Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.
Una cuestión de identidad
Los 30 años de un debate que se ha abierto, reabierto y vuelto a reabrir en casi cada administración presidencial revelan una enorme dificultad para resolver quiénes somos o queremos ser respecto de la industria energética.
Los 30 años de un debate que se ha abierto, reabierto y vuelto a reabrir en casi cada administración presidencial revelan una enorme dificultad para resolver quiénes somos o queremos ser respecto de la industria energética.
Los asuntos energéticos, no me canso de decirlo, rara vez se tratan de asuntos energéticos solamente. Un cúmulo de valores, acaso cada uno correspondiente a una disciplina y profesión, derivados a su vez de las múltiples formas de entender el mundo y la vida, influye en la forma en la que pensamos y decidimos sobre este tema.
Ni en público ni bajo la sombra de nuestras intuiciones nos limitamos a hablar solamente de perturbar átomos para mover electrones de un lugar a otro, de romper moléculas para aprovechar tal o cual átomo o de las inmisericordes leyes de la termodinámica. Tampoco nos referimos solamente a las máquinas y los cables, los ductos y los líquidos, los tableros de control y los métodos de análisis.
Hablamos más bien de la energía que producimos y consumimos a partir de conceptos como la eficiencia, la equidad, la justicia, la propiedad, el control, la nación, la soberanía, la libertad, la competencia, la limpieza, la belleza, la fealdad. Nuestras nociones de la ética y la estética nutren las posiciones que adoptamos, sean o no lógicamente congruentes. Lo hacemos desde donde estamos ubicados, como actores o espectadores, jóvenes o adultos, ciudadanos o visitantes, médicos o pintores, profesionistas o artistas, políticos o activistas.
Nuestros enunciados sobre la industria energética –ideas, propuestas, corazonadas– son una mezcla de identidad y entendimiento. La primera fija generalmente el límite de la segunda: aceptamos ir más allá de nuestras creencias, costumbres e idea de nosotros mismos según nos asumamos amigables con la deliberación y la fuerza de la evidencia. Para algunos la verdad es revelada, para otros se descubre metódicamente.
He tenido en mente esto y más al contemplar la aparente culminación del quinto largo debate de una reforma energética en México en los últimos 30 años. Nuevamente los discursos del gobierno y las oposiciones plantearon el momento de decisión –la votación de los diputados– como una elección sobre quiénes somos. ¿Un país de un solo hombre o un país instituciones? ¿Un país donde la seguridad y la justicia energética –el acceso universal garantizado y asequible, el cuidado del medio ambiente– se consiguen a través de un monopolio estatal o de la competencia? ¿Un país que cumple con sus compromisos comerciales y medioambientales o que prefiere hacerlos a un lado según soplen los vientos políticos?
Que estas preguntas se vayan respondiendo conforme a las reglas constitucionales sugiere una madurez institucional del país mayor a lo que podría suponerse de una lectura superficial de las noticias cotidianas. A pesar de los discursos polarizantes y las presiones políticas, las reglas de la industria energética se han ido definiendo mediante votaciones en la Suprema Corte y en la Cámara de Diputados, resoluciones legales y hábitos burocráticos. Los resultados pueden inclinarse a favor de una u otra preferencia, pero los procedimientos y las reglas se han cumplido.
Ahora bien, vistos en su conjunto, los 30 años de un debate que se ha abierto, reabierto y vuelto a reabrir en casi cada administración presidencial revelan una enorme dificultad para resolver quiénes somos o queremos ser respecto de la industria energética. Nuestra identidad no atina a ajustarse a nuestros cambios. Cuarenta millones de habitantes después, inmersos en un mundo irreconocible hace tan solo 10 años, no se diga 20 o 30 años, debatimos la propiedad estatal, privada o mixta visitando lugares comunes de otra era. Para algunos, el verdadero ser del país quedó labrado en piedra, inscrito en letras de oro, grabado en tabletas sagradas, hace más de 80 años. Otra visión, que comparto, plantea un ser colectivo plural, en evolución, capaz de adaptarse al mundo actual con base en el aprendizaje acumulado en todo ese tiempo dentro y fuera de México.
Heráclito vivió en un mundo sin servicio eléctrico, carente de máquinas de combustión interna, ajeno a la institucionalización de la innovación tecnológica, lejano al pulso cotidiano del internet. Sin embargo, dejó frases que resuenan 2,500 años después: “Día tras día, lo que eliges, lo que piensas y lo que haces es en quién te conviertes”. Día a día en México hemos elegido deliberar sobre la energía en los medios y las redes sociales, dentro de las reglas institucionales, oponiendo perspectivas, con todo y las prácticas políticas tan cuestionables que atestiguamos cotidianamente. No sé si eso nos ha convertido en demócratas amantes de la competencia (tenemos camino por recorrer), pero el domingo la votación del Congreso reveló a un país más plural e institucional.
Heráclito de nuevo: “Ningún hombre pisa dos veces el mismo río, porque no es el mismo río y él no es el mismo hombre”. Quizá somos distintos a pesar de reincidir en nuestro cambiante pasado.