Lo que la guerra se llevó
Historias peregrinas

Periodista, escritor y editor. Autor de los libros Norte-Sur y El viaje romántico. Director editorial de purgante. Viajero pop.

X: @ricardo_losi

Lo que la guerra se llevó Lo que la guerra se llevó

Cuando reflexiono sobre los Balcanes, pienso, irremediablemente, en rupturas y amistades que se desmoronan. Quizá la que más me había conmocionado, tras el visionado del documental Once Brothers, fue la de los jugadores de baloncesto Vlade Divac (serbio) y Drazen Petrovic (croata). Luego de haber tocado el cielo con las manos en el mundial de Argentina 1990, al derrotar en la final a la URSS como la última gran Yugoslavia unificada, la guerra los separó y los convirtió en símbolos de sus respectivas trincheras cuando, momentos después de haberse coronado en el pabellón de Luna Park, Divac le arrebatara una bandera croata a un aficionado que había invadido la duela. 

Meses después estalló la guerra y Divac y Petrovic rompieron relaciones de manera definitiva, pese a que coincidieron en la NBA de principios de los 90. La esperada reconciliación llegó demasiado tarde, con Divac visitando la tumba de Petrovic en el cementerio de Mirogoj, en Zagreb, la capital croata. El entonces escolta de los Nets de Nueva Jersey, el epítome del mito inacabado, murió en un accidente de tránsito en Denkendorf, Alemania, cuando se desplazaba junto a su novia, Klara Szalantzy, y una amiga, la jugadora turca Hilal Edebal, de Frankfurt a Munich en la antesala del Eurobasket de 1993.

Menos trágica, aunque quizá bastante más estridente, ha resultado la ruptura entre el cineasta Emir Kusturica (nacido bosnio y musulmán, pero luego autoreconocido como serbio y convertido al cristianismo ortodoxo) y el músico Goran Bregovic (serbobosnio hijo de una serbia y croata, casado con una bosnia musulmana), responsables de la irrepetible Underground, una delirante renconstrucción sobre la Yugoslavia unificada del siglo XX, desde la invasión nazi a Belgrado, pasando por el régimen socialista de Tito, hasta las guerras separatistas de los 90. 

Tras el éxito de la cinta, que le permitió a Kusturica amasar su segunda palma de oro en Cannes y a Bregovic granjearse una sólida reputación como compositor y el gran estandarte de la música balcánica, se rompió cualquier tipo de relación entre ambos. “Con Bregovic la amistad se agotó, como suele ocurrir en muchas ocasiones”, explicó el realizador en una visita a México en 2005. Al respecto, el músico manifestó que, a diferencia de Kusturica, a el no le gusta “estar en el show business” y que, a veces, la forma de exponerse del cineasta le da “tristeza”, puesto que antes, durante la época en la que montaron Tiempo de gitanos, era un tipo “casi normal”. 

En otra entrevista mucho más reveladora, Kusturica dijo que el legado de Bregovic se reducía a “rearreglar la música de otra gente y decir que era de él”. La verdad es que la relación, deteriorada durante el caótico rodaje de Underground, la última película en la que trabajaron juntos, tomaría un punto de no retorno tras la desconcertante cercanía de Kusturica con el político y ex líder serbio Slobodan Milosevic, acusado de genocidio y crímenes contra la humanidad por su papel en los conflictos de Bosnia (1992-1995), Croacia (1991-1995) y Kosovo (1998-99). 

Aunque mucha gente sigue pensando que la música de Gato negro, gato blanco también es obra de Bregovic, lo cierto es que la cinta simboliza el fin de la colaboración entre ambos y el prólogo de una ruptura irreconciliable entre dos genios surgidos del mismo contexto y la misma ciudad, Sarajevo, que tomaron caminos artísticos y políticos diametralmente opuestos tras la desintegración de Yugoslavia.

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