Sin entrenador, sin agente, sin ego: la increíble historia de Gary Hunt, el Lionel Messi de los clavados
Gary Hunt saltando durante las Series Mundiales Red Bull Cliff Diving en Polignano a Mare, Italia, en 2022. Foto: Dean Treml / Red Bull Content Pool

A principios de mayo de 2009, 12 hombres llegaron a La Rochela, en la costa oeste de Francia, cargando en su equipaje unos cuantos pares de trajes de baño Speedos. No habían venido a nadar, sino, como a ellos les gustaba decir, a “volar”. Su deporte, que consiste en saltar desde acantilados, edificios o puentes, siempre está acompañado de una atmósfera de nerviosa emoción, sin embargo, esta vez lo que estaba en juego era más importante que nunca. Los clavados de gran altura han permanecido durante mucho tiempo en el extremo oscuro de los deportes extremos, una actividad para buscadores de emociones que tienen trabajos cotidianos. Ahora, la empresa de bebidas energéticas Red Bull lanzaba lo que denominaba una “serie mundial de clavados de gran altura”, con ocho pruebas programadas para todo el verano que atraerían a cientos de miles de espectadores. Era la oportunidad de alcanzar la fama y, si no la fortuna, para los mejores clavadistas, un modesto medio de vida.

En los clavados tradicionales de alberca, la prueba más alta es la plataforma de 10 metros, y hasta a los clavadistas olímpicos la altura les puede resultar inquietante. En La Rochela, los organizadores habían colocado una plataforma corta en las murallas de la torre medieval de San Nicolás, a 26 metros sobre el gélido mar, tan alta como un edificio de ocho pisos. En sus tres segundos de vuelo, los clavadistas alcanzarían velocidades de más de 80 km/h. A esa velocidad, entrar de cabeza es demasiado peligroso. Tendrían que romper el agua con los pies, intentando salpicar lo menos posible. En cada uno de sus tres saltos de la prueba, los clavadistas podrían despegar mirando hacia delante, hacia atrás o, lo que resulta más aterrador, parados de manos. Mientras caían, daban tantas vueltas y piruetas como se atrevían con el fin de impresionar a los jueces antes de caer al mar. Si cometías un error, era como “chocar a toda velocidad contra un muro”, como explicó en su momento el colombiano Orlando Duque, el favorito para ganar la nueva serie.

El Duque, como se le conocía, tenía 34 años, era carismático y guapo, con una larga cola de caballo que lo seguía mientras volaba. Sus principales rivales eran veteranos clavadistas de gran altura que habían llegado de lugares tan lejanos como Australia, Rusia y Estados Unidos. También había algunos novatos, entre ellos uno de Inglaterra. Gary Hunt tenía 24 años, era delgado y pálido. Todavía era tan inexperto desde tales alturas que se puso dos pares de trajes de baño Speedos para mayor protección. Un fotógrafo de Red Bull recordó posteriormente que cuando se acercó a Hunt ese año “con frecuencia me miraba con desconfianza, de reojo, y se alejaba rápidamente”. Hunt era introvertido, pero existía otra razón detrás de su renuencia. Estaba saliendo de una crisis mental derivada de la muerte de su mejor amigo dos años antes.

Hunt consiguió después el tercer lugar en La Rochela y, a medida que avanzaba la temporada de 2009, se hizo evidente que tenía un talento innato. Al igual que todos los mejores clavadistas, tenía un agudo sentido de la percepción aérea, siempre sabía dónde se encontraba en el aire, incluso cuando giraba y hacía mortales. No importaba cuán compleja fuera su rutina, era capaz de entrar en el agua de forma segura. Además, estaban las cualidades que diferenciaban a Hunt: su calma sobrenatural y su imaginación. Uno de los mayores retos de los clavados de gran altura como deporte de competencia consiste en que es muy difícil practicar con antelación desde la altura total. En la época de la primera temporada de Hunt, no existían instalaciones de entrenamiento con plataformas lo suficientemente altas. (En la actualidad, solo hay tres, en Austria, Estados Unidos y China). Por ese motivo, los clavadistas de gran altura solo habían realizado rutinas que también se podían hacer desde una plataforma de 10 metros en la alberca. Hunt quería intentar algo más ambicioso, un clavado sin precedentes que aprovechara al máximo la elevación desde la que iba a caer. Se dio cuenta de que solo había una forma de proceder. Tendría que practicar su nuevo salto por partes y, después, el día de la competencia, juntarlo todo por primera vez.

En la cuarta prueba de la gira, en Antalya, Turquía, Hunt se sintió preparada para intentarlo. Antes del comienzo, cuando los atletas informaron a los jueces sobre los saltos que iban a realizar, Hunt describió una rutina que nunca antes se había intentado en ningún tipo de clavado: un triple salto mortal, con cuatro giros: el triple cuádruple. Sería, como dijo Duque, “el clavado más difícil jamás realizado”.

