Ucrania está actualmente en los titulares. Pero un nuevo mundo de conflictos está a punto de estallar…
Un soldado japonés: Japón decidió prácticamente duplicar su gasto en defensa. Foto: Toru Yamanaka/AFP/Getty Images

Fue un buen año para enterrar las malas noticias –y las malas acciones–, como pueden atestiguar un puñado de dictadores, asesinos variados y regímenes represivos o antidemocráticos. En Myanmar, Yemen, Malí, Nicaragua, la República Democrática del Congo, Somalia y Afganistán, por nombrar algunas zonas en crisis, los abusos atroces y la miseria implacable atrajeron un escrutinio internacional relativamente escaso y superficial.

La principal razón de las limitadas perspectivas de 2022 es, por supuesto, Ucrania, el mayor conflicto de Europa desde 1945. Esto no quiere decir que Tigray o Guatemala, devastadas lentamente por la guerra y la corrupción, hubieran sido de otro modo noticia mundial. La cruda realidad: el interés occidental por los conflictos del mundo en desarrollo suele ser limitado.

No obstante, Ucrania, desde la perspectiva de Europa y Norteamérica, y sobreponiéndose a otras crisis estratégicas y humanitarias, ha monopolizado la atención política y mediática, los esfuerzos de ayuda y asistencia, y el imaginario colectivo en un grado sin precedentes. Los aumentos derivados del costo de la vida han hecho que la guerra repercuta en los países occidentales.

A pesar de todo, otras crisis internacionales, actuales o inminentes, exigirán más atención y recursos en 2023. Tres campos de batalla geopolíticos en particular podrían ser más difíciles de ignorar: el comportamiento dominante de China en Asia oriental, el embrollo de Medio Oriente y las tensiones entre Estados Unidos y Europa.

En este momento se desconoce si los acontecimientos externos y el cambio de prioridades terminarán mermando la capacidad de Ucrania para resistir y derrotar a Rusia. Que así sea constituye sin duda la mayor esperanza de Vladimir Putin. A pesar de su admirable valentía, los ucranianos dependen más que nunca del apoyo ilimitado de Occidente, principalmente de Estados Unidos, de cara a su segundo año de guerra.

¿Podrían verse cada vez más marginados, especialmente si la guerra se convierte en un estancamiento prolongado? Las crecientes tensiones militares en Asia oriental exigen una atención particular, como lo demuestra la sorprendente decisión de Japón de duplicar prácticamente su gasto en defensa.

Japón es el noveno país del mundo con mayor gasto militar. Ahora pasará a ocupar el tercer puesto, detrás de Estados Unidos y China. Y lo que resulta más significativo, este cambio marca una ruptura brusca, si no el fin, de la tradición pacifista del Japón posterior a 1945, que prohibía, por ejemplo, la implicación en conflictos exteriores. Sorprendentemente, las encuestas sugieren que cuenta con un fuerte apoyo público.

¿Qué está impulsando este cambio? Los mismos factores que han inducido a Corea del Sur y a otros países de la región a elevar su nivel militar, propiciaron la formación de Aukus (el pacto de seguridad entre Australia, el Reino Unido y Estados Unidos) y están fomentando una mayor cooperación en el marco de la asociación de diálogo cuadrilateral (“Quad”) (Estados Unidos, India, Japón y Australia).

Todos estos países albergan un temor común: China. Beijing está ampliando enérgicamente su alcance militar regional. Mantiene viejas disputas territoriales con sus vecinos, entre ellos Japón e India, y está creando otras nuevas en el Mar de la China Meridional. La semana pasada, sus fuerzas volvieron a asediar a Taiwán por aire.

La preocupación justificada de que China pueda intentar, en 2023, cumplir la amenaza de Xi Jinping de tomar Taiwán por la fuerza tiene ocupados a los estrategas del Pentágono. ¿Podría Estados Unidos enfrentarse de forma realista tanto a China como a Rusia, defendiendo eficazmente a Taiwán y Ucrania al mismo tiempo?

Cuando el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, sugirió hace poco que Ucrania debía considerar la posibilidad de entablar negociaciones de paz, posiblemente estaba pensando en este escenario de pesadilla de guerra en dos frentes. Quizás, al igual que Japón, también estaba pensando en un tercer adversario potencial, Corea del Norte y la proliferación de sus misiles con capacidad nuclear y sus drones.

Medio Oriente, que durante décadas ocupó un lugar central en la política exterior estadounidense, ha estado relativamente desatendido desde que se produjo la debacle de George W. Bush en Irak y la evasión de Barack Obama en Siria. No obstante, el 2023 podría ser el año en el que una serie de problemas originados por este distanciamiento estadounidense lleguen a su punto crítico.

Benny Gantz, ministro de Defensa saliente de Israel, predijo la semana pasada una nueva escalada sangrienta en la ocupada Cisjordania derivada de la decisión del primer ministro Benjamin Netanyahu de otorgar autoridad ministerial sobre la zona a sus socios de coalición antiárabes. La violencia en la que están implicados el ejército israelí, colonos judíos y palestinos alcanzó niveles récord en 2022.

Irán se encuentra también al borde de la crisis, debido a las amplias protestas contra el gobierno y a que las negociaciones nucleares con Occidente se enfrentan a un fracaso inminente. Aunque Irán realice concesiones drásticas, es difícil imaginar que el presidente estadounidense, Joe Biden, llegue a un acuerdo con un régimen que asesina y tortura activamente a sus mujeres jóvenes.

Una confrontación militar directa (y no encubierta) entre Israel e Irán podría ser una de las consecuencias de la ruptura definitiva de Occidente con Teherán. Eso, a su vez, podría atraer a Irak y Siria –otro asunto pendiente de Estados Unidos–, así como a Rusia. Mientras tanto, Recep Tayyip Erdoğan, el líder turco que se enfrenta a dificultades electorales, podría volver a atacar a los kurdos radicados en Siria con el fin de distraer la atención de sus errores cometidos en el ámbito nacional.

Los ucranianos que se preguntan qué les deparará 2023 también tienen motivos para preocuparse respecto a la unidad y la capacidad de resistencia de Estados Unidos y Europa. Las divisiones entre los países de la Unión Europea en torno a las negociaciones con Rusia pueden acentuarse a medida que avance la guerra. Y en Washington existe un creciente resentimiento por el hecho de que Estados Unidos esté asumiendo la mayor parte de los riesgos en Ucrania y pagando la mayor parte de los gastos (48 mil millones de dólares y contando), mientras que los europeos supuestamente vuelven a la carga.

En términos más generales, los lazos transatlánticos están a prueba de nuevo por los elementos proteccionistas incluidos en la histórica legislación comercial y tecnológica de Biden, los cuales han indignado a Bruselas. Una cuestión más fundamental y sorprendente, en vísperas de las elecciones presidenciales previstas para 2024, está relacionada con la solidez y la integridad de la democracia estadounidense en la era de Donald Trump.

¿Quién sabe? Tal vez Putin sea destituido de forma humillante. Quizás Biden y Xi harán las paces. Tal vez la paz en Palestina no sea un espejismo después de todo. Una cosa es segura en 2023. Ucrania seguirá recibiendo más apoyo y atención que Afganistán y docenas de países más pobres, igualmente en conflicto y de menor importancia estratégica en conjunto.

Mientras las grandes potencias libran sus batallas mundiales, la miseria y el caos persistirán en estos países menos favorecidos, en gran medida sin control e inadvertidos. ¡Feliz año nuevo!

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