“Nunca sabes lo que tienes hasta que te toca hacer mudanza”, anónimo.
Hace muchos años vi una película con Meg Ryan y Tom Hanks que se llamaba Home Sweet Home, una comedia en la que la pareja se muda a una ruinosa casa y viven el proceso de remodelación habitándola, un desastre anunciado que se me quedó grabado con el asunto de empezar una nueva historia en un nuevo lugar.
Durante mi adolescencia tuvimos una ligera mudanza a casa de mi abuela materna y la experiencia tuvo sus claroscuros, sobre todo porque mis hermanas y yo habíamos crecido en nuestra propia casa, con nuestras propias reglas y libertades. En este caso, la mudanza no la sufrimos, esa la hicieron los adultos.
A los 19 años me casé y me fui a vivir con mi esposo y no hubo mudanza cómo tal, ya que todo era nuevo, en ese tiempo yo estaba embarazada y si acaso daba instrucciones sobre dónde poner un sofá, un cuadro o mueble.
Seis años después del nacimiento de Melissa nos separamos y me fui al departamento de mi amiga Francina. Solo me llevé mi ropa y no miré atrás. Fue de las experiencias más gratificantes y, visto a la distancia, de crecimiento ya que fue hacerme cargo de mí por primera vez además de mi hija. Fueron años en los que no tomé las mejores decisiones, pero sin duda coloqué muchos cimientos de mi vida.
Después de unos años vino otra mudanza, ahora sí viviría con mi hija en un departamento que escogimos las dos, en un barrio muy bonito que se antojaba ideal para esa nueva etapa de nuestras vidas.
Ahora sí en la mudanza tocó llevar muebles, camas, empacar libros, ropa, recuerdos. Fue darnos cuenta de que nunca medimos el tamaño de las puertas de la cocina y cuarto de lavado, que el refrigerador que nos regalaron mis papás tuvo que volar por la azotea y entrar por la ventana, al igual que la lavadora, descubrir que nuestra nueva casa era muy grande y eso nos emocionaba muchísimo.
Un hogar que no habitamos solas, llegaron mis dos hermanas, Samara y Sacil, fue reencontrarme con ellas en la vida adulta. Al año adoptamos a Nico, nuestro perro que se volvió parte fundamental de la familia.
Hubo muchas comidas, reuniones, seguimos con la tradición de partir rosca y hacer tamalizas con los amigos y amigas, compramos un árbol de navidad enorme que año con año innovamos con los adornos y en realidad era una fiesta.
Fueron 15 años en ese hogar del que de repente tocó despedirse. En ese tiempo se mudaron mis hermanas, yo misma me fui a vivir con mi pareja y mi hija se quedó rodeada de herencias, recuerdos y cosas que en ese nuevo cambio se las llevó el del fierro viejo, una mudanza de mi hija a la edad en que yo me fui a vivir con Francina, un despejar la vida de lo que no le pertenecía a ella, un darnos cuenta de que es una mujer con sus propios sueños.
El departamento de Pachuca 13 se quedó vacío, ir a entregarlo fue recordar tantas charlas, llantos, enojos, risas, fue despedirnos de una época tan memorable, tan hermosa y feliz.
Ahora Melissa visualiza su nueva casa con su pareja, Nico y sus amigos. Tienen montones de cajas, les falta la estufa, no es una casa en ruinas como la película, es un hogar con infinitas posibilidades y yo la miro y pienso que ya no es mi cachorra, es una persona que ya toma sus propias decisiones y ahora a mí me toca verla construir su propia historia.