No todos estaban satisfechos. La puntuación de un clavado se calcula multiplicando las calificaciones de los jueces por un número que valora el grado de dificultad. Uno de los rivales de Hunt se quejó públicamente de que estaba intentando ganar por grado de dificultad, lo cual “no era la forma correcta”. A otros clavadistas les preocupaba que se lesionara. “Le decíamos: hombre, calmado, no te presiones, esto es de alto riesgo”, recuerda Steve Black, amigo y compañero de competencia de Hunt. Black sabía de lo que hablaba, pues su trabajo anterior incluía actuar en un espectáculo de acrobacias en el que le prendían fuego antes de saltar a un tanque de agua en la oscuridad.

Hunt ignoró las críticas y los consejos. No ganó con su triple cuádruple en Turquía, pero sí lo hizo en la siguiente competencia. En la última parada de la temporada, introdujo otro nuevo clavado y volvió a ganar. En total, esa temporada terminó empatado en puntos con El Duque, que fue coronado campeón por haber ganado más competencias individuales. Hunt estaba satisfecho. No se había propuesto ganar la serie, comentó a un entrevistador durante la temporada, sino explorar su potencial.

Al comenzar la temporada 2010, estaba más seguro de sí mismo: se deshizo de su segundo par de calzoncillos de natación. Después de ganar las tres primeras pruebas, anunció otra innovación radical: un despegue en carrera desde la plataforma. Funcionó en los entrenamientos en Polignano a Mare, una ciudad costera en el talón de la bota italiana, pero en la competencia su sincronización fue ligeramente incorrecta, y su pecho y cabeza se estrellaron contra el agua. Los buzos de seguridad, que esperan en el agua a que el clavadista aterrice y lo siguen hasta el fondo en caso de que se lesione o pierda el conocimiento, lo ayudaron a subir a una moto acuática y fue atendido en el hospital por una conmoción cerebral. Durante dos semanas no pudo mover los hombros ni el cuello. Una semana después estaba de vuelta en la plataforma para la siguiente competencia, mirando un lago que se encontraba muy abajo.


Desde aquella temporada inaugural de 2009, en la que terminó en segundo lugar, Hunt ha protagonizado una racha de dominio que sería extraordinaria en cualquier deporte, ganando 42 de las 82 pruebas de Red Bull Cliff Diving, y nueve de los 11 títulos de las series mundiales. Las otras dos ocasiones quedó en segundo lugar. Él es, sin lugar a dudas, el mejor clavadista de todos los tiempos, “el Michael Jordan, el Muhammad Ali, el Tiger Woods” de este deporte, como dijo en 2021 Steven LoBue, un clavadista estadounidense que tuvo el infortunio de competir contra Hunt durante muchos años.

Nadie en el circuito de clavados ha hecho más por elevar el nivel de este deporte ni por aumentar su notoriedad pública. “Gary puso el asfalto en la grava para el resto de nosotros”, me dijo uno de sus rivales actuales, Cătălin-Petru Preda. No obstante, Hunt sigue sorprendentemente desinteresado en las oportunidades económicas o los beneficios profesionales que suelen acompañar a estos éxitos deportivos. No tiene entrenador, ni agente, ni interés alguno en alimentar la maquinaria de las redes sociales. Su feroz deseo competitivo parece ajeno a su ego. Regala sus trofeos de ganador a su madre o se pone el cinturón de carpintero y los convierte en algo útil, como un cenicero o una base para macetas. (“Trofeos disfrazados de objetos”, los llama).

Hunt ahora tiene 38 años, pero ha conservado, como lo expresó el periódico L’Equipe, el aspecto de un “eterno adolescente”. Es delgado como una serpiente, con el cabello rubio despeinado, y viste como si se hubiera levantado tarde y hubiera agarrado cualquier cosa que estuviera en la parte de arriba del montón de ropa. Incluso aquellos que mejor lo conocen lo describen como un enigma, un temerario al que le gusta dedicar su tiempo libre a la jardinería. Entrena con la intensidad de un atleta profesional moderno, practicando clavados todos los días de la semana y pasando horas en el gimnasio, y se relaja como un deportista de una época pasada, disfrutando de los cigarros roll-up en la noche y de varias copas de más después de una victoria. Según él mismo reconoce, es espectacularmente despistado y espectacularmente indiferente a las consecuencias. “Dormirse en el tren, perder el avión… nada lo perturba”, comentó su hermana Jeannette, a cuya boda estuvo a punto de faltar.

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Gary Hunt en las series mundiales Red Bull Cliff Diving en Blue Lagoon en Abereiddy, al oeste de Gales. Foto: PA Images/Alamy

En septiembre del año pasado, viajé a Polignano a Mare para ver a Hunt competir en la penúltima prueba de las series mundiales de clavados de 2022. Es un lugar hermoso, con el casco antiguo construido sobre los acantilados que tienen vistas al mar Adriático por un lado, y una caleta por el otro. Paseando por las estrechas calles la tarde anterior al comienzo de la competencia, con mi credencial de acreditación de prensa, me detuvo un hombre que me confundió con un miembro del comité organizador de Red Bull. Era un clavadista aficionado de gran altura de Friburgo, Alemania, uno de las decenas de miles de espectadores que verían la prueba desde la playa, las rocas, los balcones o los barcos ese fin de semana. Cuando le dije que estaba ahí para escribir sobre Hunt, se quedó boquiabierto. Era como si le hubiera dicho a un fanático del futbol que iba a entrevistar a Lionel Messi.

