Mi reino por una narrativa
Economía Aspiracionista

Manuel Molano es un economista con experiencia en el sector público y privado. Es asesor en AGON Economía Derecho Estrategia y consejero de México Unido contra la Delincuencia. Twitter: @mjmolano

Mi reino por una narrativa Mi reino por una narrativa
Foto: Guía de programación del canal TCM en 1998

En 2012 se hizo viral una descripción del Mago de Oz en el teleguía de la cadena TCM, aparecida en 1998. Rick Polito, el escritor, describió la película así: “Una joven se ve transportada a un paisaje surrealista, asesina a la primera persona que conoce, y hace equipo con tres extraños para matar de nuevo”. 

Usted vio la película, como la vimos millones de seres humanos desde que Judy Garland cantaba Sobre el arcoíris bajo un cielo sepia en 1939, que luego, gracias a la magia de la tecnología, se produjo de nuevo en color. Wikipedia registra al menos 170 versiones de la canción. La influencia de la película en el imaginario popular, en el espíritu de los artistas, es innegable. Durante los años hemos visto aparecer la historia como metáfora de lo que se les ocurra: desde el espíritu inquebrantable, la posibilidad de sobreponernos a nuestras limitaciones o lo pequeño que se ve el poder una vez que se le quita toda la parafernalia que lo rodea. 

En realidad, la película fue una versión póstuma sobre el libro que dio origen al guion fílmico, su autor, L. Frank Baum (1856-1919), dijo: “El maravilloso Mago de Oz se escribió exclusivamente para complacer a los niños de hoy. Aspira a ser un cuento de hadas modernizado, en donde la sorpresa y el gozo se retengan, y no haya penurias ni pesadillas”. Aún así, la biblioteca pública de Detroit en 1957 prohibió el libro, por “no aportar valor a los niños”. Desde el hecho que Dorothy era líder (cosa que no era bien vista), hasta su promoción de la brujería. Un caso judicial en Tennessee buscaba eliminar el libro de la currícula escolar bajo el argumento de la imposibilidad teológica de la existencia de bruj@s buen@s. Incidentalmente, la saga de Harry Potter sufrió ataques similares. Es una idea poderosa: no hay gente buena ni mala. La gente actúa de acuerdo con su ética e incentivos. Estigmatizar a alguien por su título profesional de nigromante no es una buena idea, aunque la hechicería quepa en el campo de la fantasía.

Aquí lo importante es la narrativa. Los seres humanos aprendemos jugando, y oyendo cuentos, desde nuestra infancia más temprana. Si logramos construir una narrativa que cautive a los demás, que se “viralice”, en el lenguaje de nuestros tiempos, los hechos que sustenten a esa narrativa realmente no tienen ninguna importancia. 

Esto es particularmente doloroso para los que tenemos alguna pasión por la ciencia, con sus precisiones, su método estricto, sus matemáticas y estadísticas ordenadas y sus resultados sustentados en los hechos. Nada de eso importa. Si yo invento un diablo, lo llamo “neoliberal”, y le cargo el muerto de todo lo que salió mal en los últimos 30 años, es muy posible que mi narrativa tenga un mayor peso que la de un doctor en estadística o economía, explicando el progreso humano, o nacional, durante esos 30 años, simplemente porque mi narrativa apelará a un sentimiento, no al raciocinio. Es más fácil sentir e instintivamente odiar que analizar los hechos. 

Los liberales del mundo hemos tratado de que cada uno piense lo que le venga en gana, sin importar si se trata de religión, vida o buenas costumbres. La competencia, pensamos, haría que las buenas ideas prevalecieran por encima de las malas. Los gobiernos totalitarios, autoritarios o represivos entienden muy rápidamente que es necesario que todos pensemos parecido. Si lo que nos une es una idea absurda o imposible, mejor aún. Los racionalistas que traten de atacar esa idea son los que parecerán locos. 

La sociedad construyó, hasta finales del siglo pasado, una jerarquía social en donde la opinión de los expertos pesaba más que la de la gente común. La tecnología rompió ese orden. Cada uno puede creer en lo que le dé la gana, pero las malas ideas no se mueren, y las buenas no sobreviven. Si queremos que la especie sobreviva, necesitamos saber distinguir unas de otras. 

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