Para lograr una economía verde, premios en efectivo para todos
Ilustración: Thomas Pullin/The Guardian

‘Dividendo de carbón’’ suena a algo tan elegante que parece demasiado bueno para ser cierto. Los gobiernos deberían hacerlos prioridad cuando termine la pandemia.

El año pasado, la sociedad de todo el mundo tuvo que enfrentarse al mayor reto de las últimas décadas, y por tanto, el cambio climático no fue prioridad en la agenda. Pero eso no quiere decir que no exista. De hecho, septiembre tuvo la temperatura más alta en 141 años, y el calor extremo que se registró en el Ártico todavía es uno de los temas que más preocupan. Cuando la atención regrese a esta amenaza existencial, tal vez hayamos aprendido algunas lecciones de pandemia sobre lo que puede lograrse cuando se usa la imaginación.

Nuestras acciones para atacar la crisis del clima tienen que ser de larga duración. El Impuesto al carbón es un arma muy poderosa. Sin embargo, hasta ahora, pocas naciones han tomado este camino. ¿Por qué?

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En primer lugar, ¿cómo funcionan los impuestos al carbón? Básicamente, penalizan a los combustibles fósiles por el CO2 que emiten cuando se queman, y al hacer eso ofrecen una ventaja que dos partes al compararla con otras medidas. Hacen que las industrias que no contaminan y sus productos sean más competitivos, y ofrecen un flujo de ingresos que puede usarse para calmar la oposición a la reducción de emisiones.

Para que nuestras economías se libren de los combustibles fósiles tenemos que hacerlos financieramente menos atractivos. En las economías de mercado, la mayoría de las decisiones personales y empresariales se basan en los precios,  y mientras los combustibles fósiles sean los más baratos y no estén prohibidos, van a seguir dominando. No sólo eso, la energía fósil es un adversario muy necio. Cosecha dinero y lo invierte en investigación y desarrollo  para seguir bajando los costos y poder seguir siendo competitiva, aunque las energías renovables sean más baratas. Un castigo al precio en las emisiones fósiles puede contrarrestar esto.

Existen muchas formas de subir los precios del carbón, petróleo y gas natural. Por ejemplo, se puede construir un sistema de impuestos y comercio que limite las emisiones totales e incentive a los emisores a cambiar sus instrumentos de carbón. Sin embargo, es más fácil sólo cobrar impuestos a los combustibles cuando se queman ya que se manda una señal clara de precios al mercado, lo cual no sucede con un precio variable en el intercambio. Por el momento, los impuestos a la energía fósil se reciben a lo largo de la cadena de abastecimiento, desde el punto de producción, como sucede con los impuestos estatales de indemnización, hasta la venta final, con los impuestos a la gasolina como ocurre en muchos países. Es complicado.

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Para la efectividad ambiental y de recolección, es mejor que  los impuestos al carbón se impongan en los primeros puntos: el pozo o la mina, la puerta de salida de la refinería, o el puerto de entrada de las importaciones. De esa manera, los incentivos para reducir emisiones se extienden por toda la economía. Por ejemplo, un impuesto de EU de 50 dólares por tonelada métrica de CO2 elevaría el precio del petróleo dejando a Texas con un precio de 21 dólares el barril, y precios más altos en todo el país para el combustible de motores y los productos que se hacen usando la energía con base de petróleo. Con esto se podría hacer una coladera que llegara hasta las tiendas locales: los productos amigables para el medio ambiente serían relativamente menos caros, y los que utilizan mucho carbón serían más caros

Así es que si los impuestos al carbón son tan efectivos, ¿por qué no se usan más? Bueno, tal vez es por las asociaciones que se hacen con la palabra impuesto. El impuesto es dinero que  quitan, a las empresas, y luego eso llega a los precios y lo quitan a los individuos. A nadie le gusta la idea de tener menos dinero. Están también los que dicen que los impuestos lastiman a la economía en general. Sí, esto pasa por alto el hecho de que cualquier impuesto dañaría menos al PIB que los efectos del cambio climático, que tienen efectos devastadores. Pero los temas a corto plazo que maneja el status quo económico hacen que eso sea difícil de apreciar.

