Llenarse de vida
Archipiélago Reportera cultural egresada de la ENEP Aragón. Colaboradora en Canal Once desde 2001, así como de Horizonte 107.9, revista Mujeres/Publimetro, México.com, Ibero 90.9 y Cinegarage, entre otros. Durante este tiempo se ha dedicado a contar esas historias que encuentra a su andar. X: @campechita
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“También los dioses habitaron en los bosques”, Virgilio.

Bajo un cielo que anuncia la tormenta, con las ovejas libres y los ojos llenos de tanta vida, las y los habitantes de El eco, una pequeña comunidad de México, nos revela en segundos la grandeza de la naturaleza y las enormes posibilidades de convivencia a partir del respeto de la tierra.

Todo ese azul y ese verde en distintas tonalidades iluminan la pantalla desde la óptica de Tatiana Huezo en El eco, documental que resulta tan vívido que, les juro, provoca que se perciba el aroma a tierra mojada.

Todo un viaje por la inocencia de las infancias, el amor de padres y madres, el cuidado hacia los mayores y una relación cercana con los animales y el terruño. Esa relación se percibe a la hora de atender a la abuela, cocinar con la madre o planear los juegos con la palomilla, es observar y sentir melancolía por esa sensación de libertad. Esta serie de acciones no están exentas de los brazos de la modernidad, del acecho de la tierra para explotarla, de los grupos criminales y de esa pérdida de candidez a la fuerza por todos esos agentes externos.

No es una película que romantiza, para nada, es tan cruda que abraza al alma, porque los cuidados se sienten y abrazan el alma.

Para alguien como yo, que poca relación tiene con el campo, El Eco fue un viaje a la infancia, a esos paseos con la familia a Río Frío o Amecameca, donde comíamos conejo y no sabíamos que esos pachones con los que jugábamos se convertirían en nuestro alimento. En algunas visitas al pueblo de la abuela nos enseñaron a recolectar hierbas, recoger leña y sentir el cobijo de un té de esas hierbas calentadas en el fogón.

No pude evitar las lágrimas al recordar esos momentos, tampoco las risas al recordar cuando mi hija descubrió que los bisteces que compramos en el supermercado vienen de una vaca como la que conoció en una visita a una granja. 

La más reciente producción de Tatiana Huezo, una cineasta que se ha consolidado como una gran contadora de historias tanto en el documental como en la ficción, nos hace reflexionar sobra la distancia no solo física, sino emocional, con nuestros campos, bosques, selvas e incluso playas. Al pensarlo más a fondo caen esos veintes sobre la urgencia a dejar las prisas, la necesidad de vincularnos y vincular a nuestras infancias y juventudes con espacios naturales y las comunidades, para así no romper el equilibrio. Quizá estamos aún a tiempo de recuperar el verdor, los cauces de los ríos, la permanencia de las especies y, con ello, ganamos humanidad.

No sé si sentí demasiado, ahora los invito a que vayan al cine y me cuentan.

El Eco se pensó durante cuatro años, tiempo en el que Tatiana Huezo convivió con los habitantes de esa comunidad cargada de sabiduría. La filmación les llevó un año y, sin duda, cada rincón, árbol y nube se convirtieron en protagonistas de una película redonda. 

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