Poesía entre tragos de caguama
'Tu lengua en mi boca' es un libro que se va en un suspiro, pero que cala hondo ya que, conforme avanzamos cada página, nos provoca sed por la vida, el desparpajo ante las reglas no escritas y las escritas también.
'Tu lengua en mi boca' es un libro que se va en un suspiro, pero que cala hondo ya que, conforme avanzamos cada página, nos provoca sed por la vida, el desparpajo ante las reglas no escritas y las escritas también.
“Los calientes siempre andan buscando”. Futuro
Como un viaje hacia dos universos, casi como los que se echa Berta, la protagonista de Tu lengua en mi boca. Así es la ruta de la más reciente novela de Luisa Reyes Retana, un libro potente que desde la portada –con ilustración de Mónica Loya– nos advierte que las mujeres que habitan cada párrafo no tienen, como se suele decir, pelos en la lengua.
Pelangocha, en el sentido de no poner freno a los pensamientos de las protagonistas, la novela de Reyes Retana es una especie de “libro sobe ruedas”: a partir de la ida de Berta a la escuela en el auto de su tía Ligia –esa que sobrevivió al 85 como ella y que acaba de morir– es entonces que nos subimos al auto viejo junto con una maleta llena de libros y las cenizas de la tía. El destino es la Zona del silencio, lugar en el que una vez contó Ligia que conoció a su mujer, con harto calor, escenarios áridos y una idea prejuiciosa de que la sola palabra de Torreón le suena a culebra y a balazo. Berta se queda varada en dicha ciudad, el auto no da más, deberán repararlo y sin percibirlo, en ese ajuste de cigüeñal, válvulas y pistones, a la propia narradora también le harán un ajuste cada noche. Cuando las adolescentes sin reparo se instalan en el baldío colindante a su hotel, es entonces que la poesía hace lo suyo. Tu lengua en mi boca deja al descubierto esa entraña de la psique, el cuerpo femenino y la cachondería.
Relato cercano para muchas que vivieron en carne propia el momento en el que la Ciudad de México se partió, que vieron como sueños, vidas y futuro se desmoronaron como polvorón de nuez, una historia que sigue viva y ha pasado ya entre varias generaciones como una sombra que con cada alerta sísmica se aviva, pero también es una lectura que abre la posibilidad a mirar esos chances que la vida nos da en los momentos que parece que ya no hay más y el agua nos llega al cuello.
En medio de ese recorrido de espíritu roto, tenemos a la Babis, la de calcetas de paso peatonal; Judas que es como la líder sindical; Márgara, la del cuerpote y paliacate de karateka, y Futuro, la pechugona de los chancros. Son cuatro mujeres muy jóvenes que viven en Torreón y en medio de un escenario incierto le agarraron gusto a la poesía, desde Octavio Paz, de quien dicen no se sabe si realmente es poeta, Sor Juana y su verso violador Mi cuerpo de labriego salvaje te socava, a Nicanor Parra, lo calificaron de poeta que nació muerto, mientras de Sabines aseveraron que tenía una concepción muy de la verga del amor. Todas son reflexiones que Berta escuchaba en silencio desde su cuartucho de hotel, mientras las morras compartían tragos de caguamas bajo la luz de la luna y las estrellas.
Un libro que se va en un suspiro, pero que cala hondo ya que, conforme avanzamos cada página, nos provoca sed por la vida, el desparpajo ante las reglas no escritas y las escritas también. Literatura feminista, de renuencia y amistad, que no quita la mirada de ese velo de violencia que día a día nos acecha a las mujeres, sobre todo a las del norte del país, pero decide darle un giro y mostrar esa fuerza femenina que emerge contra todo, del entusiasmo por plantarle cara a un destino que no estamos dispuestas a asumir.
Luisa Reyes Retana es maestra en derecho comparado por la Universidad de Berkeley, fundó Sicomoro Ediciones y un día escribió la novela Arde Josefina, con ella ganó el premio Mauricio Achar 2017. Para 2019 se fue como directora del Instituto Cultural de México en Alemania y hasta hoy sigue viviendo en Berlín. Mujer de mirada profunda y labios rojos cual carmín, la pluma de Reyes Retana fluye como metralleta y a un ritmo entre hip hop, norteñas y perreo nos deja un sabor de boca libertario con un corillo de “Yo puedo con todo”.