‘Viajeros que se perdieron para siempre’: por qué los turistas experimentan el ‘síndrome de la India’
'Muchos viajeros llegan con una idea muy arraigada de lo que es la India'. Foto: Anand Purohit/Getty Images

En 1985, Régis Airault llegó a la India para trabajar como médico residente de psicología en el consulado francés de Mumbai.

En aquella época, los viajeros de Francia, cuando llegaban a la India, podían acudir al consulado para guardar su pasaporte y su boleto de avión de regreso. Airault tuvo la oportunidad de hablar con esos viajeros, que solían tener entre 20 y 30 años, poco después de aterrizar en la India. Todos estaban entusiasmados por sus próximos viajes.

Sin embargo, Airault no tardó en observar una curiosa condición en algunos de los viajeros franceses, sobre todo entre aquellos que pasaban largos periodos de tiempo en el país: un espectro de cambios conductuales y psicológicos que más tarde se denominó “síndrome de la India”. Esta condición tiene variantes en todo el mundo: los turistas religiosos que visitan Jerusalén sufren una psicosis espontánea cuando visitan la ciudad, pues tienen la certeza de escuchar a Dios o estar en presencia de los santos; los visitantes de Florencia se sienten físicamente abrumados, incluso alucinados, cuando contemplan la belleza del arte de la ciudad.

En la India, enviaban a Airault a reconocer a los viajeros que habían perdido su rumbo, se encontraban desorientados y confundidos, o se hallaban en estados maníacos y psicóticos. El contraste era impactante. “Los veía perfectos cuando llegaban y, después de un mes, los veía completamente inestables”, recuerda. Al principio, lo que Airault observaba lo atribuía únicamente al consumo de drogas, sin embargo, muchos de los viajeros también presentaban síntomas como depresión y aislamiento, derivados de un sentimiento de desorientación por estar en una tierra o cultura desconocida.

En raros casos, otras personas eran posteriormente diagnosticadas con psicosis aguda, delirio y alucinaciones. En sus momentos más intensos, el síndrome de la India podía ser totalmente absorbente, lo que conducía a un distanciamiento completo de la realidad o a una desconexión abrumadora de la familiaridad. Airault llegó a llamar a ese grupo como “los viajeros que se perdieron para siempre”.

Durante la siguiente década, el psiquiatra francés viajó de ida y vuelta entre Francia y la India investigando y recopilando anotaciones y observaciones en una tesis, que luego convirtió en un libro, publicado en el año 2000, titulado Fous de l’Inde – Crazy About India – el cual gira en torno a una pregunta central: ¿la misma India provoca estas transformaciones, o la gente va a ese país decidida a transformarse?

“Más que cualquier otro país”, escribió sobre los viajeros procedentes de Occidente, “la India tiene una forma de estimular la imaginación y provocar intensas emociones estéticas que en cualquier momento pueden sumir al viajero en la más absoluta ansiedad. Por esta razón, nuestra ‘experiencia’ de la India puede ser en cierto modo ambivalente”. Esto depende de la historia personal de cada persona, de su ‘ímpetu de viajar’ y de sus antiguos traumas, que quedaron enterrados en lo más profundo de su ser”, escribió. “El subconsciente tiene cierta forma de hacernos enfrentarnos a ellos en determinados momentos de nuestra vida. Puesto que la India le habla al inconsciente: lo provoca, lo hace surgir y, en ocasiones, lo desborda. Hace emerger, desde las capas profundas de nuestra psique, aquello que está enterrado”.

Airault diferenció los síntomas del síndrome de la India de aquellos del choque cultural común, la experiencia de los viajeros de sentir una intensa conexión con un lugar nuevo y diferente o de sentir un rechazo y una desconexión extrema del mismo. El choque cultural normalmente se manifiesta a los pocos días de llegar al país; el síndrome de la India, en cambio, suele aparecer después de semanas o meses de residir en el país. Señaló que muchos viajeros llegan con una idea muy arraigada de lo que es la India, así como con expectativas previas de lo que la India puede ofrecer -emocional, física o espiritualmente- y con la firme determinación de hacer realidad esa experiencia imaginada: “El viaje a la India empieza antes, a partir de la idea que nos hacemos de ella, transmitida por nuestra cultura, sus clichés, sus leyendas, sus mitos, pero también por nuestra infancia alimentada por cuentos e historias maravillosas”.

