El fin de los hombres: la controvertida nueva ola de utopías femeninas
'Las autoras quedaron cautivadas por la idea de las mujeres que se adentraban solas'... Una mujer de pie en el Valle de la Muerte. Foto: Jordan Siemens/Getty Images

Todos los hombres desaparecieron. Por lo general, esto es concebido como el resultado de una plaga. Con menos frecuencia, la causa es la violencia. En ocasiones, los hombres no mueren y los sexos simplemente están segregados en diferentes regiones geográficas. O los hombres desaparecen milagrosamente sin explicación.

Dejadas a su suerte, las mujeres crean una sociedad mejor, sin desigualdades ni guerras. Todos los bienes son compartidos. Todos los niños están a salvo. La economía es sostenible y la Tierra es apreciada. Sin que la biología masculina se interponga, la utopía se construye sola.

Estoy describiendo un subgénero de la ciencia ficción, escrito principalmente en las décadas de 1970 y 1990. En su momento fue tan popular que casi era sinónimo de ciencia ficción feminista. En 1995, cuando el Otherwise Award, un premio literario concedido a “obras de ciencia ficción o fantasía que amplían o exploran la comprensión del género”, otorgó cinco premios retrospectivos, cuatro de las obras estaban ambientadas en dichos mundos: Motherlines y Walk to the End of the World, de Suzy McKee Charnas, y The Female Man y When It Changed, de Joanna Russ. El quinto premio fue para The Left Hand of Darkness de Ursula K Le Guin, que trata sobre un mundo cuyos habitantes son todos del mismo sexo.

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Ursula K Le Guin. Foto: Bettmann/Bettmann Archive

Recientemente se ha producido un renacimiento del género en una forma radicalmente diferente, con títulos que incluyen la novela Afterland, de Lauren Beukes, de 2020, el thriller The End of Men, de Christina Sweeney-Baird, de 2021, y mi propio lanzamiento, The Men. Considero que la forma en que estas novelas contemporáneas difieren de sus homólogas anteriores nos indica algo útil sobre la política de género en el siglo XXI. Además, una parte de la historia es la creciente oposición a la premisa básica, un conflicto en el que mi novela se vio involucrada recientemente.

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Herland de Charlotte Perkins Gilman. Fotografía: The Women’s Press

La utopía exclusivamente femenina tiene una modesta prehistoria, que se remonta al mito de las amazonas y a las primeras obras feministas, como The Book of the City of Ladies, de Christine de Pizan, de 1405. Sin embargo, en su forma estricta como utopía de un solo sexo, comienza con Herland, de Charlotte Perkins Gilman, de 1915. En esta obra, en una tierra salvaje inexplorada e indeterminada, tres exploradores hombres se topan con una meseta a la que los “salvajes” locales temen como un reino del que ningún hombre regresa. Con su avión, logran aterrizar ahí, y al instante son tomados como prisioneros por las habitantes, todas ellas mujeres. El libro se convierte entonces en un recorrido por las características de la sociedad ideal de las mujeres.

Las mujeres destacan en todas las ocupaciones. Las mujeres mayores ganan prestigio en lugar de perderlo; las mujeres son físicamente formidables y someten fácilmente a sus cautivos masculinos. De forma encantadora, el narrador comenta sobre el traje nacional: “Veo que no he comentado que estas mujeres tenían bolsillos en una cantidad y variedad sorprendentes”. Sus bebés nunca lloran.

De forma mucho menos encantadora, se nos asegura que las mujeres de Herland son arias y que su sociedad está enfocada en la perfección de su raza. De hecho, muchos de los distintivos del fascismo están presentes aquí: el paganismo, la obsesión por la limpieza, el énfasis en la gimnasia, la eugenesia.

Las habitantes de Herland tampoco tienen sentimientos eróticos, ni siquiera románticos, entre ellas; ellas se han privado de esas cosas sucias.

