Columnista. Empresario. Chilango. Amante de las letras. Colaborador en Punto y Contrapunto. Futbolista, trovador, arquitecto o actor de Broadway en mi siguiente vida.
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Online
Mientras opinamos desde nuestro celular, debatimos en redes anónimamente y nos reímos de los memes viralizados, afuera, en el mundo real, se nos escapan abrazos, conversaciones, miradas, silencios cómodos y largas sobremesas.
Mientras opinamos desde nuestro celular, debatimos en redes anónimamente y nos reímos de los memes viralizados, afuera, en el mundo real, se nos escapan abrazos, conversaciones, miradas, silencios cómodos y largas sobremesas.
¿Y si dejamos que la inteligencia artificial sea la que opine, debata y discuta en las redes sociales mientras nosotros nos dedicamos a vivir?
Digo esto, porque analizando unas gráficas, encontré que de 1930 a mediados de los años sesenta del siglo pasado, las personas dedicábamos la mayor parte de nuestro tiempo a los amigos, la familia y las escuelas. De ahí en adelante hasta finalizar el milenio, el tiempo era distribuido entre amistades, compañeros de trabajo, bares, restaurantes y la familia.
A partir de los primeros años del año dos mil, la irrupción de internet y las redes sociales comenzaron un ascenso vertiginoso, para el 2012 estar “Online” ocupaba la posición número uno desplazando a los amigos, los compañeros de trabajo y la familia.
De ahí en adelante estar “Conectados” ocupa más del 60% de nuestro tiempo, los amigos ocupan menos del 14% de nuestro tiempo. Todas las demás actividades no rebasan el nueve por ciento y las relaciones con nuestros vecinos se fueron a la parte más baja de la gráfica, ejemplificando así, el poco compromiso, el miedo y la apatía que tenemos con nuestra comunidad más cercana.
Actualmente se habla de cómo las redes sociales, la inteligencia artificial y la digitalización son una serie de herramientas que nos deben permitir vivir mejor, pero ¿realmente es así?
Cuando uno se sube al metro, cuando veo a un grupo de estudiantes esperando afuera de la escuela, cuando observo a los trabajadores en su tiempo libre o a los niños sentados en un restaurante con sus papás, lo que resalta es, en su gran mayoría, una sociedad enajenada con las pantallas y sumergidos en la vida de otros. Ocupan el mismo espacio físico, pretendiendo ser quienes no son, sentados en la misma mesa, pero más separados que nunca.
Porque mientras opinamos desde nuestro celular, debatimos en redes anónimamente, nos reímos de los memes viralizados, buscamos consejos en una nueva aplicación o perseguimos efectividad en la digitalización de la cotidianidad, afuera, en el mundo real, se nos escapan abrazos, conversaciones, miradas, silencios cómodos y largas sobremesas. Se nos escapa la vida.
Los pacientes graves que están en terapia intensiva necesitan estar día y noche conectados a una máquina para sobrevivir, repito, para sobrevivir, no para vivir. En esta vida si lo que queremos es vivir y no solamente sobrevivir, habrá que desconectarnos de las máquinas un poco más, porque el apocalipsis no está en que la tecnología haga el trabajo por nosotros, sino en que nos desconectemos entre nosotros.
Hoy vale la pena que te detengas un minuto a pensarlo, porque de seguir así, un día despertarás y no sabrás cómo empezar una nueva conversación con tu pareja, cómo bailar, cómo tener un amigo, cómo subir las escaleras sin cansarte, cómo pegarle a una piñata, cómo escribir, cómo llegar a un acuerdo ni cómo sobrevivir desconectado.