Estudió Relaciones Internacionales en el Colegio de México. Sus estudios se concentran en la política exterior, su intersección con los fenómenos de seguridad, las políticas drogas y los impactos diferenciados en poblaciones racializadas. Chilango, enamorado de la ciudad y de su gente. Ahora apoya en incidencia y análisis político en RacismoMX.
En todos lados: @Monsieur_jabs
Las verdades que mantenemos: o lo que queda del antirracismo de Kamala Harris
La candidata demócrata representa en gran medida las complejidades del sistema racista estadounidense para las personas racializadas que lo habitan.
La candidata demócrata representa en gran medida las complejidades del sistema racista estadounidense para las personas racializadas que lo habitan.
Kamala Harris ha descrito en múltiples ocasiones lo que significó para ella nacer y crecer en el seno de una familia de activistas. Como lo narró en (ya varias de) sus autobiografías, sus primeros pasos de formación política los dio en carriola, mientras sus padres participaban en marchas por los derechos civiles.
La influencia en ella del ímpetu antirracista de sus padres queda mejor retratada en una de sus primeras anécdotas (y una bastante tierna, si me lo permito). Cuenta que ante los sollozos que no se detenían de una pequeña Kamala, su Mamá –cada vez más desesperada–, le preguntaba: ¿Qué quieres, Kamala? ¿¡Qué quieres!?
A lo que ella, siendo una pequeña bebé, respondía:
“¡Libertad!”
Qué bonito suena, ¿no?
La hija de inmigrantes y activistas enamorados. Que en su lucha por los derechos civiles insistieron en la formación política de sus hijas. Formación que la llevó a incorporarse en el escalafón político, defender a mujeres víctimas de violencia sexual y, eventualmente, convertirse en la primera vicepresidenta y candidata a la presidencia mujer, negra y del sudeste asiático.
Hasta se me enchina la piel de decirlo.
A sabiendas de su familia, a sabiendas de que tuvo uno de los historiales de voto más progresistas en el Senado y a sabiendas de que compitió con una campaña indudablemente progresista en las primarias de 2020, es difícil concebir la forma en que compitió este año. Hace tan solo unos años teníamos a una Kamala que presumía ser “en todos los sentidos el anti-trump”, hoy la misma figura ha acabado legitimando, en forma y fondo, el racismo antiimigrante más recalcitrante de Trump.
La verdad es que el legado del antirracismo radical de los padres de Kamala Harris se ha ido disolviendo con el paso de los años y de ellxs ya no queda mucho. De manera similar a muchos de los políticos demócratas que heredaron luchas históricas, como Buttigieg o como el mismo Obama, la aún vicepresidenta ha ido poco a poco apagando el candor que trataron de plantar en ella sus padres y los activistas que hicieron posible su candidatura. En lugar de una ideología clara, la figura de Kamala ha mostrado más bien ser una adaptable a la situación política del momento.
Su problema, como el de muchos políticos gringos, en parte es el contexto sociopolítico donde se desarrollan. Donde el individualismo extremo de las instituciones orienta a las personas de buenas intenciones a la idea de que los cambios son mayoritariamente resultado individual; para ellos la única forma de progresar es por medio de la mejora personal. Lo que, en un ambiente de profundo racismo exteriorizado e interiorizado, resulta en un sistema que beneficia a políticos racializados que muestran la voluntad de sacrificar las vidas racializadas que sobreviven al final de la cadena. Sean estos políticos como Eric Adams o Fani Willis, Kamala engloba una tendencia de antirracismo de élites que no ve problema en sacrificar a los suyos.
Con esto no quiero decir que todo su trabajo sea negativo. Conjugado con un historial de voto progresista, como fiscal impulsó varios programas, como “Back on Track”, que plantearían con éxito alternativas a la encarcelación masiva. Logro especialmente grande en un estado tan punitivo como California. Aún con todo, Kamala podría ser la figura más progresista en ocupar la presidencia, pero –siendo honestos– no es una vara muy alta.
Kamala Harris representa en gran medida las complejidades del sistema racista estadounidense para las personas racializadas que lo habitan. Su meteórico ascenso sirve como recordatorio de los límites que tiene la representación como estrategia de cambio por sí misma. Al mismo tiempo, los avances que ha liderado evidencian los alcances que funcionar dentro del sistema puede permitir. Su historia es invitación y advertencia. Nuestro éxito no se expresará por sí solo, sino en nuestra capacidad de acumular victorias sin ceder los principios en el camino. Tal vez, ese sea el desafío más urgente para nuestro propio antirracismo.