La prueba de Polignano fue crucial para la temporada de Hunt. Necesitaba desesperadamente ganar ahí si quería mantenerse en la carrera por el 10º título de la serie, y el cuarto consecutivo. Ocupaba el tercer lugar en la clasificación general, y solo le quedaba esta competencia y otra más. En la mañana del viernes, día en que comenzaba la competencia, me reuní con Hunt para desayunar en su hotel. Cuando llegué, estaba a mitad de camino de un plato de huevos, tocino y tomate, que acompañaría con dos cafés, un cuernito y un tazón de granola. “No tengo que ser exigente con lo que como”, comentó riendo. “Solo tengo 27 segundos de trabajo este fin de semana”.

Eso era cierto: cinco clavados de práctica y cuatro de competencia, de tres segundos cada uno. Pero le pasarían factura. Para los clavadistas de gran altura, las lesiones son un riesgo constante. Dos de los clavadistas que debían competir en Polignano se habían retirado: uno con un pulmón perforado después de haber caído sobre su pecho en la prueba anterior, el otro con una fractura de pómulo y dos ojos morados por un clavado fallido realizado a principios de semana. Incluso si un salto sale según lo previsto, el dolor es una certeza. “El impacto contra el agua siempre es violento”, señaló Hunt. “La fuerza se propaga por los pies hacia las piernas. Si no has protegido tus pelotas, es como si alguien les hubiera pasado una máquina de afeitar. O puede ser tu trasero, que de verdad tienes que apretar”.

Se estaba riendo de nuevo. El resto del comedor del hotel estaba en silencio, con algunos otros clavadistas perdidos en sus pensamientos, intentando concentrarse. Hunt aún no estaba listo para eso y, cuando llegara el momento, tenía su propia forma de prepararse. En lugar de ponerse audífonos con cancelación de ruido y escuchar música, hacía malabares, manteniendo cinco pelotas en el aire al mismo tiempo. La idea es desacelerar su mente haciendo algo instintivo, explicó, como cuando toca una pieza conocida en el piano, uno de sus otros pasatiempos. “En realidad no estás pensando en lo que estás haciendo. Casi puede sentirse como si tu cerebro no controlara tus manos”.

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Gary Hunt haciendo malabares antes de competir. Foto: Dean Treml / Red Bull Content Pool

Los malabarismos podrían parecer una ostentosa demostración de fanfarronería, un intento de poner nerviosos a sus rivales. Pero cuanto más tiempo pasaba con Hunt, más evidente resultaba que se trataba de algo auténtico. Es tan despreocupado que en ocasiones me di cuenta de que quería recordarle que la competencia va a empezar pronto y que realmente tiene que prepararse. No se parece a otros atletas de élite, porque en realidad él no se considera así. Mientras terminábamos nuestra plática, una pareja de mediana edad que pasaba por allí se detuvo y se le quedó viendo a Hunt. Él se sonrojó. Incluso después de todos estos años de éxito, todavía parece sorprenderle que las personas sepan quién es.


Como muchas historias de vuelo humano, esta empezó con una mirada envidiosa hacia las alturas. Hunt tenía nueve años y practicaba en una alberca de Leeds, en el norte de Inglaterra. Tal como había hecho con el ballet, el tap y la danza moderna, siguió a sus dos hermanas mayores en la natación de competencia. Pero Hunt no era un gran nadador y se aburría haciendo largos. Por el rabillo de su ojo vio a otros niños que saltaban al agua desde una plataforma, charlando y riendo mientras esperaban para volver a sumergirse. Aquello parecía más divertido.

Hunt les suplicó a sus padres que lo dejaran intentarlo. Rápidamente avanzó de la plataforma de 1 metro a las de 3 y 10 metros, y en un par de años ya viajaba por el país para participar en las competencias y entrenaba cinco veces a la semana. “Gary era un chico muy tranquilo”, me dijo Adrian Hinchliffe, su entrenador en Leeds. “No era el mejor clavadista que teníamos, pero le encantaba el deporte y podía hacer una parada de manos increíble, y siempre ganaba las competencias para ver quién aguantaba más tiempo. Era muy competitivo”.

Para los entrenamientos de madrugada, su madre, Pamela, lo llevaba a la alberca a las 5 de la mañana y dormitaba en una bolsa de dormir en el coche mientras él practicaba clavados. Los dos eran muy unidos. Con su padre era distinto. Peter Hunt era un hombre tímido y ansioso que trabajaba como gerente intermedio en la empresa British Telecom. Pasaba todo su tiempo libre trabajando, sentado en la mesa del comedor frente a un enorme montón de papeles, con un cigarro en la boca. A Hunt le daba la impresión de que su padre nunca había querido tener hijos, y menos un niño. Nunca pareció estar particularmente interesado en su hijo, ni le dedicó elogios. Hasta el día de hoy, Hunt cree que parte de su dedicación a ser el mejor proviene de su deseo de hacer que su padre se sintiera orgulloso.