La época de oro del género, que coincide aproximadamente con la época de la segunda ola del feminismo, no podría ser más diferente. Aquí la clave es la libertad, y el poliamor lésbico es la norma. Los viajes en solitario ocupan un lugar destacado: las autoras se sienten cautivadas por la idea de que las mujeres se adentren solas en la naturaleza sin la amenaza de ser violadas. No se expresa ningún pesar por la pérdida de los hombres, la cual siempre queda en el pasado lejano. De hecho, el tema con frecuencia es abordado con un estimulante humor negro.

La novela de Alice Sheldon de 1976, Houston, Houston, Do You Read? (publicada bajo su seudónimo, James Tiptree Jr) expone esta idea en su forma más mordaz. Tres astronautas hombres regresan a la Tierra tras haber pasado varios cientos de años en el espacio. Al enterarse de que todos los hombres murieron hace siglos, suponen que serán los amos de las indefensas mujeres que quedan. En su lugar, las mujeres los ponen a prueba dándoles drogas desinhibidoras, los ven revolcarse soltando fantasías de violación y agrediendo a las chicas, y después les informan amablemente que se les practicará la eutanasia: “Sencillamente, no tenemos instalaciones para personas con sus problemas emocionales”. No obstante, agradecen a los hombres condenados, diciendo: “Ustedes hicieron revivir la historia para nosotras”.

La novela de Joanna Russ The Female Man (escrita en 1970 pero publicada por primera vez en 1975) es considerada la obra maestra del género. En ella, cuatro versiones de la autora habitan cuatro mundos paralelos. Uno de ellos es el nuestro, donde la protagonista es Joanna. El segundo es un Nueva York más conservador, donde la ansiosamente convencional Jeannine trabaja para conseguir un esposo que no quiere realmente.

El tercer mundo es Whileaway, la utopía de Russ, donde todos los hombres murieron a causa de una plaga 800 años antes. Aquí, Janet lucha en duelos, vaga por la naturaleza y es felizmente promiscua mientras adora a su esposa, Vittoria, quien, según presume repetidamente, es muy admirada por las habitantes de Whileaway por su gran trasero. Whileaway es una creación alegre e irreverente. Russ no se disculpa por llenarla con sus propias preferencias (no nos queda ninguna duda de su opinión sobre los traseros grandes). Su gente se queja todo el tiempo y suele ser cretina; es, sobre todo, libre –aunque tiene una pena capital para las personas que no hacen su parte del trabajo–. Aunque no sea tu idea del paraíso, nunca dudas de que Russ sería feliz ahí, que es más de lo que se puede decir de la mayoría de las utopías y sus creadores.

Solo casi al final de la novela se nos presenta el cuarto mundo, una sociedad de apartheid de género en la que hombres y mujeres están en guerra perpetua. Aquí, Jael está obsesionada con la venganza contra los hombres debido a los abusos sexuales que sufrió cuando era niña. Después de destrozar a un posible violador con las garras de acero implantadas en sus dedos, comenta: “Me importa un comino si era necesario o no… me gustó”. En una nota, anuncia que este mundo es el pasado de Whileaway; sus hombres no murieron a causa de la plaga, sino que fueron exterminados. Ella lo aprueba: “En mi opinión, las cuestiones que están basadas en algo real deben ser resueltas por algo real sin toda esta maldita deriva perezosa y miserable. Soy una fanática. Quiero ver este asunto resuelto… Desaparecido. Muerto”.

El renacimiento del siglo XXI es un animal muy diferente. En primer lugar, en lugar de ser un acontecimiento político poco recordado, ahora se produce la muerte masiva. No tiene aspectos buenos. Los hombres mueren horriblemente delante de nosotras. Las mujeres quedan sumidas en el dolor colectivo. La sociedad tecnológica se desmorona por la falta de trabajadores cualificados y el mundo cae en la decadencia. Las mujeres, mientras tanto, son tan violentas como los hombres, y no son más cooperativas o empáticas. El único resultado de generaciones de adoctrinamiento en los roles femeninos es que las chicas son malas en ingeniería.

