¿Tienes ganas de dejar tu trabajo o tu relación? Quizá deberías hacerlo…
'El hecho de que puedas perseverar en una relación, un trabajo, una fe religiosa o una afiliación política tóxicos no significa necesariamente que tengas que hacerlo'. Ilustración: Martin O'Neill/The Observer

Cuando Julia Keller dejó la universidad a la temprana edad de 19 años, esperaba recibir un sermón de sus padres sobre por qué debía aguantar. Sin embargo, para su alivio, su padre se ofreció a ir a buscarla. Lo que en aquel momento le había parecido un terrible fracaso resultó ser una bendición disfrazada, ya que encontró su lugar en el periodismo y fue ascendiendo durante las dos décadas siguientes hasta ocupar un alto puesto como crítica de libros y redactora de artículos en el periódico Chicago Tribune. Sin embargo, cuando hace poco más de una década Keller decidió dejar también el periodismo para escribir ficción, en esta ocasión su madre se horrorizó.

“Su generación, incluso más que la mía, era muy del tipo: ‘¡No renuncies a un buen trabajo que te paga un sueldo justo! Tus condiciones de trabajo no son terribles, no estás en un asilo para pobres dickensiano, ¿cómo te atreves a dejarlo?”, explica a través de Zoom desde Ohio. “Ella simplemente no podía entender por qué alguien haría eso”.

Sin embargo, Keller, que desde entonces publicó una serie de novelas de misterio, no se arrepiente de su decisión, como tampoco se arrepienten la mayoría de las personas que renunciaron a algo y que entrevistó para su nuevo libro, Quitting: A Life Strategy. Su mensaje subversivo es que si al principio no se tiene éxito –o aunque se tenga–, entonces quizás sea mejor renunciar. En su opinión, se da una importancia excesiva a la capacidad de aguantar y perseverar en la miseria. “¿Por qué importa eso? Porque puedes superar algo que es realmente insoportable. Pero ¿por qué eso te otorga algún tipo de distinción, cuando la verdad es que muchas veces el cambio es lo más valiente?”.

El hecho de que uno pueda perseverar en una relación, un trabajo, una fe religiosa o una afiliación política tóxicos no significa necesariamente que deba hacerlo, escribe; no cuando renunciar puede suponer “una vía de escape, una posibilidad remota, un atajo, una oportunidad de imaginar, un puño levantado en señal de resistencia, una salvación…”. Aunque también puede suponer, admite, un “posible desastre”.

Su argumento, sin duda, toca una fibra sensible contemporánea. La exprimera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, y la exprimera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, renunciaron recientemente a mitad de mandato, argumentando que había llegado el momento de iniciar una nueva etapa en sus vidas (aunque las recientes noticias sobre el esposo de Sturgeon indican que su renuncia puede ser interpretada de otra manera).

Mientras tanto, el duque y la duquesa de Sussex han emprendido un bombardeo mediático para explicar los motivos por los que dejan la familia real. Susan Wojcicki renunció a su cargo de CEO de YouTube en febrero y Sheryl Sandberg dejó Meta, la empresa matriz de Facebook, el pasado mes de junio.

Casi dos tercios de los médicos junior han considerado la posibilidad de dejar su trabajo, según revela una encuesta de la Asociación Médica Británica, y casi la mitad de los profesores piensan hacerlo. Este deseo de renunciar tampoco se limita a los profesionales mejor pagados. El año pasado, la tendencia de TikTok de “Quit Toks”, que con frecuencia celebraba con júbilo el acto de decirle al jefe por dónde se podía meter su trabajo mal pagado, mostró a los usuarios transmitiendo en vivo correos electrónicos de renuncia o publicando videos de sí mismos apagando las luces al salir de la oficina.

No todas las personas se pueden dar el lujo de dejar un trabajo estable en medio de una crisis del costo de la vida, por supuesto, lo cual puede ser la razón por la que la tan pronosticada Gran Renuncia post-Covid no se ha materializado en Gran Bretaña. (Aunque se registró un repunte en el número de personas que cambiaron de trabajo en el verano de 2021 después de una fuerte caída cuando se congelaron las contrataciones durante el confinamiento; un aumento de la inactividad económica entre las personas mayores de 50 años, mientras tanto, parece estar más impulsado por la mala salud que por las jubilaciones anticipadas hedonistas).

Sin embargo, el creciente interés por las semanas de cuatro días, el trabajo desde casa y el “quiet quitting” –renuncia silenciosa, es decir, negarse a superar el mínimo imprescindible en el trabajo– sugiere, como mínimo, un deseo de recuperar un poco de tiempo.