Cuando Hunt tenía 16 años, sus padres se separaron y su madre se mudó a Southampton con los niños, donde él siguió practicando clavados. Unos años después, a Hunt se le unió ahí su mejor amigo, Gavin Brown. Brown era de Bradford, cerca de Leeds, y los chicos entrenaron juntos durante varios años cuando eran más jóvenes. Aunque Hunt era muy buen clavadista, Brown era mejor, y ganó una medalla de bronce en el campeonato mundial junior. Popular y extrovertido, vivía según su lema: “hazlo bien o vete a casa”.

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Gary Hunt haciendo gimnasia cuando era niño. Foto: Cortesía de Gary Hunt

Ambos se inscribieron en la Universidad de Solent, pero los clavados seguían siendo su principal objetivo. Junto con otros chicos de su club, la Southampton Diving Academy, pasaban horas estudiando videos de sus héroes clavadistas, como el ruso Dmitri Sautin, quien, después de ser apuñalado varias veces en una calle en Moscú cuando tenía 17 años, se convirtió en el clavadista más exitoso de la historia de los Juegos Olímpicos. Cuando terminaban los entrenamientos, los chicos intentaban imitar a Sautin, o se provocaban unos a otros para realizar clavados cada vez más locos. Tom Owens, que formaba parte del grupo y ahora es entrenador jefe del club de clavados City of Sheffield, me contó que Hunt era el único que no necesitaba ningún incentivo para hacer algo escandaloso. Escalaba árboles hasta que las ramas se quebraban y serpenteaba por estrechas tuberías de alcantarillado a la luz de su teléfono celular. Al igual que muchas de las personas con las que hablé, Owens destacó la extraña mezcla de cualidades personales de Hunt. “Tenía este impulso innato de desafiarse a sí mismo”, comentó Owens, pero al mismo tiempo era “relajado hasta el extremo”.

Un año, un equipo de clavadistas de su club fue invitado a una competencia en Egipto. La mañana del vuelo, Hunt estaba a punto de salir de casa cuando se dio cuenta de que había olvidado su pasaporte. “Subió corriendo las escaleras y después bajó despacio”, recordó recientemente Pamela, la madre de Hunt. “Había expirado su pasaporte”. Tuvo que llevarlo a Londres para renovarlo y después ayudarlo a encontrar otro vuelo. Después, Hunt olvidó su cartera en el avión y le robaron el teléfono mientras hacía turismo por El Cairo. La historia se ha convertido en una leyenda entre la familia y los amigos de Hunt. Pero cuando le pregunté al respecto, él había olvidado la mayoría de los percances. Lo que sí recuerda es que lo subieron a primera clase en el vuelo a El Cairo. ¡Un gran viaje!

En 2006, Hunt clasificó para los Juegos de la Commonwealth en Melbourne en la prueba sincronizada de plataforma de 10 metros, haciendo clavados con Callum Johnstone. El padre de Hunt había fallecido el año anterior de cáncer de páncreas, pero su madre, sus hermanas y varios tíos y primos volaron a Australia para ver al dúo ganar el tercer lugar para Inglaterra.

Aunque Hunt solo tenía 21 años, se dio cuenta de que estaban apareciendo clavadistas más jóvenes y con más talento. Uno de ellos era Tom Daley, de 11 años, que venció a Hunt en una competencia y llegaría a representar a Gran Bretaña en cuatro Juegos Olímpicos.

Si Hunt quería ser el mejor en algo, solo había un camino a seguir. Arriba.


El primer viaje de Hunt a las grandes alturas ocurrió más tarde ese mismo año, cuando todavía estaba en la universidad. En aquel entonces, y en menor medida en la actualidad, el circuito de parques de atracciones era una fuente habitual de empleo para los clavadistas de gran altura, lo cual les permitía mejorar sus habilidades a la vez que ganaban dinero. Al entrenador de clavados de Hunt en Southampton le habían preguntado si conocía a alguien que pudiera ser suplente en un espectáculo de piratas en Lido di Jesolo, una ciudad turística cerca de Venecia, Italia. Le recomendó a Hunt, quien no dudó en aceptar.

Además de actuar en peleas de espadas, el papel de Hunt consistía en saltar a una diminuta alberca desde 18 metros. Era la primera vez que se lanzaba desde más de 10 metros. La escalera era estrecha y la plataforma apenas tenía espacio para sus pies. Hunt temía no caer en la alberca cuando saltara. Pero rápidamente le encontró el truco, y después empezó a intentar clavados más complicados. “¿Sabes que puedes dejar caer a un gato y siempre aterriza sobre sus patas?”, comentó Steve Black, que también trabajaba en el parque. “Bueno, Gary era como un gato. Hacía trucos locos y al público le encantaba”.

