¿Las coincidencias son reales?
Foto: Cropper/Alamy

En el verano de 2021, experimenté numerosas coincidencias, algunas de ellas con un evidente aire sobrenatural. Así es como empezó. Tengo un diario y anoto mis sueños cuando son especialmente vívidos o extraños. No ocurre con demasiada frecuencia, pero registré uno en el que la más antigua amiga de mi madre, una mujer llamada Rose, se aparecía para decirme que ella (Rose) acababa de morir. Había sufrido otro accidente cerebrovascular, explicó, y eso fue todo. Cuando llegó la mañana, me di cuenta de que no sabía si Rose seguía viva. Supuse que no. Hace unos 10 años había sufrido un accidente cerebrovascular grave y posteriormente una serie de accidentes cerebrovasculares leves que la habían sumido en un lamentable estado de incapacidad física y demencia.

Le mencioné el sueño a mi pareja durante el desayuno, pero no le interesó mucho. En aquel momento nos alojábamos en Midlands, en la casa donde pasé los últimos años de mi infancia. La casa llevaba varios meses desocupada. Mi padre, Mal, había fallecido tiempo atrás, y mi madre, Doreen, se encontraba en un asilo, recorriendo inexorablemente las fases avanzadas del Alzheimer. Acabábamos de vender la propiedad en la que vivíamos y tardaríamos unas cuantas semanas en tener acceso a nuestro futuro hogar, por lo que la vieja casa era un lugar conveniente para quedarnos entretanto.

No volví a pensar en mi extraño sueño hasta que, quince días después, regresamos del supermercado y descubrimos que habían metido una nota en el buzón. Estaba dirigida a mi madre y era de Maggie, la hija de Rose. Su madre, escribió, había muerto “hace dos semanas”. El funeral se llevaría a cabo la siguiente semana. Le pasé la nota a mi pareja y le recordé mi sueño. “Qué raro”, dijo ella, y siguió sacando las compras. Sí, raro. No recordaba la última vez que Rose había aparecido en mis pensamientos, y ahí estaba, apareciendo en un sueño con la noticia de su propia muerte.

Entonces, ¿qué debo hacer con esto? He aquí una interpretación: Rose murió, y su espíritu incorpóreo sintió la necesidad de decírmelo y halló la forma de aparecer en mi sueño. Tal vez intentó primero contactar a Doreen, pero por alguna razón –¿los restos impenetrables de un cerebro dañado?– no pudo comunicarse con ella. He aquí otra interpretación: toda la cadena de acontecimientos ocurrió por pura coincidencia, una confluencia casual de sucesos sin un significado más profundo. Esto no tiene nada de sobrenatural.

Si me preguntan cuál de esas dos interpretaciones prefiero, sería, sin lugar a dudas, la segunda. Pero he aquí la cuestión. Existe una parte de mí que, a mi pesar, quiere albergar la posibilidad de que el mundo realmente tiene dimensiones sobrenaturales. Es la misma parte de mí que se asusta con las historias de fantasmas, y que se sentiría inquieto si pasara una noche solo en una morgue.

No creo que el universo encierre fuerzas sobrenaturales, pero siento que es posible que así sea. Esto se debe a que la mente humana posee elementos fundamentalmente irracionales. Me atrevería incluso a decir que el pensamiento mágico constituye la base del yo. Nuestra experiencia sobre nosotros mismos y los demás es fundamentalmente un acto de imaginación que no puede sustentarse en formas de pensamiento totalmente racionales.

Vemos la luz de la conciencia en los ojos de otra persona y, de forma irresistible, imaginamos un yo etéreo detrás de esos ojos, zumbando con sentimientos y pensamientos, cuando en realidad no hay nada más que la sustancia negra y silenciosa del cerebro.

Imaginamos algo parecido detrás de nuestros propios ojos. Es una ilusión necesaria, arraigada en lo más profundo de nuestra historia evolutiva. La coincidencia, o más bien la experiencia de la coincidencia, desencadena pensamientos mágicos que están igualmente arraigados.

