luego de concluido su periodo como presidente luego de hasta ese momento ser uno de los pocos inquilinos de la Casa Blanca que perdieron su reelección.
Al incluir a integrantes de diversas minorías en su equipo de trabajo (como personas afroamericanas y latinas) fue el primer presidente que dio pasos contundentes hacia el reconocimiento de la importancia que estas comunidades en pleno crecimiento habían ganado en los Estados Unidos.
Asimismo, la política exterior promovida por Carter basada en la promoción de los derechos humanos le valió un relevante prestigio en América Latina al propio presidente y a los Estados Unidos, pues ello tuvo como efecto el debilitamiento paulatino de diversos regímenes que poco o nada les interesaba el respeto a los derechos humanos. Este prestigio en la región se vio consolidado con la firma en 1977 de los conocidos como Tratados Torrijos – Carter, a través de los cuales se modificó el estatus jurídico del Canal de Panamá y se reconoció plenamente la soberanía de aquel país.
Por otra parte, la imagen del presidente Carter no en pocas ocasiones ha sido percibida como la de un líder político débil con una clara falta legitimidad y mal gestor de la economía, pues su manera de gobernar (aquella que lo caracterizó como el presidente que no inició guerra alguna) le valió severas críticas por sus reacciones “tímidas” ante sucesos como la crisis de rehenes en Irán, así como también fue duramente juzgado por el estado de la economía estadounidense durante su periodo presidencial.
Luego de desempeñarse por un periodo como presidente de los Estados Unidos al haber sido derrotado por el candidato republicano Ronald Reagan, Jimmy Carter se convirtió en un importante activista de diversas causas desde el “Centro Carter”, lugar en donde se hizo de temas como los derechos humanos, la democracia o el cambio climático el centro de su quehacer cotidiano.
Indudablemente, fueron las facetas de Carter como político en su comunidad local, como presidente de su país y, por supuesto, como expresidente de la primer potencia mundial las que lo llevaron a recibir en este siglo el Premio Nobel de la Paz, pues estamos hablando de un estadista que fuera del poder y, más aún, desde el centro del poder, demostró una congruencia que no le reportó buenos dividendos en su carrera política pero que definitivamente lo llevaron a convertirse en un político como los hay pocos y en una persona como las debería haber más.
Con todos sus claroscuros, hablar del presidente Carter es hacerlo de un hombre que dedicó su vida a reivindicar causas que hasta ese momento nadie había reivindicado desde el poder y cuyo costo fue tan alto como implacable con una carrera en la que pocos creyeron y la que a muchos sorprendió.