Gavin Brown, amigo de Hunt, también intentó los clavados de gran altura ese verano, en otro parque de atracciones. Cuando ambos regresaron a la casa que compartían en Southampton, vieron videos de competencias de clavados de gran altura y hablaron sobre cómo podrían superar los límites de este deporte algún día. Quizás podrían realizar más giros y mortales de los que se atrevían los clavadistas del momento o, como sugirió Brown, despegar mediante un salto en carrera. ¿Y por qué no correr esos riesgos? Tenían 22 años, talento y ambición, y toda la vida por delante.

Brown, que era más extrovertido que Hunt, a veces salía solo de fiesta y después le llamaba a su amigo para pedirle que lo llevara a casa. En la madrugada del 28 de abril de 2007, durante una noche de fiesta, Brown llamó por teléfono, pero Hunt perdió la llamada. Más tarde, esa misma mañana, el teléfono de Hunt volvió a sonar, y cuando contestó se enteró que habían atropellado a Brown en un accidente en el que el conductor se dio a la fuga, y que estaba siendo operado de emergencia. Murió ese mismo día. (El conductor del automóvil, un trabajador agrícola sin licencia ni seguro, abandonó el vehículo y huyó a su Polonia natal. Fue detenido dos años después, extraditado al Reino Unido y condenado a cinco años de cárcel).

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Hunt con su mejor amigo, Gavin Brown, c 2006. Foto: Cortesía de Gary Hunt

En los meses siguientes, Hunt perdió el control. “Simplemente no podía creer que Gavin había muerto”, me contó. “Empecé a imaginar que no estaba muerto y que tenía que cumplir alguna misión para reunirme con él”. Una voz en su cabeza le dijo que caminara de Southampton a Bath, a 80 kilómetros de distancia. Se perdió y al anochecer se refugió en un granero, donde lo encontró la policía, que había sido alertada por los reportes de un hombre que circulaba por la carretera.

Para intentar olvidar, Hunt fumaba hierba y consumía drogas en fiestas, pero no podía librarse de la desesperación. Tras ser invitado a una despedida de soltero en Brighton más tarde ese mismo año, terminó solo en la playa, llorando y gritando al mar. Un año después de la muerte de Brown, en 2008, Hunt viajó a Roma para competir en la prueba de plataforma de 10 metros para Gran Bretaña, pero cuando se suponía que estaba saltando lo encontraron caminando por la calle leyendo La tempestad, de Shakespeare. “Hablaba sin sentido”, explicó Adrian Hinchliffe, que en aquel momento era entrenador del equipo de Gran Bretaña. “Llamé a la madre de Gary y le dije que lo llevaría a casa de inmediato”.


Cuando Hunt debutó en Red Bull en 2009, su estado mental había mejorado, aunque su duelo aún estaba muy vivo. En las giras, mantenía deliberadamente a las personas alejadas. “Nunca quise volver a hacer un buen amigo. En cierto modo acepté que iba a estar solo”, me explicó. Su pena también era una especie de combustible. “Todas las cosas que habíamos hablado de hacer en los clavados de gran altura, ahora él no podía hacerlas, así que me dije a mí mismo: voy a hacerlo”, recordó Hunt. “Sentí que dependía de mí cumplir todos los sueños que habíamos tenido juntos”. Incluso hoy en día, los amigos de Hunt tienen la impresión de que la muerte de Brown sigue motivándolo. “La muerte de Gavin es una parte muy importante de la historia de Gary, y nunca lo ha dejado”, comentó Hinchliffe.

Entre competencia y competencia, ese primer año, Hunt trabajó en el parque de atracciones Walygator, cerca de Metz, en el norte de Francia. Su papel en el espectáculo consistía en interpretar a un personaje clavadista de gran altura que se creía Tarzán. “Jane” era interpretada por una actriz francesa llamada Sabine Ravinet, que también dirigía talleres de teatro en prisiones y para niños de hogares con problemas. Era más de dos décadas mayor que Hunt. Ella hablaba poco inglés –y él poco francés–, pero con mímica y paciencia llegaron a conocerse. “Mi primera impresión fue que él no era como los demás”, recordó recientemente Ravinet. “En su forma de escucharte, de estar completamente presente contigo, su gentileza, y también cierto misterio en su personalidad”.

Se mudaron juntos a París en 2010, mientras seguían trabajando en Walygator cada verano durante tres años más, incluso aunque Hunt volara a lugares lejanos –desde la Isla de Pascua hasta México– en la gira de clavados de gran altura. Llegó a amar la vida en el parque de atracciones. Además de clavadistas, había payasos, bailarines y marionetistas de todo el mundo. Después del espectáculo de cada día, se reunían en uno de sus bungalows, organizaban una barbacoa y tomaban cervezas, y se enseñaban mutuamente nuevas habilidades. Así fue como Hunt aprendió a hacer malabares. También estaba recuperándose. “Me di cuenta de que el hecho de que Gavin ya no estuviera allí me había dado la libertad de mudarme a Francia y vivir esta vida”, me explicó.

