‘Cada vez que escribo, es como la primera vez’: Joyce Carol Oates
Joyce Carol Oates: 'No creo que las opiniones de las personas sean muy importantes'. Foto: Kyle Kielinski/The Guardian

Joyce Carol Oates está de pie en su estudio, viendo el bosque en la zona rural de Princeton, Nueva Jersey, mientras su maine coon, Zanche, se estira en lo alto de una elegante torre blanca para gatos. Hablamos por video y Oates recorre la habitación –grande y forrada de libros– para mostrármela. Deja que la cámara se detenga en Zanche, que está muy bien provista, también tiene su propio jardín “catio”. “Espera que no interfiramos con su siesta”, comenta Oates, con una voz que se escucha como una leve advertencia. Es amistosa, pero no de una manera que la haga menos intimidante.

Hablamos antes de la publicación de su novela Babysitter, inspirada en un asesino en serie que asesinó a niños en los años 70 en los suburbios de Detroit, ciudad en la que Oates vivía en aquel momento. Tiene 84 años, pero su obra sigue siendo excepcionalmente relevante. El próximo mes se estrenará en Netflix la adaptación cinematográfica de su novela Blonde, publicada en el año 2000, un relato ficticio de la vida de Marilyn Monroe y “la novela más difícil” que ha escrito, mientras que Babysitter no escatima en detalles sobre las agresiones sexuales antes de la era del movimiento #MeToo. Según su editor, es la novela número 61 de Oates, aunque nadie parece estar seguro de ello, y menos Oates. La autora rechaza la pregunta como si el llevar la cuenta fuera algo para gente que no tiene nada mejor que hacer.

“Es como: ‘¿Cuántas comidas ricas has preparado?’ Ya sabes, para tu familia o amigos. Dedicas cierto tiempo para preparar una buena comida, pero no necesariamente lo recuerdas. Tal vez suene ridículo, pero estoy completamente inmersa en el trabajo que estoy haciendo actualmente. Cada vez que escribo, es como la primera vez”, explica.

El enfoque ha dado lugar a tantos libros que el epíteto que habitualmente se atribuye a Oates es el de “prolífica”. Desafortunadamente, esto sugiere que la característica más destacada de su producción es su cantidad. ¿Le molesta? “Creo que simplemente es cierto. Es un hecho”, responde. “Nunca pensé que llegaría a publicar un solo libro. Si publicas el primero cuando eres muy joven, piensas: vaya, tal vez nunca habrá otro. Y fue algo así como un libro a la vez. O un proyecto a la vez. ‘Si solo logro terminar esto…’ Supongo que simplemente seguí con eso”.

Parece que ella considera todo el asunto como algo sin importancia, sin embargo, los cálculos son alucinantes: casi 60 años de escritura, divididos por todas esas novelas, más novelas cortas, colecciones de cuentos, ensayos y reseñas de libros. Y no es que se trate de una reclusa. Es profesora de escritura creativa en la Universidad de Princeton y esta mañana ya salió a pasear con un grupo de amigos. En las tardes, ve la televisión y películas, muchas veces con Zanche estirada a su lado, y tuitea. Ya ha hablado anteriormente de que sale a correr todos los días, una hora cada tarde, en la que su mente “vuela” con ideas. Estas han disminuido un poco. “Bueno, normalmente corro y camino, corro y camino”, comenta. No obstante, no ha decaído su metabolismo de la escritura.

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Oates en 1970. Foto: Archivo Bettmann

Oates comenta que Babysitter –un thriller poéticamente observador de la mente de su protagonista, sobre todo cuando se acerca a los puntos de inflexión– “también está basado en los riesgos que corremos al escribir: dedicar años de nuestra vida a un proyecto” sin saber qué, si acaso, nos deparará el tiempo.