El término “coincidencia” abarca una amplia variedad de fenómenos, desde los de carácter cósmico (en un eclipse solar total, el disco de la luna y el disco del sol, por pura casualidad, parecen tener exactamente el mismo diámetro) hasta los de carácter personal y parroquial (mi nieta cumple años el mismo día que mi difunta esposa). A escala humana, empírica, se puede establecer una gran distinción entre la serendipia –descubrimientos o desarrollo de acontecimientos oportunos pero no planeados– y lo que el biólogo lamarckiano y coleccionista de coincidencias del siglo XX Paul Kammerer denominó serialidad, que definió como “una repetición legítima de cosas o acontecimientos iguales o similares… en el tiempo y en el espacio”.

La biografía del actor Anthony Hopkins contiene un sorprendente ejemplo de una afortunada coincidencia. Cuando se enteró de que había sido elegido para interpretar un papel en la película La chica de Petrovka (1974), Hopkins fue a buscar un ejemplar del libro en el que estaba basada, una novela de George Feifer. Recorrió en vano las librerías de Londres y, un tanto desalentado, se dio por vencido y se dirigió a casa.

Entonces, para su sorpresa, vio un ejemplar de La chica de Petrovka olvidado en una banca de la estación de Leicester Square. Le contó la historia a Feifer cuando se encontraron en el lugar de rodaje, y se descubrió que el libro con el que Hopkins se había topado era el mismo que el autor había extraviado en otra parte de Londres: una copia preliminar llena de correcciones escritas con tinta roja y notas marginales que había hecho para preparar una edición estadounidense.

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El tema de la visión… un eclipse solar. Foto: Chiwi Giambirtone/Reuters

Hollywood ofrece otro buen ejemplo de serialidad. L Frank Baum fue un prolífico escritor infantil, más conocido por El maravilloso mago de Oz (1900). No vivió para ver su novela convertida en el icónico musical de fantasía, pero supuestamente tuvo una notable conexión casual con la película.

El actor Frank Morgan interpretó cinco papeles en El mago de Oz (1939), incluido el del mago homónimo. Hace su primera aparición en las secuencias iniciales en tono sepia como el Profesor Marvel, un adivino ambulante. La leyenda cinematográfica cuenta que, cuando llegó el momento de las pruebas, el abrigo que llevaba puesto fue considerado demasiado impecable para un mago ambulante. De modo que enviaron al departamento de vestuario a una misión en una tienda de segunda mano para que encontrara algo más adecuado, y regresaron con un clóset lleno de posibilidades.

El que eligieron, una levita del príncipe Alberto con cuello de terciopelo desgastado, le quedaba a la perfección al actor. Aparentemente, solo más tarde se descubrió que, cosida en la levita, había una etiqueta que llevaba la inscripción: “Hecho por Hermann Bros, expresamente para L Frank Baum”. Baum había muerto 20 años antes del estreno de la película, pero supuestamente su viuda, Maud, autentificó la procedencia del abrigo y lo aceptó como regalo cuando se terminó la película.

Algunas coincidencias parecen contener un elemento cómico, como si las hubiera ideado un espíritu caprichoso para su propio entretenimiento. Poco después de mudarme a Bath en 2016, crucé corriendo la concurrida London Road, calculé mal la altura de la banqueta del otro lado, tropecé, caí torpemente y me fracturé el brazo derecho. Durante los cinco años siguientes viví en diferentes lugares: Bath, la zona rural de Worcestershire y Londres.

Poco después de mudarme de nuevo a Bath de forma permanente, vi una elegante silla de caoba en la vitrina de una tienda de caridad en London Road, entré directamente y la compré. Pensé que no me costaría cargarla hasta mi departamento situado a casi un kilómetro de distancia, pero resultó que era más pesada de lo que esperaba e incómoda de cargar. Al cruzar la calle donde me había caído, la silla se me resbaló, se estrelló contra el piso y se astilló el brazo derecho. Escuchen las risitas del diablillo de la coincidencia.