En 2013, tras haber ganado las tres series anteriores de Red Bull, Hunt se quedó sin el título en la última competencia de la temporada en Tailandia. Decidió que si quería volver a la cima tenía que dejar el trabajo en el parque de atracciones y dedicarse a las competencias de clavados. Ese año, los clavados de gran altura fueron incluidos por primera vez en el Campeonato Mundial de Deportes Acuáticos en Barcelona, y Hunt formó parte de un gran equipo de Gran Bretaña. Pero como los clavados de gran altura no son un deporte olímpico, Hunt no recibió ni siquiera el equipo de la British Swimming. Llegó a la competencia vistiendo una playera blanca lisa en la que había escrito “GBR”, y se fue con una medalla de plata, una de las dos únicas medallas ganadas por el equipo. En los campeonatos de 2015 y 2019 ganó el oro.

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Jade Gillet y Gary Hunt en la final de 10 metros sincronizados mixtos en el Campeonato Mundial de Natación en Budapest, Hungría, en 2022. Foto: Reuters/Alamy

Para ese entonces, se avecinaba el Brexit y la libertad de Hunt para vivir y trabajar en Francia ya no estaba garantizada. No obstante, podía solicitar la nacionalidad, dado el tiempo que había vivido en ese país y su integración cultural. Hablaba francés con fluidez e incluso había dejado de leer en inglés, prefiriendo repasar los clásicos franceses, como Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas.

A principios de 2020, después de recibir la nacionalidad francesa, Hunt anunció su intención de competir para Francia tanto en concursos de clavados de gran altura como en la alberca en los Juegos Olímpicos de 2024, que se llevarían a cabo en París. A pesar de todos sus éxitos, nunca pudo renunciar a su sueño de la infancia de competir en los Juegos Olímpicos. El equipo francés de clavadistas estaba encantado de contar con él como clavadista de gran altura, pero la plataforma de 10 metros era otro asunto. Es un deporte que favorece a los atletas más jóvenes y, además, Hunt llevaba más de una década sin saltar de cabeza en una competencia.

En un principio, su misión parecía estar condenada al fracaso. Entonces, a finales de 2021, Clémence Monnery fue nombrada entrenadora principal. Después de ver entrenar a Hunt, decidió que quería que formara parte del equipo olímpico. “Gary es una pieza”, me dijo. No hay muchos como él. “Para muchos clavadistas, el miedo es un problema a los 10 metros. ¡Pero el rey de los 27 metros no tiene miedo!”. Y cuando lograba un nuevo clavado una vez en los entrenamientos, no tenía que repetirlo una y otra vez para tener la confianza de hacerlo en las competencias.

Aun así, los Juegos Olímpicos siguen siendo una posibilidad remota. Los amigos y rivales de Hunt se sorprenden de que intente siquiera llegar hasta allí. “¡Es una locura!” me dijo Orlando Duque, el ganador de la serie de 2009, que ahora es director deportivo de Red Bull Cliff Diving. “Para Gary, llegar a los Juegos Olímpicos a los 40 años será un gran logro”, comentó Hinchcliffe, el entrenador de la infancia de Hunt, que ahora trabaja con el equipo australiano de clavados. “Es inspirador el simple hecho de intentarlo”.


En Polignano a Mare, el otoño pasado, para llegar a la plataforma de clavados, los competidores tenían que caminar desde sus hoteles a través del casco antiguo, obtener la aprobación de un guardia de seguridad y entrar a un departamento ubicado junto al acantilado. En el balcón del departamento, se extendían dos plataformas sobre las resplandecientes aguas de la caleta. La plataforma inferior, situada a 21 metros sobre el nivel del mar, era para las mujeres, que se unieron a la gira en 2014. La plataforma de los hombres, a la que se accedía a través de una escalera en el balcón, se encontraba seis metros más arriba. Veintisiete metros es la altura máxima para los clavados de competencia varonil: superar esa altura, la rápida aceleración del clavadista hace que sea casi imposible realizar saltos mortales adicionales, a la vez que aumenta considerablemente el riesgo de lesiones.

Eran las 12:30 de la tarde y los atletas se estaban preparando para los clavados de práctica en la terraza, haciendo estiramientos y saltos mortales sobre colchonetas. Cuando llegó el momento del clavado, la mayoría de los clavadistas siguieron la misma rutina: asomarse por el borde de la plataforma para atraer la atención de uno de los cuatro clavadistas de seguridad que flotaban en el agua en la zona de aterrizaje inferior, antes de lanzarles un par de chanclas, que los clavadistas necesitarían para cruzar la playa de piedras, los adoquines y las estrechas calles cuando regresaran al departamento situado junto al acantilado. Después, hicieron señas a los buzos de seguridad para que golpearan el agua, lo cual les ayudaría a distinguir el azul del mar del cielo mientras volaban, y a juzgar dónde se encontraba la superficie del agua.

