Tras la muerte de Yolanda Montes “Tongolele” en febrero pasado, la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México le rendirá un homenaje este sábado 22 de marzo en el Teatro Esperanza Iris. En este show dirigido por Patricia Kattkins y acompañado por la música de la Orquesta Atracción, se revivirá el ambiente de los años 50 cuando las mujeres aparecían contorcionando su cuerpo al ritmo de los tambores.
Aunque “Tongolele” nació en Washington, Estados Unidos en 1932, hizo su carrera en México, de donde era su padre. Durante los años 50 y 60 se convirtió en una de las bailarinas más famosas del cine, teatro y televisión. Su habilidad para bailar tahitiano, como ella misma lo confesaba, la llevó a quedar inmortalizada como una figura sensual, atrevida y pecaminosa para la rígida moral de aquella época.
En su tesis de maestría, Patricia Ruíz Rivera explica el complicado significado de la danza de rumberas para el cine, la televisión y la sociedad misma. Detalla que en esa filmografía se refuerzan desde los estereotipos de género y la hegemonía del Estado; hasta como el cuerpo de las bailarinas se usaba como un producto de consumo para espectador, y así también reforzar la idea de una realidad próspera que sólo estaba en la pantalla.
“El cine, en cuanto a industria de entretenimiento, es creador de ilusiones, de producción de capitales simbólicos, que impactan el modo de ser y de poseer, de estar y de obtener para la compra, venta y asimilación de las necesidades de la vida cotidiana del espectador. Porque a fin de cuentas, lo que se construye son relaciones entre lo útil y lo placentero, entre los deseos personales confrontados.
“Los cuerpos de las mujeres en este caso, en el particular del género de rumberas (las que venden caro su amor), por ejemplo, se vuelven objeto del sujeto-consumidor. Es decir, el espectador tiene la posibilidad de cargar de signos ese cuerpo mostrado y expuesto que además sugiere que sea para su consumo”, acota el sus conclusiones el texto “El cuerpo que danza en el cine de rumberas”.
Yolanda Montes saltó a la fama con su aparición en la película “Mataron a Tongolele” en 1948, para aquel entonces era la mitad del sexenio de Miguel Alemán Valdés, el presidente al que se le reconoce el inicio del periodo denominado “el milagro mexicano”. Con una Segunda Guerra Mundial en el panorama, el proteccionismo nacional impulsó la economía y la modernidad, o al menos esa era la realidad que el Estado quería que la gente observara.
Al inicio de los 50, ver a la avenida San Juan de Letrán llena de vida y con una oferta de entretenimiento amplia era símbolo de opulencia. Eso al menos se reflejaba en las películas de la época, donde la clase acomodada acudía a los cabarets con máteles blancos y copas de cristal a ver el espectáculo en turno.
Dicha realidad muchos no la vivimos, al menos no la gran mayoría. Me atrevo a decir que esa danza cambió de significado para nosotros, porque no gozamos de este contexto y se convirtió en un referente a nuestros padres o abuelos. Tal vez a una tarde de domingo en nuestra infancia mientras la persona más vieja de la casa veía el canal 9 con películas a blanco y negro.
Pero ese mensaje de opulencia, de un México mejor, sigue presente en muchos de nosotros. Nos intriga honrar ese pasado que no vivimos, pero que nos platican que fue bueno, aunque no tenemos la certeza de que así haya sido. Por eso es importante el homenaje que se le hará este sábado a Tongolele, porque no sólo es una muestra de respeto al trabajo de más de 70 años de la bailarina, también es un ejercicio de nostalgia para los que no la vimos bailar en el cenit de su carrera.
Hoy en día la imagen de las rumberas ha cambiado en algunos aspectos, la moral se hizo holgada y ahora no causa escándalo en que muestren su ombligo. Más que una figura atrevida, para muchos se convirtió en nostalgia y para otras de empoderamiento.
El salón Los Ángeles es muestra de lo anterior, ver cómo algunas mujeres maduras, o incluso adultas mayores, portan el vestido de rumberas y bailan al son del mambo o chachachá. Algunas más jóvenes deciden adaptar su vestimenta a su comodidad, pero siempre tratando de evocar una época que tal vez nos hubiera gustado vivir.
Gracias a Tongolele habemos muchas generaciones que hemos aprendido a darle un significado nuevo a su danza y a nuestro cuerpo mismo. Tal vez esa nostalgia de paso a un nuevo concepto que envuelva las necesidades de otras generaciones con mayor empoderamiento sobre lo que quieren expresar.