Incluyó docenas de ejemplos de viajeros extranjeros a los que observó o atendió: uno de ellos quemó su pasaporte poco después de su llegada y pasó dos meses en la cárcel sufriendo ataques de ansiedad; otro estuvo vagando por la India, con buena salud y buen ánimo, durante cinco años, incluso cuando sus padres lo dieron por muerto; y otro viajó a la ciudad sagrada de Varanasi donde creyó que la diosa Kali podía escuchar sus sueños y le hablaba. Muchos de los casos fueron más benignos: viajeros que llegaban con antecedentes emocionales o traumáticos que, de repente, salían a la superficie y se enfrentaban a ellos, lo que provocaba una crisis nerviosa.

Sin embargo, gran parte de lo que los psiquiatras denominan síndrome de la India tiene su origen en una expectativa exagerada y a veces errónea de lo que los viajeros creen que la India les puede ofrecer. Salen de su país con la expectativa de alcanzar la iluminación en la cúspide de su viaje y nunca se detienen en su búsqueda.

Aunque el síndrome de la India, al igual que muchas de sus variantes, no está reconocido universalmente ni aceptado oficialmente como diagnóstico psicológico, los síntomas se han convertido en un motivo de preocupación suficiente como para que las compañías de seguros que venden paquetes de viaje a turistas con destino a la India incluyan cláusulas que invalidan la cobertura en caso de que el viajero tenga antecedentes psiquiátricos o consuma drogas.

Varias embajadas y consulados en la India cuentan con psiquiatras permanentes en su personal para atender y tratar a sus nacionales en estado de aflicción. Si no cuentan con ellos, contactan a un psiquiatra como Sunil Mittal, quien ha forjado su carrera profesional, en parte, a partir del diagnóstico y tratamiento de las afecciones derivadas del síndrome de la India.

Como psiquiatra jefe del Cosmos Institute of Mental Health and Behavioural Sciences, Mittal atiende semanalmente en su consultorio en Nueva Delhi a aproximadamente un turista extranjero que entraría en la categoría del síndrome de la India. Los turistas llegan a la clínica por recomendación de una embajada, en respuesta a las peticiones de preocupación de un familiar o como resultado de una detención realizada por la policía.

Mittal divide los casos de síndrome de la India en dos categorías. La primera ocurre entre las personas que llegan como simples turistas pero que traen consigo algún problema o trauma emocional o psicológico relacionado con su familia, su trabajo, sus relaciones o su pasado.

“Vienen con una perturbación y tienen un colapso aquí”, explica Mittal. En el fondo de la persona, comenta, se encuentra una vulnerabilidad, un problema muy arraigado que él o ella espera resolver.

El segundo grupo está compuesto por aquellos que llegan a la India decididos a emprender algún tipo de viaje espiritual en busca de un significado o realización superior. Visitan centros y sitios sagrados y se sumergen en la formación y el estudio de la meditación o el yoga. Con frecuencia se enamoran de los yoguis o gurús, o de la yuxtaposición que existe entre la expectativa y la realidad, y buscan un descanso extremo de su vida en su país.

“En el camino de una búsqueda espiritual, se cuestionan todos los valores que la persona tiene arraigados”, señala Mittal. “Esto puede llevar a un estado de vacío, a un estado de pérdida de dirección o a un sentimiento repentino de exaltación, y posteriormente a no saber cómo manejar una situación”.

Aunque el consumo de drogas no suele ser la única causa, con frecuencia es un acelerador. Desde hace siglos, en la India se ha consumido cannabis en tres formas. La más común es el bhang, preparado con hojas y semillas molidas que son mezcladas en una bebida como un lassi a base de yogur. El ganja son los capullos florecidos de la planta de cannabis, que normalmente se consumen fumando. Y el charas, o mota, se obtiene tallando la resina pegajosa de las hojas y los capullos de la planta hasta formar bolitas que se fuman en una pipa recta de barro. Los registros del uso del cannabis en la medicina Ayurveda se remontan a un milenio atrás. Sin embargo, la planta es más conocida en la mitología hindú por ser la favorita de Shiva.

En 1986, la India declaró ilegales el cultivo, el consumo y la venta de todo tipo de cannabis, a pesar de que los sadhus y los turistas internacionales siguen consumiéndolo. La intrincada zona gris que ocupa el cannabis -semilegal, abiertamente utilizado de forma ceremonial- ha tentado a muchos turistas extranjeros a experimentar. Los resultados pueden ser abrumadores. “Es como una bomba”, dice Mittal.