Con solo ver a los clavadistas caminar a lo largo de la plataforma, mi corazón latía con fuerza. Algunos se persignaban o se daban palmadas en los muslos para mentalizarse. De vez en cuando, un clavadista se apartaba del borde justo antes de que tuviera que saltar, perturbado por una ráfaga de viento o un momento de aprensión. Blake Aldridge, que fue compañero de Tom Daley en los Juegos Olímpicos de 2008, me describió su miedo cuando debutó en una competencia de Red Bull en Francia en 2011. Soplaba un vendaval y hacía mucho frío, condiciones a las que los clavadistas de alberca nunca tienen que enfrentarse. “Miré por el borde y luego volví a bajar directamente de la plataforma. No podía hacerlo”. Al final, intentó un clavado sencillo, con un salto mortal, pero la fuerza del impacto lo conmocionó. Estaba demasiado asustado como para hacer giros, hasta que Hunt, un amigo de la infancia, se ofreció a saltar desde la plataforma junto con él. Este acto de bondad le dio a Aldridge el valor para intentarlo. Se aficionó a los clavados de gran altura –la experiencia de volar te hace sentir, solo durante esos tres segundos, “irrompible, como Superman o He-Man”, comentó– y tuvo una exitosa carrera, aunque el elemento del miedo nunca desapareció realmente. Cuando empezó, había supuesto que, como atleta olímpico, los clavados de gran altura le resultarían sencillos y que los dominaría. Pronto se dio cuenta de que estaba equivocado. “Es un deporte diferente (a los clavados en alberca), y Gary es el mejor por mucho, un talento único y humano”.

En la plataforma de Polignano, Hunt actuó con despreocupación, sin molestarse siquiera en usar chanclas, ya que pensaba tomar un atajo para volver a subir. Se sentó en el borde, balanceando sus tobillos colgantes durante un rato, antes de levantarse y saltar al vacío. Cuando salió a la superficie, le hizo señas a la moto acuática que lleva a los clavadistas de vuelta a la orilla y nadó hasta el acantilado. Después de varios intentos fallidos, logró saltar y agarrarse con una mano a una pequeña saliente, y procedió a escalar el acantilado, como un alpinista, llegando a la plataforma cinco minutos antes del comienzo de la prueba. Le pregunté a uno de los empleados de Red Bull si se trataba de un comportamiento normal. “Para Gary es normal”, respondió.


Los premios del circuito Red Bull son modestos en comparación con muchos deportes. En 2013, cuando Hunt dejó el parque de atracciones para centrarse en los clavados de competencia, los ganadores masculinos y femeninos de cada una de las ocho competencias de la serie recibían alrededor de 5 mil euros (unos 90 mil pesos), con un bono de 12 mil euros (unos 230 mil pesos) para el campeón de la serie. (En la actualidad, los ganadores de las competencias reciben 7 mil 85 euros y el ganador absoluto, 16 mil) Sin embargo, con sus gastos de viaje cubiertos por la gira, y ganando con tanta frecuencia, Hunt ganaba lo suficiente para vivir. Sigue manteniéndose principalmente con las ganancias de las competencias y una pequeña ayuda para vivienda que recibe de la Federación Francesa de Natación.

Como atleta dominante en un deporte espectacular, Hunt podía ganar mucho más a través de apoyos y patrocinios. Al principio de su carrera firmó un pequeño contrato con una empresa de construcción, pero la obligación de usar siempre una gorra con su logotipo le resultó demasiado estresante. En la actualidad, su único patrocinio, que supone unos pocos miles de libras al año, es con la empresa australiana de trajes de baño Budgy Smuggler, que le permite usar sus calzoncillos en las competencias.

En Polignano, le pregunté a Hunt por qué, teniendo en cuenta el número de series Red Bull que había ganado, no estaba en los libros de la empresa, como otros clavadistas de la gira, entre ellos su joven contrincante, el británico Aidan Heslop, y la principal clavadista femenina, la australiana Rhiannan Iffland. Respondió que en una ocasión presentó su solicitud, pero que nunca le contestaron. Tal desaire podría dejar resentidos a algunos, pero no a Hunt, para quien el término tranquilo es demasiado moderado. (Su pareja, Ravinet, comentó que en los 12 años que llevan juntos, nunca lo ha visto enojado). “Creo que realmente no encajo en el perfil (de Red Bull). No me autopromociono, y no soy aficionado de otros deportes extremos. ¡Toco el piano!” me dijo Hunt. “Pero soy muy feliz. Estoy bastante seguro de que no me arrepentiré cuando sea mayor de no haber intentado ganar más dinero”.

Después de las dos primeras rondas de clavados del viernes, Hunt ocupaba el segundo lugar y, sobre todo, aventajaba a sus principales rivales por el título de la serie. Hasta ese momento, el nivel de dificultad estaba limitado, por lo que no se permitía que los clavadistas realizaran sus rutinas más difíciles. Pero para los dos saltos restantes, no había límite. El deporte ha evolucionado desde los primeros días de Hunt en el circuito, y ya no tenía el repertorio de los clavados más difíciles, lo cual lo ponía en desventaja en esta etapa. Si los clavadistas con rutinas más difíciles las ejecutaban bien, le resultaría difícil igualar sus puntuaciones. Dos de ellos lo habían hecho de forma constante durante la temporada. Heslop era el segundo en la clasificación general al llegar a Polignano. Con solo 20 años, creció viendo clavados en YouTube e idolatraba a Hunt. Heslop formaba parte de una nueva generación de clavadistas que pasaban directamente de los clavados en alberca a los clavados desde acantilados, ahora que una carrera profesional en este deporte era posible. Delante de Heslop se encontraba el líder de la serie, Cătălin-Petru Preda, un rumano reflexivo, que consideraba a Hunt, un buen amigo suyo, como la mayor amenaza para el título.

