Elecciones 2024: entre posverdad, deepfakes y espionaje

Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.

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Elecciones 2024: entre posverdad, deepfakes y espionaje. Foto: Envato Elements

Medir o diagnosticar la salud democrática de una sociedad es una tarea compleja. Muchos de los ejercicios que año con año se emprenden alrededor del mundo toman en consideración aspectos como la división de poderes y la solidez de los mecanismos de control entre ellos. Otros más, suman el cumplimiento, o no, del Estado de Derecho; la participación ciudadana, las fórmulas de representación en el poder a partir del voto, el combate a la corrupción, la calidad o autocensura de la prensa, la rendición de cuentas o la proporción de personas involucradas en la sociedad civil organizada.

Sin embargo, el fenómeno de la disrupción digital, que tanto ha impactado de manera benéfica en la vida cotidiana de la humanidad, tiene también aspectos negativos poco explorados y de dimensiones aún no calculadas. Uno de ellos, es la creciente complejidad para acceder a la verdad, entendida ésta como un bien común que tiene fundamento en los hechos objetivos. No cabe duda; hacia adelante, si queremos tener el pulso de qué tan desgastada o vigorosa es la democracia al interior de una sociedad estamos obligados a analizar, además de todas las variables ya referidas, el cómo sus ciudadanos disponen de la verdad o cómo “construyen” la suya.

La discusión no es menor. La distorsión de la verdad o, en otras palabras, la creación de realidades alternas a partir de las nuevas tecnologías es un negocio que trasciende el dinero y que tiene como objetivo el poder. En ese sentido, México se alista, por su enorme proceso electoral del 2024, para ser uno de los laboratorios más relevantes e interesantes por las particularidades que reúne. Tanto por la dimensión de cargos en juego, incluida la sucesión Presidencial; como por el desdibujamiento institucional en materia electoral y también por la madurez que han alcanzado ciertas herramientas tecnológicas para intentan alterar la discusión de lo público.

Se trata de un cóctel explosivo que orillará a los votantes mexicanos a navegar entre la posverdad, los deepfakes y el espionaje… sin dejar de lado los más de 52 millones de spots a los cuales los partidos políticos tienen acceso mediante los medios de comunicación. La expectativa es enorme, no solo sobre la propia competencia electoral en un ambiente cada vez más polarizado, sino también ante las nuevas posibilidades para pretender manipular a la opinión pública.

La posverdad, por ejemplo, la podemos palpar en la poderosa y bien aceitada maquinaria de propaganda gubernamental que tiene como principal e irrepetible protagonista al Presidente Andrés Manuel López Obrador que mediante frases, risas, anécdotas y pasajes históricos logra que los desaparecidos puedan ser matizados, que los muertos por desabasto de medicamentos no estén en la conversación diaria, que las matanzas y ejecuciones de estudiantes pasen de largo ante el “verdadero” problema del país: la rancia lucha de clases. Se trata de la resignificación de los hechos a partir de la repetición de realidades fabricadas.

El fenómeno es potenciado por las plataformas digitales. No es gratuito que el canal de YouTube de AMLO haya tenido durante agosto de este año 4.56 millones de horas visualizadas, convirtiéndolo en uno de los streamers de habla hispana más potentes del mundo: muchos mexicanos están ávidos de que su líder les traduzca la “verdad”, no importando cuál sea.

Por lo que respecta al espionaje, aunque ilegal en su uso y reproducción, es brutal en lo que se refiere a construcción de la percepción. Lo mismo puede escucharse al líder del PRI, Alito Moreno asignando cantidades millonarias para la operación en favor de sus candidatos como también, ahora, las más de 40 horas de grabaciones que asegura Latinus tener y en las que se involucra a uno de los hijos del Presidente con una sofisticada red de corrupción. Gran parte de la expectativa sobre el tema estará en lo inmediato en cómo responderá el Gobierno a la dosificación de estos materiales que anunció Carlos Loret de Mola, mientras que a mediano plazo estará por verse si dichos audios lastimarán, o no, electoralmente al partido del Presidente.

Finalmente, el otro componente dentro del cóctel explosivo destinado a complicarle al electorado mexicano el acceso al bien común que es la verdad serán los deepfakes, entendidos estos como todo aquel contenido multimedia generado con inteligencia artificial que logra sembrar por horas o días incertidumbre al tener a miles de personas que aseguran su originalidad y otros miles que advierten falsedad. A lo que habría que agregar, el cinismo del político mexicano que, en ocasiones, con tal de desprenderse de las consecuencias de un audio filtrado obtenido ilegalmente por la vía del espionaje prefiere acusar un montaje hecho por la inteligencia artificial.

El terreno es fértil para experimentar… y también para violar la Ley. Un Instituto Nacional Electoral reducido presupuestariamente y más cercano a Palacio Nacional que a la ciudadanía. Un Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación dividido en su interior por la lucha encarnizada por el poder que termina por achicar la legitimidad de sus resoluciones. Un Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, INAI, incompleto y distraído en ocultar los gastos superfluos de sus propios integrantes en vez de revisar la política de uso de datos de google, X, Facebook y YouTube, durante las campañas electorales. Son algunas de las condiciones que también enmarcarán la contienda.

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Si bien el panorama es complejo, asumir conscientemente que los esfuerzos por ocultar los hechos objetivos y manipular la conversación de lo público, como en este caso las elecciones, son y serán cada vez más comunes, abre un pequeño espacio que ayuda a pensar dos veces antes de compartir una publicación o inclusive interactuar con ella. Y aunque lamentablemente los esfuerzos por desmontar las “realidades” falsas no son proporcionales a aquellos que las promueven o financian, es crucial identificarlos y buscar consolidarlos como un ingrediente base en el afianzamiento de la democracia liberal… a menos de que encarguemos a la inteligencia artificial una democracia fake.

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