Cómo el impacto del Covid ha radicalizado a la generación Z
Manifestantes en la Plaza de la Puerta del Sol, Madrid, durante una manifestación contra la crisis económica de España y el aumento de la tasa de desempleo en 2011. Foto: Javier Soriano / AFP / Getty Images

Los han examinado, juzgado, calificado y puesto a prueba desde la infancia; les dijeron que deben sobresalir, competir y tener éxito. Pero debido al Covid-19, en toda Europa, una generación de estudiantes que abandonan la escuela y la universidad se enfrentan a un presente sombrío y a un futuro incierto.

Cuando The Guardian preguntó a europeos en adolescencia tardía y a veinteañeros recientes cómo los había hecho sentir la pandemia, uno se hubiese imaginado un torrente de frustración: por los trabajos perdidos, las amistades silenciadas a la fuerza, las fechas canceladas… Pero a lo que se llegó fue a una crítica al capitalismo.

Como sus predecesores en los levantamientos que siguieron a la crisis de 2008, esta generación de jóvenes está lista para sacar conclusiones sistémicas de la forma en que las élites políticas han manejado la pandemia. Saben que pagarán impuestos más altos, tendrán mayores deudas personales y enfrentarán más incertidumbre que cualquier generación desde la Segunda Guerra Mundial.

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Entienden que, además de las secuelas del Covid-19, estarán lidiando con una emergencia climática en el futuro previsible. Y están igualmente seguros de que no pueden influir en el presente político.

Esto, como es probable que veamos a medida que llega el verano, es una mezcla explosiva. Desde Dublín a Cardiff, de Barcelona a Berlín, los jóvenes están respondiendo al alivio de las restricciones de confinamiento con fiestas de protesta: raves flashmob, invasiones repentinas de playas, reuniones instantáneas en los barrios de discotecas de varias ciudades. Dondequiera que haya protestas políticas, como las dos manifestaciones en pro de Palestina en Londres el mes pasado, han aparecido en grupos grandes, vocales y desafiantes.

Pero como muestran los testimonios, detrás de la liberación hay una profunda frustración. Porque mientras que las personas mayores han soportado principalmente los riesgos de salud física de Covid, los jóvenes han soportado los riesgos de salud mental. “El año pasado fue como pisar un escenario de madera y caer a través de él”, escribe uno de los encuestados. Otro habla de experimentar algo equivalente a una “crisis de la mediana edad”… a la edad de 22 años. La ira y la desesperación son evidentes, pero también lo es la conclusión política que muchos han sacado: que la sociedad está dirigida por los viejos, para los viejos.

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Se ordenó a los jóvenes que pusieran sus vidas en espera para proteger a una generación que ya había vivido la suya. Si eso hubiera estado acompañado de dinero, apoyo y, sobre todo, algún gesto de simpatía hacia las opiniones y la cultura socialmente liberal de los menores de 24 años, el golpe pudo haber sido más suave. En cambio, ellos escucharon cómo sus puntos de vista y estilos de vida se etiquetaron burlonamente como woke (alertas a la injusticia), y vieron a políticos de todos lados obsesionados con sosegar el conservadurismo social y satisfacer las necesidades materiales de los propietarios de viviendas, empresarios y aquellos que ya tenían una trayectoria profesional estable.

La Generación Z ya sabía que serían más pobres que sus padres: sus hermanos millennial habían aprendido esa lección después de la crisis de 2008. Pero el futuro, por sombrío que pareciera para la generación que ocupó las plazas en 2011, al menos parecía prometer una lucha binaria y segura: contra el racismo, el sexismo, la austeridad y la negación climática.

En estos testimonios el leitmotiv es la incertidumbre. Están dispuestos a creer, como dice uno de los encuestados, que “el mundo podría acabarse mañana”; que la civilización podría colapsar; que el sistema actual “se mantiene unido con diurex  y palitos”; que el presente es tan “impredecible como monótono”.

Y tienen razón. Comparados con los riesgos, los esfuerzos de mitigación climática del mundo son una broma. El subtexto tácito de la conferencia climática Cop26 de este año es claro para los jóvenes: que nosotros, la generación que usa traje y que conduce camionetas SUV, haremos nuestro mejor esfuerzo dentro de los límites de lo que las grandes empresas pueden tolerar y lo que los votantes de edad avanzada aceptarán. Estamos preparados para fracasar porque no estaremos luego para vivir con las consecuencias.

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En cuanto a mitigar el riesgo de nuevas pandemias, en la mayoría de los países de donde provienen las respuestas los jóvenes tienden a considerar las acciones de quienes están en el poder como incompetentes, miopes o corruptos.

En retrospectiva, todo el ciclo político desde 2008 puede leerse como una respuesta a la crisis financiera. En aquel entonces, los jóvenes de 18 años vieron cancelado su futuro. Salieron a las calles, donde los bombardearon con agua y, en respuesta, se involucraron en movimientos políticos como Podemos, Syriza, Corbynism y la campaña de Bernie Sanders.

El impacto del Covid es, en muchos sentidos, más grande que el impacto de 2008. Le ha revelado a toda una generación que cuando lanzan lodo al ventilador, no hay nadie allí para ayudarte y, gracias al envejecimiento demográfico, la política se apila en tu contra.

Entonces la pregunta es, ¿cómo reaccionan los jóvenes? Estarán de fiesta en todas partes, y en algunos lugares se amotinarán. Y buscarán alternativas políticas.

Si tuviera que predecir a dónde irá esto después, no sería hacia el anarquismo del temprano movimiento antiglobalización, sino hacia el tipo de “bolchevismo climático” defendido por el ecologista sueco Andreas Malm.

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La socialdemocracia, dice Malm, no tiene una teoría de la catástrofe: lo mismo podría decirse del liberalismo y la política verde dominante. No están diseñados para una acción repentina y urgente. Su reemplazo debe ser radical, centralista y despiadado.

Esta generación tiene una teoría de la catástrofe. Han visto la eficacia con la que se puede ejercer el poder centralizado; con qué rapidez se puede imponer la injusticia; cuán vacías son las afirmaciones de legitimidad de un gobierno que no puede organizar un confinamiento o una campaña de vacunación. Si descubren un nuevo proyecto colectivo, dudo que sea gradualista o que sus ambiciones sean pequeñas.

Paul Mason es periodista, escritor y cineasta autónomo. Su libro Cómo detener el fascismo se publica en agosto de 2021.

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