París 2024, ¿y las Olimpiadas en la pantalla?
Corte final

Crítico de cine, investigador, programador y tallerista. Fundador y director editorial de Cinegarage, proyecto enfocado a la crítica cinematográfica en todas sus manifestaciones. Guionista, productor y anfitrión del podcast Cinegarage que se publica desde hace 10 años. Miembro del LatAm Critics Award for European Films. Jurado en diversos festivales de cine nacionales e internacionales. Colaborador especializado de distintos programas y proyectos como BBC Culture y Prisma RU de Radio UNAM.

Fan total de David Bowie y puedes encontrarlo en: IG y X.

París 2024, ¿y las Olimpiadas en la pantalla? París 2024, ¿y las Olimpiadas en la pantalla?
Las televisiones de gran parte del mundo se sintonizaron para lo anunciado con bombo, platillo y croissants: la inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024 iba a ser televisada, como en las últimas décadas, al resto del mundo. Foto: Envato Elements

Las televisiones de gran parte del mundo se sintonizaron para lo anunciado con bombo, platillo y croissants: la inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024 iba a ser televisada, como en las últimas décadas, al resto del mundo.

El otro anuncio tenía a todo mundo vuelto loco: la ceremonia y la fiesta para comenzar los Juegos Olímpicos no iban a ocurrir en ningún estadio sino a lo largo del Sena que, se presumía, estaba ya tan limpio que los competidores y las competidoras del triatlón iban a realizar la parte acuática de su especialidad en el río. Aunque después vimos que, en realidad, las aguas siguieron tan contaminadas como los políticos que presumieron haberlas limpiado.

La fiesta inaugural fue todo un suceso que nos llevó desde el metal pesado de Gojira y un show grand guignol, hasta el renacimiento del pop de altura con Céline Dion cantando en el primer piso de la torre Eiffel.

Unos ganaron y otros perdieron. Quienes con anticipación consiguieron un sitio a lo largo del río para disfrutar del show, probablemente sólo vieron desfilar una o dos barcazas cargadas de deportistas. ¡Ganamos quienes los vimos en televisión!

El evento estuvo diseñado para disfrutarse en las pantallas y únicamente en las pantallas.

Sumando el enorme trabajo de producción en las consolas de transmisión (los directores de cámaras deben ser unos genios), los Juegos Olímpicos de París ya se dejaban ver como históricos. Fue, probablemente, la primera vez que la inauguración de los Juegos se pensó y ejecutó para una transmisión en directo, dejando completamente de lado la experiencia presencial.

Lo audiovisual fue, claramente, el riel de ideas que acompañó a los atletas en esos diecisiete días.

¿Qué ocurrió después?

Durante las competiciones y con los primeros resultados, en redes como la nefasta X (antes Twitter), la pus emocional inundó las conversaciones alrededor de los Juegos Olímpicos y, en particular, sobre los deportistas mexicanos sin medalla olímpica, a los que se les tachó de irresponsables y fracasados.

Son los mismos deportistas que consiguieron, además de las 5 medallas, 19 diplomas olímpicos.

Con ello se acomodaron en la élite del deporte universal, según parámetros y dictámenes del propio Comité Olímpico Internacional: dos cuartos lugares, siete quintos, tres sextos, tres séptimos y cuatro octavos puestos en deportes en los que (en su mayoría) cuatro décimas de punto son la diferencia entre obtener o no una medalla.

Acerquémonos ahora a quienes estuvieron encargados de comunicar y contextualizar a los competidores:

En varias ocasiones esos medios y esos comentaristas chocaron con lo que las imágenes narraban por sí mismas.

En unos Juegos en los que se rompieron récords considerados eternos (resultado de mejor ciencia deportiva y materiales para competir), muchos de los comentaristas mexicanos (hombres y mujeres), y seguramente siguiendo órdenes ejecutivas, mantuvieron un discurso pasado de moda y rebasado por la realidad.

Más veces de las que se quiso las frases “echaleganistas”, “sisepuedenciosas” y “vengamexicanistas”, alimentaron los aires con pensamiento mágico, tan malo para observar deportes y tan bueno para generar desilusión gratuita en quien ve todo eso por la tele.

Comparando las transmisiones de canales mexicanos con las de otros países, tras un cuarto de siglo, estos últimos parecen haberse dado cuenta de que ni las nacionalidades son ya tan importantes (piensen en atletas hijos e hijas de migrantes) y que en Juegos Olímpicos, como los que tuvimos y como los que vendrán, la competición debe ser observada con rigor distinto para, irónicamente, hacer de ella una experiencia emocional y emocionante, no importa quién compita ni tampoco quién gane (aunque no lo vamos a negar, siempre es mejor cuando gana quien queremos que lo haga).