Uno podría pensar que Oates ya no tiene tales preocupaciones; ha sido aclamada como escritora desde que su cuarta novela, Them, ganó el premio nacional del libro en Estados Unidos en 1970. Ha sido finalista del premio Pulitzer en cinco ocasiones y suele ser considerada “la mujer de la literatura más importante de Estados Unidos” (una descripción que se cree que fue acuñada por John Updike), famosa por su ficción oscura y observada con precisión que empalma violencia y ternura. Incluso Blonde, una de las finalistas del Pulitzer, es una especie de horror debido a la forma en que explora la división entre Monroe como intérprete y Monroe como persona. Sin embargo, cuando completa los formularios, escribe firmemente “profesora” como su ocupación, nunca “escritora”. “Bueno, ¿es eso una profesión?”, pregunta. Para Oates, parece que se trata más bien de una forma de vida.

De pequeña, cuando crecía en una granja de Millersport, Nueva York), garabateaba historias, con frecuencia protagonizadas por gallinas y, sí, por gatos con pieles de muchas tonalidades. Fue su abuela paterna, Blanche, quien, al ver la afinidad de su nieta por la narración, organizó la primera entrada a la biblioteca de Oates, que tenía seis años. Le compró una máquina de escribir de juguete y después, a los 14 años, una de verdad. Oates nunca ha escrito una novela en una computadora, ni lo haría. “Si James Joyce hubiera escrito Ulises en un procesador de textos, es posible que aún lo estuviera escribiendo. Porque siempre puedes seguir revisando y tal vez Joyce nunca hubiera terminado”.

Fue Blanche, “mi único pariente interesado en los libros”, quien le regaló Alicia en el País de las Maravillas, cuando cumplió nueve años. Oates ha descrito esa novela como “el libro singular que cambió mi vida, que me hizo desear ser escritora”.

Voltea hacia las repisas detrás de ella. “El libro está ahí atrás. Es así de grande”, comenta, formando un libro de tamaño estándar con sus manos. “Yo solía pensar que era así de grande”, dice, abriendo los brazos, como si los cambios de perspectiva de Alice también hubieran sido los de Oates, como si su propia imaginación se hubiera reorganizado en ese primer encuentro. “Es un libro verdaderamente normal. Pero para mí era tan, tan monumental”.

Vuelve a pararse y se acerca a su escritorio para tomar un collage fotográfico enmarcado, creado por su amiga, la difunta Gloria Vanderbilt. En él aparece Blanche en primer plano. La escritora señala la esquina superior derecha de la foto. “Hay una pequeña foto mía de adulta aquí arriba, como si estuviera mirando… Hay algunas flores y árboles… Gloria comprendió que mi abuela era fundamental en mi vida, por eso la puso adelante. Y después mi madre. Y después mi padre. Todos ellos están en mi estudio conmigo”, explica, y luego hace una pausa. “Aunque ahora estoy sola”.

El primer esposo de Oates, Ray Smith, quien durante más de 30 años dirigió Ontario Review, una revista literaria y artística que él y Oates fundaron, murió inesperadamente en febrero de 2008, mientras recibía tratamiento para una neumonía. Eran “compañeros inseparables”, aunque quizás nunca se hubieran conocido si Oates, a los 21 años, no hubiera asumido “un riesgo muy grande”, de aquellos “en los que alguien podría decir: ‘¿Por qué hiciste eso?'”.

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Oates con Ray Smith.

Se esperaba que fuera a la Universidad de Cornell con su novio de tres años, pero leyó un artículo sobre la Universidad de Wisconsin y “algo se apoderó de mí”, explica. “Y pensé: ‘Iré a este otro lugar'”.

En aquel entonces, no podía localizar Wisconsin en un mapa, pero el “gran salto” cambió su vida. “Probablemente me habría comprometido y me habría casado con una persona diferente, no con un literato, y realmente habría sido un error”, explica. En cambio, conoció a Smith; al mes ya vivían juntos y a los tres se casaron.

“El terror descarnado, implacable, atroz, indescriptible, de la soledad” que Oates sintió tras su muerte está plasmado en sus memorias de 2011, Memorias de una viuda. Sin embargo, al final del libro, hace alusión a “un extraño”, en realidad, el neurocientífico Charles Gross, un colega de Princeton al que Oates conoció en una cena. Poco más de un año después del fallecimiento de Smith, se casaron. Pero, en 2019, Gross también falleció, de cáncer.

No puedo evitar preguntar si la cruda pena que Oates plasmó en las memorias la ayudó a sobrellevar el dolor la segunda vez; si la “culpa del superviviente” que detalló aumenta o disminuye. “Realmente no puedo hablar mucho de ello”, comenta.