Había una vez en que el hecho de renunciar cuando se estaba en la cima profesional era considerado como algo que hacían las madres trabajadoras agotadas cuando el trabajo y la familia se convertían en una carga demasiado pesada (yo misma lo hice hace 13 años, dejando un trabajo que me encantaba como editora política de The Observer en un intento de recuperar mi vida). Pero ahora parece que el deseo de renunciar surge mucho antes, ya que una encuesta reciente de la revista Grazia revela que tres cuartas partes de los jóvenes de entre 18 y 29 años se sentían menos motivados profesionalmente después de la pandemia.

Es posible que una generación educada para estar constantemente a la carrera –puliendo sus CV cuando aún está cursando sexto de primaria, compaginando actividades con un trabajo extra, luchando por conseguir el último departamento de alquiler asequible en Londres– por fin esté dando un paso atrás.

No obstante, para muchos de nosotros, argumenta Keller, la renuncia sigue estando rodeada de culpa y vergüenza, y se le relaciona más con el fracaso que con la búsqueda de otro tipo de éxito. ¿Por qué sigue siendo tan difícil dejar ir las cosas?

Hace 10 años, una psicóloga llamada Angela Duckworth dio una Ted Talk que actualmente tiene más de 29 millones de reproducciones. En su anterior carrera como profesora de matemáticas, explicó, se dio dado cuenta de que sus alumnos con mejores calificaciones no eran necesariamente los más inteligentes. Algo más que el coeficiente intelectual parecía determinar su éxito. Así que, cuando se graduó como psicóloga posteriormente, se propuso investigar los factores que predicen los logros en todo tipo de ámbitos, desde los concursos infantiles de deletreo hasta las ventas corporativas y el entrenamiento militar.

El ingrediente secreto, concluyó Duckworth, era lo que ella llamaba determinación, o “pasión y perseverancia para alcanzar objetivos a muy largo plazo”. Las personas exitosas se ciñen a su plan y no se rinden, argumentó, tanto en esa conferencia como en su exitoso libro Grit: The Power of Passion and Perseverance.

Duckworth reconoció que no sabía exactamente cómo enseñar esta cualidad. Pero citó el concepto de “mentalidad de crecimiento” de su colega la psicóloga Carol Dweck, o la teoría de que la capacidad no es inmutable y puede incrementarse mediante el esfuerzo, incluida la perseverancia en las tareas difíciles.

Tras llamar la atención del gobierno de David Cameron, que en 2014 creó un fondo de 4.5 millones de libras para desarrollar el “carácter, la resiliencia y la determinación” de los niños, la teoría de la mentalidad de crecimiento se ha predicado ampliamente en las escuelas británicas.

No obstante, lo que parecía ser una forma relativamente económica y sencilla de mejorar el rendimiento de los niños no siempre ha estado a la altura de las expectativas. Un estudio realizado por un equipo de la Universidad Case Western Reserve de Ohio halló solo una pequeña correlación entre los programas de mentalidad de crecimiento en la escuela y las calificaciones académicas, lo que sugiere que quizás no supongan una gran diferencia (Dweck argumenta desde entonces que, aunque sigue creyendo en la teoría, no siempre se ha reflejado bien en las aulas).

Mientras tanto, algunos psicólogos cuestionan qué aporta la idea de Duckworth sobre la determinación a lo que se sabe desde hace tiempo sobre la diligencia que impulsa los logros. Keller, por su parte, teme que la creencia de que el éxito es simplemente una cuestión de no rendirse nunca pueda eclipsar el papel de las desigualdades económicas estructurales y animar a las personas a culpar a los pobres de su propia pobreza, con el argumento de que tal vez no se esforzaron lo suficiente.

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‘Una generación educada para estar constantemente a la carrera –puliendo sus CV, compaginando actividades con un trabajo extra– puede que por fin esté contraatacando’. Ilustración: Martin O’Neill

“Las personas que tienen éxito en esta vida, con jets privados y múltiples casas y automóviles de lujo que sugieren que han trabajado más duro y han sido más determinadas y que nosotros no lo hemos sido, benefician a las personas en el poder, no benefician a las personas que se encuentran en el medio o en el extremo inferior”, señala.

Del mismo modo, la idea de que las mujeres deberían aguantar un matrimonio miserable puede ser igualmente perjudicial. “En el pasado”, comenta, “a las mujeres que vivían relaciones abusivas se les decía: ‘Oh, tienes que mantener unida a la familia, no puedes dejarlo, ¿cómo puedes rendirte ahora que llevas 10 años? Se convierte en algo insidioso”.

Sin embargo, la idea de que el éxito, tanto en la vida pública como en la privada, implica esforzarse al máximo sigue estando muy arraigada, quizás especialmente en aquellos lo bastante jóvenes como para haber crecido cuando el culto a la determinación y la mentalidad de crecimiento estaban en su apogeo.