Pues sí, a nadie le gustan los impuestos. Es desagradable verlos, y difícil venderlos, hablando en términos políticos. Pero ¿qué tal si hay alguna manera de neutralizar esto? ¿Un giro pequeño pero imaginativo que hiciera que aumentara el precio del CO2 pero que no fuera un impuesto?

Existen muchas formas de manejar los ingresos por impuestos al carbón. No tienen que desaparecer en las arcas del gobierno. Y ese sería el secreto. Es posible diseñar sistemas que consigan lo que se llama neutralidad en los ingresos, en donde cada dólar que entra en impuestos se regresa a los bolsillos de la gente. Una versión de esta idea sería enviar los ingresos al público como dividendos de carbón per cápita, en un cheque anual.

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Por ejemplo, en 2020 un impuesto de 50 dólares por tonelada métrica de CO2 significa un dividendo anual para un hogar de algo cercano a los 1,500 ó 2000 dólares. Eso es más que el estímulo de los cheques de pandemia que se distribuyeron a la mayoría de los contribuyentes de EU en vista de la situación económica extrema. Y además, sería todos los años.

Pero ¿cuál sería la idea de cobrar un impuesto y luego regresar el dinero? Todo se reduce a los incentivos. La parte de los impuestos de este acuerdo haría menos atractivos los bienes de carbón, y más a los ecológicos. Las empresas amigables con el medio ambiente deberían florecer. Los negocios que contaminan tendrían más incentivos para hacer que sus operaciones fueran menos dañinas,  y se aumentaría la innovación ecológica en el proceso. De manera gradual, por medio de las decisiones comerciales que hacen los consumidores todos los días, la economía tendría un aspecto más sustentable.

La parte de los dividendos no sólo haría felices a millones de personas. ¿A quién no le gusta recibir un cheque en el correo? El impacto también sería social. Aunque pienses en el aumento del costo de la energía y otros bienes, todos, menos los grupos con mayores ingresos, aquellos que consumen los bienes y servicios que utilizan más carbón, saldrían adelante y los más beneficiados serían los grupos con menores ingresos. Este resultado sería especialmente bueno a raíz de la pandemia que fue especialmente severa con las comunidades con menos ventajas y evidenció las diferencias en ingresos y riqueza.

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Existen otros diseños que neutralizan los ingresos, pero no tan bien. Está por ejemplo el swap de impuestos. Los ingresos por impuestos al carbón podrían usarse para disminuir el impuesto en la mano de obra, como el impuesto a la nómina de sueldos. Pero esto no sería mejor que el dinero que llega directamente a los hogares con los ingresos más bajos. Por otro lado, si se recorta el impuesto corporativo como parte de un swap de impuestos se estaría favoreciendo a los grupos con mayores riquezas.

Un dividendo de carbón es como una idea poco común y nueva.  En realidad no existen mecanismos parecidos ya aplicados. Pero si no se intentan ahora ideas atrevidas y nuevas, cuando hemos visto que los gobiernos pueden mover montañas en las circunstancias correctas, ¿entonces cuándo? Y aunque parece radical, el dividendo es una solución un poco elegante para un gran problema, que elude muchas de las objeciones políticas que se usan para no aumentar impuestos. Pero podría convertirse en el primer impuesto con popularidad.

Retirar a las economías de la energía fósil va a ser una lucha larga y difícil. Se van a necesitar fondos para aligerar la carga de la transición a los sectores de la economía de dependen de la energía fósil, ayudar a los trabajadores que pierdan sus empleos y apoyar a las comunidades en donde viven. Pero vigilar el poder del sistema de precios para alejar a la economía de las industrias que utilizan el carbón de forma intensiva mientras apoyan a los que menos tienen suena como un comienzo maravilloso.

*Henry D Jacoby es profesor emérito de management en el MIT y ex codirector del programa conjunto del MIT en ciencias y políticas del cambio global.

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