Curioso que la frase “lo que importa no es ganar sino competir” –corazón de los Juegos Olímpicos– haya recorrido tanto para hacerse presente como nunca en unos Juegos 100% mediáticos. El medio sigue siendo el mensaje.

Lo ocurrido en la opinión pública mexicana, y lo que pudo verse en buena parte de los programas de análisis y comentarios que cubrieron los Juegos, es síntoma de lo rezagado del tema en México.

En esos programas se pronosticaron medallas sin análisis ni rigor, para después lanzar porras en momentos decisivos o descalificar el esfuerzo de los atletas.

Rebasar un tope de premios (y todas las delegaciones olímpicas lo buscan cada cuatro años) es una buena meta, pero si el análisis real de la situación del deporte en México pronostica números bajos, debió comunicarse eso. Al no hacerlo, demostraron desconfianza a la audiencia a la que, se nota, siente incapaz de sintonizarles sin un anzuelo barato y ramplón.

Hoy esos medios señalan (con razón) la falta de apoyo hacia los deportistas olímpicos de parte de gobierno e instituciones. Eso es real. En México es indispensable un nuevo empuje en el deporte, desde las bases hasta el alto rendimiento. Más y mejor deporte como política de gobierno no puede sino traernos beneficios de todo tipo.

Pero, si ante la demanda de apoyos los medios obvian la autocrítica, poco podrá hacerse para crear un círculo virtuoso. Reclaman que sólo hay apoyo durante los Juegos y que nada se hace en los otros cuatro años de Olimpiada. Y lo hacen con razón. Pero al ver cómo, en redes y programas de tele, se alimentaron las hogueras contra los competidores cuando las medallas esperadas no correspondieron con las recibidas, como audiencia tenemos todo el derecho de demandarle lo mismo a programas deportivos, secciones en noticieros y segmentos de análisis.

El público –ese que devoró las transmisiones de los Juegos Olímpicos– merece tener y seguir en las pantallas a los deportistas que se desarrollan en este país. Ocurre muy pocas veces, casi siempre en la televisión de paga y en horarios malagradecidos. Las secciones deportivas deben abrir todo el año espacios a competiciones, torneos, campeonatos, giras, exhibiciones en donde participen deportistas nacionales, en lugar de mantener las pantallas abarrotadas de juegos de futbol con estadios vacíos que, además, se repiten ad infinitum.

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Sumando el enorme trabajo de producción en las consolas de transmisión (los directores de cámaras deben ser unos genios), los Juegos Olímpicos de París ya se dejaban ver como históricos. Foto: Envato Elements

¡Si un país desconoce a sus deportistas no podrá reconocer sus logros ni comprender sus tropiezos!

Pocos, muy pocos noticieros, comenzaron el lunes 12 de agosto con un recuento real de lo logrado por la delegación mexicana en los Juegos. Muchas menos secciones deportivas mostraron algo realmente significativo o mencionaron siquiera al siguiente capítulo: los Juegos Paralímpicos. Casi todas, “apanicadas”, volvieron instantáneamente al refugio del análisis del futbol, del cual buena parte de los comentaristas de este país odia desplazarse.

La demanda de resultados a los deportistas es válida, pero lo es más si detrás existe conocimiento de sus logros previos, de sus tropiezos y si, al lado de programas deportivos (que hablen de deportes y no solamente de futbol), hay una expectativa real y no sobredimensionada.

La demanda a gobierno e instituciones es indispensable si, tras ese análisis, el público conoce los caminos de los deportistas y si, tras ese análisis, se busca mejorar los resultados.

Como audiencias debemos exigir a los medios que ese mismo rigor lo apliquen a sus secciones deportivas. Que acompañen y muestren a la gente, a los deportistas nacionales y cuerpo de entrenamiento, ganen o pierdan, sea el deporte que sea.

El rating de la Fórmula Uno debería permitir ejecutar algo de compromiso abriendo espacios reales, vivos y activos a otros deportes, especialmente si en ellos participan atletas mexicanos. La identificación con esos deportistas se ejecuta del lado de las audiencias. Pero el inicio, en gran parte, está en medios reales y comprometidos. Parece que en cuestión deportiva no los tenemos.

Los Juegos Olímpicos serán cada vez más mediáticos. Los medios y lo que muestran en sus pantallas deben madurar. Y apenas están a tiempo. Si París, sus edificios y calles, atrajeron como escenografía de lujo la atención de un público tan menospreciado como el mexicano, Los Ángeles –con Hollywood en su corazón– tomará gustoso la estafeta y hará de la pantalla algo que apenas hoy podemos comenzar a imaginar. No se van a quedar cortos y las pantallas serán aún más protagónicas.

Hoy, como nunca, las opciones de las audiencias están al alcance de un clic. En cuatro años esa distancia será menor. Cambiar de canal puede ser una opción. Sería nefasto que, como hoy, en 2028 siguiera siendo una necesidad.

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