Sofia Shchukina, de 25 años, es una exconsultora de gestión que actualmente cursa un doctorado en Economía en la Universidad de Chicago y escribe un boletín de la plataforma Substack sobre la vida de los veinteañeros llamado Quarter-Life Crisis. En un artículo reciente, argumentaba que debe existir una mejor manera de forjar una carrera profesional que una “carrera incesante” para llegar a la cima, solo para terminar agotado a los 40 años por el esfuerzo realizado para llegar hasta ahí.

“Estoy en mis 20 en este momento y no quiero que mi vida se parezca a eso en absoluto”, escribió. “¿Es demasiado pronto para renunciar? ¿Se puede elegir un camino más lento, desde el principio?”.

Para algunos, esto puede sonar demasiado a alguien “ofendido”. No obstante, al hablar con Shchukina a través de Zoom desde Chicago, rápidamente se hace evidente que lo que ella entiende por un camino “más lento” es cambiar del trabajo de siete días a la semana a cinco días, mientras dedica sus fines de semana a entrenar para un maratón y le sigue preocupando que eso de alguna manera no sea suficiente.

En su antiguo trabajo corporativo, señala, lo normal era una semana laboral de 60-80 horas. Para su generación, explica, la presión de dar el 100% en los Certificados Generales de Educación Secundaria (GCSE), en los exámenes A-levels, en la universidad y en las primeras etapas de la carrera profesional es implacable.

“Realmente sentía que si no sacaba buenas calificaciones, se acabaría el mundo”, comenta, recordando la vez que lloró delante de su familia cuando sacó una calificación ligeramente inferior a la que quería en un AS Level. “Tengo una hermana pequeña y me miraba como diciendo: ‘¿Qué demonios te pasa, nadie murió, solo era un 9 y no un 10? Pero de verdad sentí que el fracaso no era una opción”.

Se siente mejor mental y físicamente por haberse dado un respiro a sí misma, pero todavía le preocupa que de alguna manera eso la haga quedarse rezagada profesionalmente. “Hay tanta competencia y hay tanta gente talentosa ahí fuera que si no estás dispuesto a darlo todo, habrá otra persona que estará dispuesta a hacerlo”, señala. “Pero todo este asunto de ‘trabajar hasta agotarse’ no me parece sostenible. Me sigue importando lo que hago y quiero hacer un buen trabajo. Pero quiero tener más en la vida, prácticamente”.

Para los padres, la cuestión sobre cómo hacer que sus hijos sean lo bastante resilientes para superar los reveses de la vida sin presionarlos en exceso es cada vez más delicada, en una época en la que aumentan los problemas de salud mental entre los adolescentes.

El consejo de Keller consiste en no ceder a la primera súplica de un hijo que desee dejar de practicar un deporte extraescolar o tocar un instrumento musical que exige disciplina para dominarlo. Pero si después de “intentarlo de verdad” siguen suplicando dejarlo, señala, los padres deberían averiguar primero el motivo exacto por el que quieren dejarlo y después sugerirles un pasatiempo alternativo que se adapte mejor a ellos.

Igualmente, en el caso de los adultos, insiste en que no aboga por renunciar a todo a la primera oportunidad. Para aquellos que no están seguros o que no pueden permitirse dejar una situación miserable, propone “casi dejarlo”, es decir, dar tranquilamente pequeños pasos que te acerquen al lugar donde preferirías estar sin romper ninguna relación.

Sin embargo, en última instancia, argumenta Keller, los adultos no deberían tener miedo de renunciar “y, en cierto sentido, asumir la ira del mundo cuando haces eso, porque sabes que es lo correcto”. Pero, ¿cómo se sabe cuándo es realmente correcto renunciar y cuándo se necesita simplemente un descanso?

Cuando Viv Grant renunció a su estresante trabajo como directora de una escuela primaria londinense que había logrado sacar de la crisis, no podía ver otra salida en ese momento. El trabajo se había convertido en una tarea intensamente solitaria, comenta; sentía que no podía agobiar al personal junior con sus preocupaciones y le costaba encontrar orientación fuera de la escuela.

“La gente me daba consejos, pero yo no podía decir simplemente: ‘Hoy tuve un día horrible, ¿puedo decírtelo sin que me juzgues?’ y después seguir con lo que estaba haciendo”. No fue hasta después de renunciar cuando se dio cuenta de cuántos otros directores pensaban lo mismo en privado.