El nuevo lente con el que el viajero comienza a ver puede distorsionar incluso las convicciones más firmes, sustituyendo la indecisión por la apertura total, el escepticismo por la confianza ciega. No cabe duda de que este lente puede ofrecer experiencias positivas, aunque también resultados más extremos. Para un artículo de 2007 sobre las fuerzas que impulsan a los turistas internacionales en la India a renunciar a sus vidas, la antropóloga india Meena Khandelwal entrevistó a tres extranjeros que se mudaron permanentemente a la India para seguir un viaje espiritual y destacó que un funcionario del consulado de Estados Unidos en Nueva Delhi le comentó que “su oficina puede atender a unos 25 estadounidenses cada año que agotaron sus recursos financieros y distanciaron a sus familiares en Estados Unidos”.

En un principio, los cambios se pueden manifestar de forma sutil, como un fuerte choque cultural. Algunos comienzan a usar una de las muchas formas del sari indio. Portan bastones, usan hilos rojos atados alrededor de sus muñecas que indican bendiciones y lucen largos collares. Los viajeros que no son hindúes, musulmanes, budistas o jainistas antes de llegar al país se convierten, al menos en apariencia, en un caso ejemplar de un converso. Se quedan en ashrams o monasterios, donde estudian y aprenden, reforman su estilo de vida o sistema de creencias, o predican el ascetismo.

A lo largo de su carrera, Mittal ha tratado cientos de casos de diversa gravedad. Por ejemplo, el hombre estadounidense que fue encontrado deambulando cerca del Taj Majal, desorientado y confundido. Al observar que el hombre se comportaba de forma extraña, el propietario de un restaurante situado en la carretera llamó a la policía. Después contactaron a la embajada de Estados Unidos y enviaron al hombre a la clínica de Mittal.

El médico determinó que el hombre llegó a la ciudad de Agra como cualquier otro turista; no estaba en un viaje espiritual, sino que simplemente quería ver el emblemático mausoleo. Ahí probó el cannabis, algo que había fumado en su país sin sufrir efectos adversos, pero que esta vez resultó ser abrumador. Llegó a la clínica sin poder responder más que las preguntas básicas.

“Lo dejó todo -su mochila, su pasaporte, todo- y simplemente huyó”, cuenta Mittal. Al cabo de un mes de su regreso a Estados Unidos, ya era el mismo de siempre.

También está el caso de la mujer británica que llevaba un año viviendo sola en una pequeña casa de campo en las montañas del estado de Uttarakhand. Los habitantes de la zona comenzaron a preocuparse después de que la mujer empezó a comportarse y hablar de forma extraña y a dejar de pagar la renta. Cuando llegó la policía, ella afirmó que los espíritus la habían capturado. Su familia contactó a Mittal, quien observó que ella se encontraba en un camino hacia la renuncia completa de su vida anterior.

Por último, el ejemplo de una mujer estadounidense de unos 20 años que viajaba por la India antes de perder el contacto con su familia, fue uno de los casos más graves que ha atendido Mittal. Después de meses de búsqueda, la encontraron viviendo en un ashram en Rishikesh y realizando bailes eróticos semidesnuda cada noche. Cuando el equipo de Mittal la interrogó, insistió en que era una apsara, un espíritu mitológico femenino que tienta a los yoguis y a los sacerdotes para poner a prueba su determinación de guardar el celibato. Le aseguró a Mittal que estaba bien y que ese era su camino, pero al parecer se encontraba en un estado de trance.

Tanto para Airault como para Mittal, en la mayoría de los casos, el tratamiento es sencillo: un boleto de avión para regresar a casa. Pero en otros casos más graves, las experiencias que viven algunas personas en la India pueden dejar marcas permanentes en su comportamiento incluso después de regresar a casa. En un caso, se denunció la desaparición de un turista japonés y fue localizado en Varanasi, donde sufrió un episodio psicótico y fue detenido por la policía tras intentar subir a un tren sin tener boleto. Cuando lo llevaron a la clínica, Mittal comprobó que sufría esquizofrenia y lo envió a su hogar en Japón. Cuatro años después, reapareció en la clínica, pidiendo ser hospitalizado. “Sentía que estaría a salvo en la India”, comenta Mittal.

“En un extremo, podría ser una verdadera búsqueda”, explica Mittal, “y para otra persona podría desembocar en un estado psicótico”. En este extremo más oscuro, algunos viajeros llegan a creer que los espíritus habitan en ellos o que son un dios encarnado. Otros se ponen en situaciones peligrosas al forzarse hasta extremos cada vez mayores en su búsqueda de la realización espiritual.

Como concluye Airault en Fous de l’Inde, hay algunas personas “que vagan sin rumbo, en otro mundo y sin deseo, protegidas del vacío, del sufrimiento y de la vida… Al final del camino, el límite puede ser la muerte”.

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