El patriarcado del desastre: Cómo ha desatado la pandemia una guerra en contra de las mujeres
En el patriarcado del desastre, las mujeres pierden la seguridad, su poder económico, su autonomía, su educación y las empujan a los límites, sin protección, para ser sacrificadas. Ilustración: Hanna Barczyk/Purple Rain/The Guardian

El Covid provocó el mayor retroceso de la liberación femenina de mi vida. Mientras veía que esto pasaba, comencé a pensar que somos testigos del brote del desastre del patriarcado.

Naomi Klein fue la primera en identificar el “capitalismo del desastre“, que es cuando los capitalistas se valen de un desastre para imponer medidas que no podrían aplicar en tiempos normales, lo que genera más ganancias para ellos. El patriarcado del desastre es un proceso paralelo y complementario en el cual los hombres explotan una crisis para restablecer el control y el dominio, y rápidamente borran los derechos que las mujeres ganaron con mucho trabajo. Por todo el mundo, el patriarcado se ha aprovechado del virus para tomar el poder, por un lado mediante el peligro y la violencia en contra de las mujeres y, por el otro, bajo el supuesto de controlar y proteger.

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Me he pasado meses entrevistando activistas y líderes de base en todo el mundo, desde Kenia hasta India, pasando por Francia, para descubrir cómo este proceso los afecta, y cómo están respondiendo. En muchos contextos diversos, se repiten cinco factores una y otra vez. En el patriarcado del desastre, las mujeres pierden la seguridad, su poder económico, su autonomía, su educación y las empujan a los límites, sin protección, para ser sacrificadas.

Una parte de mí duda del uso de la palabra “patriarcado”, porque mucha gente se siente confundida, y otras sienten que es arcaica. He tratado de imaginar una frase más nueva y contemporánea pero me doy cuenta de que cambiamos continuamente el lenguaje, lo actualizamos y modernizamos las descripciones para tratar de enfrentar el horror del momento. Pienso, por ejemplo, en todos los nombres que hemos dado al acto de un hombre que golpea a su compañera. Primero fue asalto, después violencia doméstica, después violencia íntima de pareja, y recientemente terrorismo íntimo. Todo el tiempo estamos haciendo la terrible labor de refinar e iluminar, más que insistir en que los patriarcas trabajen más duro para profundizar su comprensión del sistema que está dañando al planeta. Así es que me quedo con la palabra.

En esta época devastadora de Covid hemos visto la explosión de la violencia en contra de las mujeres, ya sean cisgénero o de género diverso. El terrorismo íntimo en el confinamiento ha convertido el hogar en una especie de cámara de tortura para millones de mujeres. Hemos visto el aumento de pornografía de venganza porque el confinamiento empujó al mundo a estar en línea. Ese tipo de abuso sexual digital es fundamental para la violencia doméstica, ya que las parejas amenazan con compartir imágenes sexuales explícitas sin el consentimiento de la víctima.

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Las condiciones del confinamiento como encierro, inseguridad económica, miedo a la enfermedad y exceso de alcohol son una tormenta perfecta para el abuso. Es difícil determinar qué es más preocupante: el hecho de que en 2021 miles de hombres todavía quieren y se sienten dueños del control, que pueden torturar y golpear a sus esposas, novias e hijas, o que ningún gobierno haya pensado en esto cuando hacía su planeación del confinamiento.

En Perú, cientos de mujeres y niñas han desaparecido desde que comenzó el confinamiento, y se teme que estén muertas. Según cifras oficiales que reportó Al Jazeera, 606 niñas y 309 mujeres desaparecieron entre el 16 de marzo y el 30 de junio del año pasado. En todo el mundo, el cierre de escuelas aumentó la probabilidad de varias formas de violencia. La Red contra la Violación y el Incesto de Estados Unidos dice que su línea de ayuda para supervivientes de ataque sexual nunca había tenido tanta demanda en 26 años de historia y los niños se encuentran encerrados con sus atacantes y sin posibilidad de alertar a sus maestros o amigos. En Italia, las llamadas al número de ayuda antiviolencia aumentaron en 73% entre el 1 de marzo y el 16 de abril de 2020, según la activista Luisa Rizzitelli. En México, los operadores de las líneas de ayuda de emergencia recibieron el mayor número de llamadas de la historia del país, y se cuadruplicó el número de mujeres que pedían ayuda en refugios a causa de la violencia doméstica.

Para agregar rabia a la rabia, muchos gobiernos redujeron los fondos para estos albergues en el momento en que más se necesitaban. Al parecer esto sucedió en Europa. En Reino Unido, los proveedores de ayuda dijeron a Human Rights Watch que la crisis de Covid-19 exacerbó la falta de acceso a servicios para migrantes y personas de raza negra, asiática y mujeres de minorías étnicas. Las organizaciones que trabajan con estas comunidades dicen que la desigualdad persistente conduce a problemas adicionales para el acceso a servicios como la educación, el cuidado de la salud y el alivio de desastres en forma remota.