Bueno, digo, intentando parecer positiva, el amor que contienen las memorias es maravilloso: absoluto e inmenso. “Yo también fui muy unida a mis padres. Creo que no deberíamos hablar de esto”, dice. La autora luce afligida mientras se seca las lágrimas. Al final, comenta: “Tengo a mis gatitos”. (Además de Zanche, está Lilith.) “Es difícil hablar con las viudas. Es difícil saber cómo conversar con alguien”, dice.
Menciono Twitter, para cambiar de tema. “Oh, no pienso demasiado en ello. Twitter es muy efímero”, señala. Hace poco, Oates fue criticada por tuitear las palabras de un agente que le dijo que “ni siquiera puede lograr que los editores lean las primeras novelas de jóvenes escritores blancos, por muy buenas que sean”. Estadísticamente, el sector editorial conserva un fuerte sesgo a favor de los escritores blancos, no obstante, Oates no rectificó sus comentarios después de que fueran noticia, aunque sí se disculpó el año pasado por sugerir que el pronombre “ellos” nunca formaría “parte del uso general”. ¿Le preocupa decir algo incorrecto o las consecuencias de lo que publica en Twitter?

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Con Charles Gross en 2015. Foto: Gary Gershoff/WireImage

“Bueno, Ricky Gervais, en mi opinión, tiene la actitud correcta. Él es muy, muy divertido. Es brillante como comediante. Dice que alguien se puede sentir ofendido, pero que solo es su opinión… Todas estas cosas son como los avispones. Si no te importan realmente, ¿qué diferencia hay?”.

Una de las diferencias podría radicar en que la reputación de Oates conlleva una carga de responsabilidad; que aunque ella considera que Twitter es efímero, un tuit pasajero procedente de una gran figura de la literatura puede tener un impacto duradero en los demás, algo que ella misma reconoció cuando se disculpó por el comentario referente a los pronombres.

“Bueno, en realidad no me importa. No es algo en lo que esté pensando”, explica. Sospecho que, aunque el tema cambió, los pensamientos de Oates se quedaron en Ray, y en Charles, y en sus padres, y en otras personas, porque se escucha como si estuviera afligida cuando dice: “Tengo una vida personal y hay cosas que suceden en mi vida que son importantes. Ya sabes, que involucran a personas que están enfermas o muriendo. Quiero decir, han pasado muchas cosas en la vida real. El preocuparse por una pantalla o por las redes sociales, es algo que uno hace, creo, cuando tiene tiempo para ello”.

“En cuanto aparece una crisis hospitalaria en tu vida, te olvidas por completo de estas cosas. Cuando mi esposo Charlie estuvo enfermo, seis meses… Quiero decir, hay meses y meses en los que nada más importa. Y en esos momentos de nuestras vidas en los que notas lo que realmente importa, no creo que las opiniones de las personas sean muy importantes. Ni siquiera me importa. Es cuestión de sobrevivir otro día más”, comenta, con una risa de angustia. “¿Seguiré viva mañana? ¿Afrontando esa realidad existencial y cuidando a las personas que necesitan ser atendidas? Por tanto, si tengo energía para algo, es para mi escritura y mi trabajo”.

Unos días después, todavía preguntándome si Memorias de una viuda fue una carga para Oates, al hacer público su dolor, o si la ayudó, le escribo para preguntarle. Pero ella me responde: “¿Qué se puede decir de la soledad? Algunas personas dicen que se sienten solas dentro de sus propios matrimonios. ¿Quién puede asegurarlo? Todo es muy subjetivo”. Después añade, de forma brillante, ya sea como monólogo o como consejo para los demás: “Mantenernos ocupados, atareados, sobre todo con trabajos fuera de casa, como la enseñanza, probablemente es lo ideal. ¡Y además con las mascotas!”. Y envía una foto de Zanche disfrutando de su catio.

Babysitter, de Joyce Carol Oates, es publicado por 4th Estate (18.99 libras). Para apoyar a The Guardian y The Observer, pide tu ejemplar en guardianbookshop.com. Se pueden aplicar gastos de envío.

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