El silicio es el nuevo petróleo

Martes 8 de abril de 2025

Ingrid Motta
Ingrid Motta

Doctora en Comunicación y Pensamiento Estratégico. Dirige su empresa BrainGame Central. Consultoría en comunicación y mercadotecnia digital, especializada en tecnología y telecomunicaciones. Miembro del International Women’s Forum.

Puedes encontrarla en: LinkedIn y TikTok: @_imotta

El silicio es el nuevo petróleo

El que controle el silicio controlará el siglo XXI.

chip

Los microchips pueden detener economías. Dejaron hace mucho de ser simples piezas de los dispositivos, y tienen el poder de convertir a una nación en superpotencia o en un país del montón.

Desde hace años se disputa una guerra geopolítica, en la que Washington ve en Asia su principal enemigo. Taiwán concentra más del 90% de la producción de los chips más avanzados; China actúa como un ensamblador experto que además fabrica millones de chips, por lo que el presidente Trump tiene en la mira imponer aranceles a los microprocesadores que entren a su país como una respuesta ya no sólo política, sino estructural de esta encarnizada guerra comercial y geopolítica.

Desde que Trump regresó a la Casa Blanca en enero de 2025, el S&P 500 ya arrastraba una caída de casi 10%. Pero lo peor llegó el 3 de abril, tras el anuncio de su nueva política arancelaria. Ese día 3.1 billones de dólares desaparecieron del mercado estadounidense en la peor jornada para Wall Street desde la pandemia de 2020: el Nasdaq se hundió un 6%, el S&P 500 cayó un 4.8% y el Dow Jones perdió un 4%. Las grandes tecnológicas fueron las más golpeadas. Apple, cuya producción depende en gran parte de Asia, se desplomó un 9.3% y perdió cerca de 300 mil millones de dólares en valor de mercado. Amazon y Meta bajaron un -8.9%, Nvidia un -7.8%, Tesla un -5.4%, Alphabet un -3.9% y Microsoft un -2.3%.

La estrategia entonces ya no está basada en la soberanía, sino en la eficiencia. Intel, que lleva años padeciendo retrasos tecnológicos, pretende recuperar poder aliándose con Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), considerada el corazón tecnológico del mundo. Ambas empresas han llegado a un acuerdo preliminar para formar una empresa conjunta, donde TSMC tendría una participación del 20% y operaría las fábricas de Intel. Mientras tanto, Samsung, que busca competir directamente con TSMC, enfrenta problemas técnicos con sus chips Exynos. A la par, Arabia Saudita impulsa su propio hub de semiconductores con el respaldo de Intel y Nvidia, y Emiratos Árabes Unidos entra al juego anunciando ambiciosas megafábricas.

El rol de TSMC no es solo industrial, es estratégico. En la disputa entre Estados Unidos y China, la empresa es una ficha clave. Washington la corteja con subsidios para que produzca en suelo estadounidense; Beijing, por su parte, busca replicarla sin éxito. TSMC ha respondido diversificándose: construye plantas en Arizona, Japón y, posiblemente, Alemania. Pero su alma sigue en Taiwán, un lugar tan central como frágil en la nueva economía del silicio. Esta supremacía le permitirá liderar el desarrollo de inteligencia artificial, de armamento de próxima generación, y de telecomunicaciones. En resumen, lo posiciona como la empresa que marca el ritmo de la innovación y la quedefine qué países se limitarán a seguirla.

Obtener la máxima eficiencia del silicio le cuesta caro a cualquier país. Implica duplicar fábricas, formar talento y asumir sobrecostos que, inevitablemente, acabarán en el bolsillo de los consumidores. Computadoras más caras, teléfonos que tardan más en llegar al mercado, e innovación que se ralentiza. A esto se suma el golpe de los aranceles: un efecto dominó que encarecerá desde celulares hasta servidores.

Hoy, los chips no solo están en nuestras computadoras. Están en el centro mismo de la política internacional. Son la nueva moneda de cambio, el nuevo petróleo, el nuevo campo de batalla. Y mientras el mundo decide cómo reorganizar su producción, una cosa queda clara: esta guerra no se gana en megahercios, sino en estrategia. El que controle el silicio controlará el siglo XXI.

Mientras tanto, millones de ciudadanos en el mundo siguen entregando sus datos personales a cambio de una foto estilo Ghibli o cualquier otro filtro viral. Lo hacen sin saber que, tras esa aparente banalidad digital, se disputa en silencio una verdadera batalla: el poder de decidir quién liderará nuestro futuro tecnológico. No son solo chips. Son el motor invisible de la supremacía tecnológica. Y mientras regalamos privacidad por entretenimiento, las naciones más poderosas deciden quién liderará el futuro digital y quién quedará relegado a consumirlo.

PUBLICIDAD