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En Estados Unidos, más de 5 millones de mujeres perdieron su empleo entre el inicio de la pandemia y noviembre de 2020. Debido a que una gran parte del trabajo de las mujeres requiere de contacto físico con el público como en restaurantes, tiendas, guarderías, centros de salud, fueron de los primeros en perderse. Las que pudieron conservar su empleo eran con frecuencia las trabajadoras de primera línea y sus empleos las hacían trabajar más. Cerca del 77% de los empleados de hospital y 74% de los empleados de educación son mujeres. Incluso así, la falta de opciones para el cuidado de los niños impidió que muchas mujeres regresaran a su trabajo. Los hijos no tienen el mismo efecto en los hombres. El índice de desempleo para las mujeres de raza negra y las latinas era más alto antes del virus, y ahora es peor.

La situación es más difícil para mujeres en otras partes del mundo. Shabnam Hashmi, una importante activista de India, me dice que para abril de 2020 un 39.5% de las mujeres habían perdido su trabajo. “El trabajo desde casa es muy demandante para las mujeres y su espacio personal ha desaparecido, y la carga de trabajo es tres veces mayor”, dice Hashni. En Italia, la desigualdad existente ha aumentado debido a la emergencia de salud. RIzzitelli señala que las mujeres ya se enfrentan a menos empleos, salarios más bajos y contratos más precarios y pocas veces las contratan para los trabajos corporativos más “seguros”. Ellas han sido las primeras en sufrir los efectos de la crisis. “Las desigualdades preexistentes económicas, sociales, raciales y de género se han acentuado, y existe el riesgo de que las consecuencias sean a más largo plazo que el virus mismo”, considera Rizzitelli.

Cuando las mujeres se encuentran bajo mayor presión financiera, sus derechos se desgastan más rápidamente. Con la crisis económica que provocó el Covid, la explotación sexual y laboral está en aumento. Las mujeres jóvenes que luchan por pagar la renta padecen el acoso de sus caseros, en un proceso conocido como ”sextorsión”.

No creo que se esté exagerando el nivel de cansancio, ansiedad y miedo que las mujeres sufren por cuidar a las familias, sin descanso o tiempo para ellas. Es una sutil forma de locura. Las mujeres cuidan a los enfermos, los necesitados y los agonizantes, pero ¿quién cuida de ellas? Colani Hlatjwako, una activista del Reino de Swatini, lo resume así: “Las normas sociales que le ponen una carga muy pesada para el cuidado a las mujeres y a las niñas arriesgan su salud mental”. Estas estructuras también impiden el acceso a la educación, dañan su forma de ganarse la vida y les quitan estructuras de apoyo.

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La Unesco calcula que más de 11 millones de niñas no regresen a la escuela después de la pandemia de Covid. El Malala Fund prevé un número aún mayor: 20 millones. Phumzile Mlambo-Ngcuka, de ONU Mujeres, dice que su organización ha luchado por la educación de las niñas desde la cumbre de mujeres en Beijing en 1995. “Las niñas son la mayoría de los estudiantes que no van a regresar”, alerta. “Hemos progresado, no a la perfección, pero hemos logrado que permanezcan más tiempo. Y ahora, resulta devastador que estas niñas dejen la escuela en solo un año”.

De todos estos retrocesos, este será el más importante. Cuando las niñas reciben educación, conocen sus derechos y saben qué exigir. Tienen la posibilidad de obtener empleos y de cuidar de sus familias. Cuando no pueden tener acceso a la educación, se convierten en un motivo de tensión en las familias y las obligan a casarse muy jóvenes.

Por esto mismo hay serias implicaciones para la mutilación genital femenina. Con frecuencia, los padres no aceptan que se someta a las hijas a este proceso porque pueden contribuir económicamente si estudian. Si no hay educación, entonces se retoman las prácticas tradicionales, así que las hijas se venden a cambio de dotes. Agnes Pareyio, presidenta de Kenyan Anti-Female Genital Mutilation Board, me comenta: “El Covid cerró nuestras escuelas y regresó a las niñas a casa. Nadie sabe lo que pasó en esas casas. Sabemos que si educas a tu hija la mutilación genital no se da. Y ahora, tristemente, está pasando lo contrario”.

En los primeros meses de la pandemia, yo tenía un lugar en primera fila de la situación de las enfermeras en Estados Unidos, la mayoría son mujeres. Trabajaba con National Nurses United, el sindicato más grande y más radical de enfermeras, y entrevisté a muchas enfermeras que trabajaban en primera línea. Durante meses observé su trabajo con turnos de 12 horas llenas de opciones agonizantes y trauma, actuaban como las comadronas de la muerte. En sus descansos para el lunch, tuvieron que protestar por la falta de equipo de protección personal, que las puso en un peligro aún mayor. Al igual que nadie pensó lo que significaba encerrar a las mujeres y a los niños con abusadores, nadie pensó en lo que significaba mandar a las enfermeras a una pandemia extremadamente contagiosa sin equipo de protección adecuado. En algunos hospitales, las enfermeras se ponían bolsas de basura en lugar de batas y usaban varias veces las mascarillas desechables. Las obligaban a permanecer en el trabajo aunque tuvieran fiebre. El tratamiento que daban a mujeres que arriesgaban su vida para salvar las nuestras era una impresionante forma de violencia y de falta de respeto.