Otra diferencia radica en que, en casi todas estas historias, al menos un hombre se salva. El ejemplo más conocido es el cómic Y: The Last Man, de Brian K Vaughan y Pia Guerra, publicado entre 2002 y 2008.

En este caso, todos los mamíferos masculinos mueren a causa de una plaga, excepto nuestro héroe, Yorick, y su mono mascota. Apenas ayer un mago escénico sin éxito, Yorick de pronto es la persona más importante del mundo, ya que su ADN contiene la clave de la supervivencia de la humanidad. Varios grupos lo persiguen por todo Estados Unidos postapocalíptico, sobre todo una secta de feministas rabiosas que pretenden exterminar hasta el último hombre. Por supuesto, también es deseado por mujeres libidinosas dondequiera que va.

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En la novela Afterland (2020) de Lauren Beukes, el hombre amenazado vuelve a ser el punto central, después de que el 99% de todos los humanos hombres murieran a causa de una gripa que desencadena el cáncer de próstata. Los supervivientes son encarcelados por el gobierno y se les impide reproducirse hasta que se encuentre una cura. Los pocos hombres libres son perseguidos por mujeres ávidas de bebés y cazados por usureros que quieren recolectar su esperma. La protagonista sacó a su hijo de un centro de investigación y huye con él a través de un mundo postapocalíptico.

The End of Men (2021), de Christina Sweeney-Baird, nos muestra la plaga masculina a través de un caleidoscopio de perspectivas. Sin embargo, ninguna de ellas considera que el nuevo mundo sea una mejora. Al igual que en Afterland, hay un intenso enfoque en el esperma: aunque solo el 90% de los hombres mueren a causa de la plaga, hay de alguna manera una escasez crítica. El gobierno promulga una especie de eugenesia, restringiendo la preciada sustancia a las madres que considere adecuadas. Esta medida puede evocar de forma incómoda la política de Herland, pero la impresión no es que Sweeney-Baird sea una fanática de la eugenesia; está imaginando cosas que cree que sucederían si hubiera una plaga masculina, no sugiriendo lo que debería suceder.

Las tres obras son apolíticas. A su manera, son thrillers, y la recepción de estas obras en la mayoría de los sectores está relacionada de forma correspondiente con su éxito como tal, no con su política, y ha sido mayoritariamente positiva.

La excepción la constituye la respuesta de un grupo de críticos que se muestra hostil al género. Podríamos pensar que se trataría de la fantasía del genocidio masculino. En realidad, se trata de la supresión de las identidades trans. El límite entre lo masculino y lo femenino en estos libros siempre se basa en las nociones tradicionales del sexo biológico; las mujeres trans comparten el destino de los hombres cisgénero. En las antiguas versiones utópicas, las sociedades femeninas siempre son mejores; esto es considerado como algo que implica que los rasgos de género son biológicos. En algunas obras de la segunda ola, los personajes trans son descritos con una franca intolerancia; Joanna Russ se disculpó posteriormente por la (piadosamente breve) representación de las mujeres trans en The Female Man. Sin embargo, este no es el punto principal: la premisa en sí misma es considerada como bioesencialista y perjudicial para las personas trans y no binarias.

Incluso un libro reciente de una autora trans, Manhunt (2022), de Gretchen Felker-Martin, fue objeto de críticas en internet. En esta novela, una plaga convierte a los hombres en monstruos descerebrados y caníbales que vagan por los bosques, violando y matando. Las mujeres trans deben prevenir la transformación tomando constantemente hormonas que solo pueden conseguir matando a los hombres y comiendo sus testículos. Mientras tanto, son perseguidas por las TERF (feministas radicales trans-excluyentes), que las consideran hombres-monstruos a punto de convertirse. El libro está escrito para transmitir gráficamente el terror de la transfobia. No obstante, ha sido atacado por algunas personas en Twitter por su premisa bioesencialista. Aunque los productores de la versión para televisión de Y: The Last Man contrataron a guionistas trans para hacer la historia más inclusiva, también fue considerada problemática.

