Los 90: Blast from the past
Corte final

Crítico de cine, investigador, programador y tallerista. Fundador y director editorial de Cinegarage, proyecto enfocado a la crítica cinematográfica en todas sus manifestaciones. Guionista, productor y anfitrión del podcast Cinegarage que se publica desde hace 10 años. Miembro del LatAm Critics Award for European Films. Jurado en diversos festivales de cine nacionales e internacionales. Colaborador especializado de distintos programas y proyectos como BBC Culture y Prisma RU de Radio UNAM.

Fan total de David Bowie y puedes encontrarlo en: IG y X.

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Foto: Instagram / Warner Bros Mx

Uno abre la computadora y se da cuenta, a través de los comentarios de otras personas, que es muy probable que el planeta haya ejecutado un salto cuántico que nos ha devuelto al pasado. En esa mañana de calles mojadas y sol de verano, alguien ha dicho ya –ante el estreno en cines de El cuervo (en su versión emo), Beetlejuice (la secuela), una nueva entrega de la serie cinematográfica Alien (dirigida por Fede Álvarez)– que parecería que estamos de regreso en los 90.

A ello hay que sumar la inevitable gira de Fito Paez, conciertos de Caifanes y una serie de televisión con la familia de Julio César Chávez. En estos años, en los que se ha encumbrado la frase “la nostalgia vende”, no podemos sino aceptarlo y saber que, si nos decidimos a ver la secuela de Beetlejuice a 36 años de haberse estrenado la película original, tenemos que aceptar que, por lo menos, hemos mordido el anzuelo.

Pero también se tiene que admitir que no es lo mismo pagar para satisfacer nuestra nostalgia (que ya de subterránea tiene poco), que aceptar con astucia y de buena gana un golpe del pasado. ¿Cuál es la diferencia? Una nos convierte en consumidores pasivos, una posición que nos viene bien pero solamente de vez en cuando. Pero la otra nos abre la posibilidad de activar nuestros hábitos –en este caso cinéfilos– para recuperar el mango de la sartén.

En otras palabras, tener de regreso películas que desde lo temático fueron representativas de su tiempo (como ocurrió con El cuervo, Beetlejuice y toda la saga Alien), debería hacernos pensar qué es lo que cuentan y representan de los tiempos actuales sus nuevas versiones y secuelas. ¿Por qué el fantasma Beetlejuice y el vengador El cuervo limaron los afilados dientes de los 90 para convertirse en versiones mucho más familiares y hasta complacientes? ¿Quién decidió eso y qué dice ese hecho de nosotros y de los años 20 del siglo XXI que, tras a pandemia, se pronosticaban como libertinos, salvajes y desbocados?

Ello implica, por supuesto, revisar las primeras versiones, detectar que si Alien fue, a través de la ciencia ficción, un señalamiento al corporativismo que hoy es una triste realidad, hoy se inclina más hacia el terror de casa embrujada dejando casi de lado aquel discurso. ¿Por qué? O mejor aún: ¿qué nos vende la nostalgia?

Y sí, revisar las primeras versiones cuesta, es caro y nos convierte, desafortunadamente, en el alimento de ese corporativismo (para seguir en el tema Alien). Pero al ejercitar nuestra apreciación nos hará entender mejor nuestros tiempos a través de películas que, si tenemos los antecedentes frescos, probablemente disfrutaremos mucho más.

El golpe del pasado, voltear a las raíces de lo que se nos quiere vender a través de la nostalgia, debería ser aprovechado (en lo posible y ante la carencia de muchos más cine clubes populares) para debatir nuestros cines, los comerciales, los artísticos, los de autor (Tim Burton es, digan lo que digan, un autor). Es un debate que puede hacerse en solitario, pero que nos puede llevar después a espacios donde las ideas y las impresiones nos saquen de la mera apreciación técnica de las películas (“este Beetlejuice tiene mejores efectos que el de 1988”, dijo ya alguien por ahí), para entender nuestros tiempos y nuestras ideas a través del cine que nos rodea o, como está ocurriendo ahora, a través del cine que nos vuelven a vender.

Si el corporativismo nos inunda de historias que capitalizan por anticipado (ver a Winona Ryder y Michael Keaton, juntos de nuevo, es una oferta irresistible), tenemos que aceptar la oportunidad de inyectar nuestra reflexión frente esa reventa descarada y ventajosa.

Muchos críticos y analistas acartonados dirán que no vale la pena acercarse a ese cine y, en consecuencia, a pensarlo y analizarlo. En parte tienen razón, pero en la más importante se equivocan. En un país donde el cine es tan caro como en México y en el que la gente debe ejercitar su derecho al ocio de la mejor manera, tenemos que procurar que ese disfrute satisfaga sus curiosidades y sus gustos, todos aceptables, pero que después haya algo, un extra que haga crecer el músculo cinéfilo de quien deja buena parte de su salario en las taquillas mexicanas.

Si esa oportunidad llega gracias a un golpe del pasado como el que vivimos actualmente, quienes podemos salir ganando seremos nosotros aunque la meta todavía se vea lejana. Vean Beetlejuice, Beetlejuice sin vergüenza. Pero véanla en realidad.

Feliz regreso a los 90.

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