Pero existen otras formas de trabajo en los que las mujeres quedaron desprotegidas: las empleadas de las bodegas que empacan y envían nuestros productos, las mujeres que trabajan en plantas de pollo y carne que se amontonan de forma peligrosa y que se ven obligadas a permanecer en el trabajo aunque estén enfermas. Una de las situaciones más raras es la que se da en los restaurantes de Estados Unidos con las empleadas que trabajan por propina y que reciben salarios increíblemente bajos de 2.13 dólares la hora, y que es el mismo desde hace 22 años. No solo se ha reducido el trabajo, las propinas también, y ahora existe una nueva forma de degradación el “acoso enmascarado” , que se refiere a la insistencia de los clientes masculinos de que se quiten sus mascarillas para que puedan decidir qué tanta propina dejar dependiendo de su apariencia.

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Las mujeres de las granjas de Estados Unidos reciben menos protección ahora que nadie se fija. Mily Treviño Sauceda, directora ejecutiva de Alianza Nacional de Campesinas, me cuenta cómo han aumentado las presiones sobre las campesinas: “Hay más incidentes de intoxicación por pesticida, abuso sexual y estrés por calor, y hay menos vigilancia de las agencias gubernamentales de la aplicación de la ley debido al Covid-19.”.

El Covid deja ver que vivimos con dos ideas incompatibles en lo que se refiere a las mujeres. La primera es que las mujeres son esenciales en cada aspecto de la vida y de nuestra supervivencia como especie. La segunda es que a las mujeres se les puede violar, sacrificar y borrar con facilidad. Esta es la dualidad que el patriarcado cortó de tajo en la tela de la existencia y que el Covid sacó a relucir. Si continuamos como especie, esta contradicción tiene que sanarse y volverse a unir.

Para dejarlo claro, el problema no son los confinamientos sino lo que los confinamientos y la pandemia que los ocasionaron han hecho evidente. El Covid muestra que el patriarcado está vivo y en buen estado, que se reafirma en tiempos de crisis porque nunca se fue realmente y que, como un virus no tratado, regresa con venganza cuando las condiciones están dadas.

La verdad es que a menos de que la cultura cambie, a menos de que el patriarcado quede desmantelado, siempre seguiremos girando nuestras ruedas. Al salir del Covid, tenemos que ser valientes, atrevidas y sobresalientes para imaginar una forma más radical de existir en la Tierra. Tenemos que seguir construyendo y hacer crecer el activismo. Necesitamos mujeres progresistas de base y mujeres de color en el poder. Necesitamos una iniciativa global comparable al Plan Marshall o más grande, para deconstruir y exorcizar a la patriarquía, que es la causa de muchas otras formas de opresión, desde el imperialismo al racismo, de la transfobia a la denigración de la Tierra.

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En primer lugar tiene que darse un reconocimiento público, y educación, sobre la naturaleza del patriarcado y un entendimiento de lo que nos está acabando. Tiene que haber educación continua, foros públicos y procesos para estudiar cómo el patriarcado nos lleva hacia varias formas de opresión. El arte nos ayuda a acabar con los traumas, el dolor, la agresión, la tristeza y la furia en la cultura y ayuda a cicatrizar y a hacer que la gente se mantenga de pie. Entendemos que una cultura que tiene amnesia diabólica y que se rehúsa a enfrentar su pasado solo puede repetir su infortunio y sus abusos. La comunidad y los centros religiosos ayudarían a los miembros a enfrentar sus problemas. Estudiaríamos el arte de escuchar y de la empatía. Las reparaciones y las apologías se harían en foros públicos y en reuniones privadas. Aprender el arte de la apología sería tan importante como la oración.

La escritora feminista Gerda Lerner escribió en 1986: “El sistema del patriarcado en una construcción histórica tiene un principio y tendrá un fin. Su final parece acercarse. Ya no sirve para las necesidades de los hombres y las mujeres, y su relación intratable con el militarismo, la jerarquía y el racismo amenaza la existencia de la Tierra”.

Tan poderosa como el patriarcado, así es una historia. En la pospandemia, ¿podemos imaginar otro sistema, uno que no esté basado en la jerarquía, la violencia, el dominio, la colonización y la ocupación? ¿Vemos la relación entre entre la devaluación, el daño y la opresión de todas las mujeres y la destrucción de la Tierra? ¿Qué tal que vivimos como hermanos? ¿Qué tal si tratamos a cada persona como sagrada y esencial para el desarrollo de la historia de la humanidad?

¿Qué tal si en lugar de explotar, dominar y lastimar mujeres y niñas durante una crisis, creamos un mundo que las valore, las eduque, les pague, las escuche, se preocupe por ellas y se centre en ellas?

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