En el segundo día de competencia, aumentó el viento, agitando las colchonetas de yoga que había al pie de la plataforma de clavados. Para su tercer clavado, Hunt había elegido el famoso triple cuádruple del que fue pionero en 2009. Recorrió la plataforma hasta el borde, saludó a la multitud y después les dio la espalda, mirando hacia dentro. Después de dar un respiro y un minúsculo salto, dobló las rodillas y levantó los brazos como si fueran alas, haciéndolos girar detrás de sí. Lanzándose al aire, hacia arriba y hacia fuera, hizo un espiral con el cuerpo mientras giraba hasta que quedó boca abajo, con el brazo izquierdo alrededor de la cabeza y el derecho alrededor del pecho. Tres giros más, dos mortales más, antes de enderezarse y entrar en el agua sin apenas salpicar. Quedaba una ronda y Hunt estaba a la cabeza.


Al mediodía del día siguiente, domingo, la ciudad estaba abarrotada. La gente se formaba durante una hora o más para conseguir una rebanada de focaccia antes de que empezara la competencia. La playa estaba tan atestada que los guardias de seguridad le impedían la entrada a todo el mundo. La música retumbaba en unos altavoces gigantes.

Primero saltaron las mujeres, e Iffland ganó la competencia y se adjudicó la victoria general de la serie, su sexta. Después, empezaron los hombres, en orden inverso. Cuando solo faltaba Hunt por saltar, Heslop se había posicionado en el primer lugar y Preda lo seguía de cerca en el segundo lugar. Hunt se acercó al borde de la plataforma, saludó al público e hizo un pequeño baile, con las manos cambiando entre sus rodillas, y se lanzó. Cuando salió a la superficie, chocó los cinco con un camarógrafo que estaba en el agua.

Durante lo que pareció una eternidad, todos los demás clavadistas y los espectadores se quedaron mirando la pantalla gigante instalada en la playa, esperando a que los jueces, que observaban desde un barco, mostraran sus puntuaciones. Y entonces, por fin, un rugido. “¡Gary Hunt, la leyenda una vez más!”, gritó el presentador. Con una puntuación promedio de 8.5, Hunt superó a Heslop y también se posicionó a un estrecho primer lugar en la serie general. Después de rociar champaña para las cámaras de televisión y la multitud, Hunt se quedó en la playa mucho tiempo después de que todos los demás clavadistas se hubieran marchado, posando para las fotos con los admiradores.

Sin entrenador, sin agente, sin ego: la increíble historia de Gary Hunt, el Lionel Messi de los clavados - clavados
De izquierda a derecha: Aidan Heslop, Gary Hunt y Cătălin-Petru Preda celebran en el podio de las series mundiales Red Bull Cliff Diving en Polignano a Mare, Italia, el 18 de septiembre de 2022. Foto: Romina Amato/Red Bull

Esa noche fuimos a cenar con algunos de sus mejores amigos de la gira: Artem Silchenko y Nikita Fedotov, ambos de Rusia pero que compiten como atletas independientes, y Oleksiy Prygorov, de Ucrania. Hunt sabe hablar ruso –lo aprendió específicamente para poder conversar con los rusoparlantes del circuito– y ha visitado el país en numerosas ocasiones, muchas de ellas para pasar el rato con Silchenko. Los hombres bebieron vino, fumaron, contaron chistes y organizaron un concurso para ver quién podía hacer el mejor sonido de delfín. Hunt ganó su segunda competencia del día. Sin embargo, la mayor parte del tiempo estaba tranquilo, satisfecho. Más tarde, el grupo se unió a la fiesta posterior celebrada en la plaza principal de la ciudad. Cuando dejé a Hunt, poco antes de medianoche, tenía la gorra torcida en la cabeza y los pies tambaleantes. Cuando se despertó en la mañana, no recordaba cómo había llegado a su hotel.

Cuatro semanas después, Hunt logró llegar a tiempo al puerto de Sídney para la última prueba de la serie. Necesitaba otra victoria si quería asegurar su cuarto triunfo consecutivo en la serie, y el décimo en total, una hazaña que quizás nunca se repita. Una vez más, todo se decidió en el último clavado. Heslop, que ocupaba el segundo lugar en la competencia y en la clasificación general, apenas podía soportar ver a Hunt parado en el borde de la plataforma. Cuando Hunt cayó al agua, Heslop cayó de rodillas, con la cabeza entre las manos, sabiendo que, una vez más, el rey había hecho lo suficiente. Al emerger del agua con una enorme sonrisa, Hunt saltó una barrera de seguridad y abrazó a Ravinet. Cuando le envié un mensaje de texto para felicitarlo, parecía más emocionado por la perspectiva de su próxima semana de vacaciones en Australia que por su último título.

“Whoohoo”, escribió, “¡¡¡estoy de vacaciones!!!”.

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