Pepe Arévalo falleció este viernes a las 86 años de edad, pero más allá de hablar de su muerte, es importante recodar el gran aporte que hizo a la música afroantillana en México. Este pianista no sólo trabajó con personalidades como Daniel Santos y Toña la Negra, también ayudó a forjar todo un movimiento para defender lo que hoy llamamos “salsa”.
“La rumba es cultura” fue un movimiento gestado por músicos, productores, empresarios y representantes de la cultura para quitar el estigma que tenía la música “tropical” en México, específicamente la que venía de Cuba y se denomina como afroantillana.
Arévalo conoció a Froylán Lopez Narváez, un profesor universitario, en el Bar León para forjar los inicios de este movimiento: llevar a la comunidad académica a este cenote de música afroantillana para que la conocieran y aprendieran sobre su complejidad. Más adelante se les unió Pancho Cataneo, para así formar la triada que le diera vida a dicha corriente cultural.
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Gracias a este proyecto, la música de Pepe Arévalo tuvo todavía más resonancia, sobre todo el clásico “Oye, Salomé”, el cual ya habían grabado anteriormente El Gran Combo de Puerto Rico y Yimbola Combo pero con el nombre de “Falsaria”.
Mientras en Nueva York se terminaba de forjar lo que terminó por llamarse salsa, que según Pepe Arévalo no es más que música cubana con arreglos e instrumentos nuevos, en México comenzaba a tomar más fuerza el movimiento “La rumba es cultura”. De tal suerte que al Bar León llegaron a asistir personalidades como Carlos Monsiváis, Gonzalo Celorio, Paco Malgesto y muchos más para escuchar este tipo de música.
“En pleno movimiento de la salsa me di cuenta que sí tenía un sentido y que estaba muy bien enfocado, porque se acabó aquel concepto erróneo de mucha gente de que la rumba, el chachachá y el mambo eran para cabaretuchos y lugares de mala muerte, porque, y aquí fue muy interesante como fenómeno sociológico, los que realmente hicieron el movimiento fueron los de la clase media y alta. Comencé a tocarles a los secretarios de Estado, al presidente, a los hijos de los ministros, etcétera”, es lo que se lee en el fabuloso libro biográfico de Pepe Arévalo que escribió el investigador Rafael Figueroa.
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Aunque el Bar León cerró sus puertas hace más de dos décadas, ademas de que Pepe y Froylán han partido, su trabajo y esfuerzo sigue más vigente que nunca. El movimiento sonero en México sigue en pie con todo y sus inclemencias, para así defender que aquí también se hace buena música y es para todas clases sociales, sin importar raza, religión o cualquier condición.
Con la muerte de Pepe se cierra un capítulo de este movimiento, pero no es el fin completo. Ahora queda en manos de los músicos, investigadores, productores, intelectuales y todo aquel que se quiera sumar a seguir defendiendo el legado y trabajo de la música afroantillana en México.