Mi propio libro ha sido objeto de ataques, incluso antes de su publicación. Nuevamente, lo que importa es la premisa. En mi novela, todos los humanos hombres desaparecen de forma inexplicable en un solo momento, y la sociedad femenina resultante tiene un cierto aire utópico. No es un Whileaway; la trama trata en gran medida sobre el dolor de las personas que se quedan atrás. Sin embargo, las emisiones de combustibles fósiles caen en picada, resulta más fácil votar por políticos de izquierda y, sí, el poliamor lésbico está a la orden del día. En el libro, las mujeres trans son tratadas como mujeres, los hombres trans como hombres, y sus problemas son tratados con simpatía, pero tiene la premisa odiada. Los ataques contra él se intensificaron hasta el punto de que a una escritora, Lauren Hough, se le canceló una nominación a un premio de una organización artística LGBTQ por defenderlo en internet.

Los críticos del género plantean puntos importantes, pero no habría escrito mi libro si no creyera que sus críticas son demasiado generales. Las versiones más reflexivas de la narrativa no afirman el carácter binario del género, sino que intentan desmantelarlo borrando el sexo como categoría. Las habitantes de Whileaway de Russ son mejores y más felices no porque sean biológicamente femeninas, sino porque están libres del sexismo. La premisa también cuestiona la creencia de que excluir a ciertas personas es un medio para lograr una sociedad pacífica. La exclusión como política social constituye una tradición consagrada en Estados Unidos (pensemos en el encarcelamiento masivo y la segregación racial) y está al alza en todo el mundo.

También es la idea que subyace a la exclusión de las mujeres trans de los vestidores femeninos. Hacer que las personas se planteen preguntas difíciles sobre este tema es crucial para todas las campañas a favor de la justicia.

Por último, las utopías de Russ y Sheldon (y, espero, la mía) están cargadas de dudas. Le presentan al lector decisiones imposibles, entre aceptar el abuso y convertirse en un monstruo tan grande como tus abusadores; entre la violación y el genocidio. No constituyen obras de certeza dogmática como las de Gilman. Ni siquiera afirman conocer la naturaleza del género. Todo lo que saben es que el patriarcado nos está matando, y que algo tiene que ceder.

Creo que en la ficción utópica existe algo potentemente transformador. Actualmente, muchos de nosotros intentamos llevar a cabo una revolución política sin esperanza. Nuestras narrativas sobre la justicia giran en torno al castigo. Discutimos sobre lo que constituye dar un puñetazo o bajar la guardia, pero somos pobres en soluciones que no impliquen un puñetazo. En nuestro arte, no imaginamos mundos mejores, sino un mayor número y cada vez más sombríos apocalipsis, y las personas que los habitan solo anhelan el orden mundial patriarcal que nos da supermercados, cañerías interiores y parches hormonales.

Cuando uno deja de leer Y: The Last Man o Manhunt (o Station Eleven o Guerra Mundial Z), lo hace con un suspiro de gratitud por el statu quo. Cuando dejas de leer The Female Man, lo haces con la inquietante y embriagadora sensación de que está fuera de nuestro alcance un mundo más libre, pero también con la conciencia de la violencia que se oculta detrás la mayoría de las promesas de libertad. Todavía no tenemos respuestas y toda utopía está plagada de asteriscos. Prestemos atención a los asteriscos y escuchemos las críticas, pero soñemos nuestros sueños.

The Men, de Sandra Newman, es publicado por Granta Books (14.99 libras). Para apoyar a The Guardian y The Observer, pide tu ejemplar en guardianbookshop.com. Pueden aplicarse gastos de envío.

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