Tormenta del Desierto: la guerra a la que no fui
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Tormenta del Desierto: la guerra a la que no fui Tormenta del Desierto: la guerra a la que no fui
Foto: Cortesía

El jueves 16 de enero se cumplieron 34 años del bombardeo de Estados Unidos y una coalición de países aliados a Irak. La Operación Tormenta del Desierto fue la respuesta a la invasión del régimen de Saddam Hussein a Kuwait, ocurrida el 2 de agosto de 1990. El dictador iraquí quería controlar las reservas de petróleo del pequeño emirato, lo que provocó la intervención del gobierno de George Bush.

Tras el inicio del bombardeó, anunciado por el (entonces) imprescindible Jacobo Zabludovsky, ocurrió una de las escenas más bochornosas y recordadas de la historia de los noticieros mexicanos, cuando la corresponsal de Televisa en Tel Aviv, Érika Vexler “informó”, en un enlace en vivo, que Israel sufría un ataque nuclear de los misiles Scud disparados por Irak. Otras versiones indican que lo que la veterana periodista quiso comunicar era que la respuesta de Israel a la ofensiva de Bagdad sería con armas nucleares.

Lo que es un hecho es que la reiteración de la palabra “nuclear” de una Vexler presa del pánico, encerrada en el baño de su casa con su perro y su inolvidable cabellera roja y esponjada, a lo Ronald McDonald (o Cachirulo, para los más veteranos), se convirtió en un clásico. En un video encontrado en la red, se puede observar a un Zabludovsky consternado, que trata de confirmar la información con su recordada muletilla:

—¡Caramba!… ¿Cuál es tu fuente de esta información, Érika?

— No puedo yo ahora pensar ahora en asuntos de fuentes por razones obvias, dijo la veterana corresponsal, nacida en Chile.

El ataque nuclear no ocurrió, llovieron críticas por el manejo de la información por parte de Televisa y Érika desapareció de las pantallas de la televisora mexicana después de aquel errático episodio en la cobertura de un conflicto bélico que yo quise pelear.

‘Yo, no voy a la guerra’

Una tarde antes del inicio de la Guerra del Golfo, diversas organizaciones sociales convocaron a una marcha para pedirle al gobierno de Estados Unidos que no iniciara el ataque. La idea era hacer una cadena humana de la embajada estadounidense hasta la sede diplomática de Irak, en las Lomas de Chapultepec. Aunque fue una manifestación concurrida, no llegamos ni al Auditorio Nacional. Los asistentes regresamos a la columna del Ángel de la Independencia y ahí, después de escuchar algunos discursos, cantamos “Imagine” agarrados de las manos. Mientras canturreaba la canción de Lennon, una carta firmada por el teniente coronel John R. Runner II, jefe de la oficina de reclutamiento del ejército de Estados Unidos, fechada en Hanover, Maryland, viajaba hasta mi casa, en Coyoacán.

En 1990 la relación con mi papá era fatal porque me habían corrido de la preparatoria y en medio de la primera decepción amorosa de mi vida, mandé todos los cupones que encontré en mis viejas revistas de rock gringas para enlistarme en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos e ir a pelear a Irak. La única respuesta fue del Army, aunque mi sueño era formar parte del Cuerpo de Marines (USMC).

Aficionado a las películas de guerra, sobre todo a las que tienen que ver con Vietnam, “The Deer Hunter” (1978), “Apocalypse Now” (1979), “Pelotón” (1986), “Full Metal Jacket” (1987) y hasta “Good Morning Vietnam” (1987) y “Nacido el 4 de julio” (1989), por aquellos años usaba todos los días una desgatada camisola del ejército estadounidense que compré en un tianguis cerca de mi casa. Mi viejo me pidió que la tirara a la basura y me compró una chamarra de camuflaje que le encargó a uno de sus amigos traileros que cruzaban a Texas. ¡Quién quería usar una prenda nueva, fantaseaba con que la mía hubiera estado en combate!

La noticia del bombardeo estadounidense a Irak la vi en la cocina de casa de mi abuelita Licha y mientras escuchaba el episodio de Jacobo con la señora Vexler, pensaba en la marcha a la que había asistido y lo irresponsable de mandar los cupones a Estados Unidos. La sangre se me congeló cuando el 6 de febrero Pedro, el cartero de la zona, tocó el timbre de la casa para entregar un sobre amarillo que no entraba en el buzón. Con la leyenda “The next step on the road tu success (El próximo paso en el camino al éxito)”, el remitente era Army National Guard. El matasellos de la oficina postal indicaba que llegó a México de dos días antes.

En su respuesta, el teniente coronel Runner II me decía, básicamente, que como no era ciudadano de los Estados Unidos no me podía enlistar, pero si cumplía con los procedimientos migratorios, tenía entre 17 y 34 años, y pasaba las pruebas físicas, me acercara a un centro de reclutamiento. Fin de la historia. No me pude convertir en un John Rambo.

Fue mi segunda frustración bélica en menos de dos años, porque tampoco pude hacer el Servicio Militar. Aunque en el sorteo me salió “bola blanca”, que me obligaba a ir todos los sábados al Campo Militar Número 1, en Avenida del Conscripto, sólo acudí ocho semanas. La Clase de 1971 era muy numerosa y no quedé ni en la reserva.

La camisola de soldado la dejé de utilizar cuando entré a la universidad. La chamarra que me regaló mi papá sigue en un closet, pero mis bermudas “camo” son obligadas cuando voy a conciertos de heavy metal.

En 2005 se estrenó la película “Jarhead”, de Sam Mendes, y al ver las andanzas del “marine” Anthony Swofford en Irak, me pregunté cómo sería mi vida si hubiera ido a una guerra. Swofford nunca entra en combate.

Pelotón” se convirtió en una de mis películas favoritas. Más aún cuando descubrí que el teniente Elías Grodin (Willen Dafoe) era una “rata de túnel”, esos soldados que se metían en los pasadizos subterráneos del vietcong y que muchas veces no salían con vida. En la saga de mi detective favorito, Hyeronimus “Harry” Bosch, del escritor estadounidense Michael Connelly, el policía recuerda su pasado como “rata de túnel” en la primera novela de la serie, “El eco negro”.

Dos décadas después de la Tormenta del Desierto hubo otra guerra en Afganistán e Irak, pero ya no quise ir a pelear, quería ir como periodista. Mis sueños de ser corresponsal de guerra como Pérez Reverte o Julio Fuentes se quedaron guardados en el cajón de alguna redacción deportiva.

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