Hace siete años, Grant fundó Integrity Coaching, un servicio que ofrece a los profesionales de la educación un lugar donde poder descargarse y considerar sus opciones. Su consejo para quienes se sienten actualmente atrapados y desdichados en el trabajo es que recuerden la razón por la que aceptaron el trabajo en primer lugar. “Siempre digo: ‘Dime por qué empezaste en esta profesión’. Se quedan atrapados en la urgencia de todo lo que se les avecina todo el tiempo, pero se trata de volver a conectar con la vitalidad vocacional”, señala. “Yo les diré: ‘Ahora cuéntame las experiencias que has tenido últimamente que te remitan a esa vocación’. Si nadie te ayuda a concentrarte en las partes buenas, es comprensible que entres en un espiral“.

Si hubiera tenido una orientación similar cuando era directora, ¿habría tenido que renunciar? “Habría sido una experiencia muy diferente para mí. Veo a directores que siguen gracias al trabajo que hacemos”. No obstante, el objetivo de Grant no es necesariamente hacer que los profesores sigan en su empleo, sino ayudarles a tomar la decisión correcta. “En el caso de algunos, pueden pensar: ‘Quiero encontrar una salida’, pero una vez que empiezas a hablar con ellos y a indagar, la cuestión es recuperar su vitalidad vocacional. En el caso de unos pocos, es que quieren dejarlo. Nunca suponemos nada”. El objetivo es ayudar a los clientes a evitar hacer algo de lo que podrían arrepentirse.

Keller reconoce que no todas las personas a las que entrevistó para su libro acertaron en el arte de la renuncia estratégica, incluida ella misma. “Ciertamente me arrepiento de algunas cosas que he dejado. Varios trabajos, algunas amistades, relaciones…”, hace una pausa. “Siempre que tomas esas decisiones de tipo todo o nada, las más drásticas son inevitablemente las que recuerdo y pienso que ojalá no hubiera sido tan inflexible”.

Cuando era más joven, admite Keller, le atraía “el gran discurso de la renuncia”, pero ahora sospecha que quizás los alardes dramáticos están sobrevalorados. “Lo que constituye una gran escena de cine no siempre es una gran vida. Es posible que te sientas fenomenal en ese momento y después estés sentado afuera, en tu auto, pensando: ‘Bueno, ¿y ahora qué?'”. O dicho de otro modo, tanto si decides renunciar como si no, tal vez deberías abstenerte de grabarlo para TikTok.

¿Verdadera determinación o renuncia?

Un extracto de Quitting: A Life Strategy, de Julia Keller.

Renunciar es un acto de amor. También es una vía de escape, una posibilidad remota, un atajo, una oportunidad de imaginar, un puño levantado en señal de resistencia, una salvación y un posible desastre, porque puede ser contraproducente en formas espectaculares, sabotear carreras y destruir relaciones. Puede arruinarte la vida. Y también puede salvarla.

En términos generales, es un gesto de generosidad hacia ti mismo y tu futuro, una forma indirecta de decir: “Esto no. Por el momento no. Pero después… otra cosa’.

Puede que no te parezca tan positivo el hecho de renunciar. Yo tampoco lo consideraba así mientras estaba sentada, una noche memorable, con las piernas cruzadas en el mugriento piso de linóleo de un departamento en Morgantown, Virginia Occidental. Llorando desconsoladamente, me atormentaba la necesidad de hacer un cambio drástico, pero temía el juicio que ello conllevaría. Acababan de empezar las clases en la Universidad de Virginia Occidental, donde trabajaba como asistente de profesor de posgrado mientras cursaba un doctorado en literatura inglesa. Me sentía sola y añoraba desesperadamente mi hogar. Odiaba mis clases, tanto las que cursaba como las que impartía. En resumen, odiaba todo, especialmente a mí misma. Porque creía que debía ser capaz de manejar esto. No podía detener la avalancha de emociones negativas. Renunciar no era una opción. Rendirme significaría que era una perdedora.

Cuando miro retrospectivamente, me pregunto por qué me autodespreciaba de forma tan brutal. Para algunas personas, la palabra ‘renunciar’ suena repugnantemente débil. Pero sus raíces no son tan negativas. La etimología sugiere que proviene de quietare, el verbo en latín para ‘poner a descansar’, lo cual suena decisivo, liberador.

Entonces, ¿cómo es que nos dejamos engatusar por la idea de la determinación en primer lugar? ¿Cuándo y por qué la renuncia se convirtió en sinónimo de fracaso? Crucialmente, frente a las presiones culturales, ¿cómo logran las personas renunciar de manera exitosa, hacer que esa decisión sea suya y no una basada en la idea de alguien más de lo que constituye una vida valiente y significativa?

Quitting: A Life Strategy de Julia Keller está publicado por Yellow Kite Books.

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