Aunque algunas coincidencias parecen graciosas, otras son intrínsecamente macabras. En 2007, el periodista de The Guardian John Harris emprendió “una odisea intermitente a través de las tumbas del rock”, visitando los últimos lugares de descanso de venerados músicos de rock del Reino Unido. Más o menos a mitad de camino, se dirigió al pequeño pueblo de Rushock, en el condado de Worcestershire, para reflexionar ante la lápida del baterista de Led Zeppelin, John Bonham, que falleció a los 32 años el 25 de septiembre de 1980, tras consumir una prodigiosa cantidad de alcohol.

Un fotógrafo de The Guardian visitó la tumba unos días antes para obtener una imagen que acompañara al artículo. Era, escribe Harris, “una mañana gélida que le confería al cementerio el aspecto de una escena de La profecía”, y, coincidiendo con uno de los temas clave de esa película, el fotógrafo quedó “espantado por la aparición de un perro negro solo, que orina sobre la tumba y después desaparece”. Resulta que Black Dog (1971) es el título de una de las canciones más emblemáticas del catálogo de Led Zeppelin.

Si imaginamos una sucesión de coincidencias que abarcan desde lo trivial hasta lo extraordinario, tanto el ejemplo de Hopkins como el de Baum se situarían sin duda alguna en el extremo de lo extraño e inusual. Mi coincidencia de los “brazos rotos” pertenece a la categoría de lo trivial. Otros ejemplos aún más mundanos son comunes. Te pones a platicar con un desconocido en un tren y descubren que tienen un conocido en común. Estás pensando en alguien y, al momento siguiente, te llama. Lees una palabra inusual en una revista y, al mismo tiempo, alguien en la radio pronuncia la misma palabra. Este tipo de sucesos pueden provocar una sonrisa irónica, pero los más extraños pueden provocar una fuerte sensación de extrañeza. Por un momento, el mundo parece estar lleno de fuerzas extrañas.

Se trata de un estado mental parecido a la apofenia –una tendencia a percibir vínculos significativos, y normalmente siniestros, entre sucesos no relacionados– la cual suele ser el preludio de la aparición de delirios psicóticos. Las diferencias personales pueden influir en la experiencia de estas coincidencias.

La esquizotipia es una dimensión de la personalidad que se caracteriza por experiencias que, en cierto modo, reflejan, de forma atenuada, los síntomas de la psicosis, incluyendo las ideas mágicas y las creencias paranormales. Existen pruebas que sugieren que las personas que obtienen puntuaciones altas en las pruebas de medición de esquizotipia también pueden ser más propensas a experimentar coincidencias significativas y pensamientos mágicos. Tal vez las personas esquizotípicas también se ven más afectadas por las coincidencias. Una persona con un alto nivel de esquizotipia quizá se asustaría más por un sueño sobre la muerte que yo (una persona con un nivel bajo de esquizotipia).

He situado al naturalismo y a lo sobrenatural en una oposición binaria, pero quizás existe una tercera vía. Llamémosla la postura supranatural. Esta fue la postura que adoptaron, de distintas maneras, Kammerer y el psicólogo suizo Carl Jung. La obra de Arthur Koestler The Roots of Coincidence (Las raíces de la coincidencia) (1972) introdujo el trabajo de Kammerer en el mundo angloparlante y ejerció una gran influencia en el resurgimiento del interés por las ideas de Jung.

Kammerer comenzó a registrar coincidencias en 1900, la mayoría de ellas increíblemente triviales. Por ejemplo, anota que el 4 de noviembre de 1910 su cuñado asistió a un concierto, y que el número 9 era tanto el número de su asiento como el número de su ticket de guardarropa. Al día siguiente asistió a otro concierto, y tanto el número de su asiento como el de su ticket de guardarropa eran el 21.

El libro de Kammerer Das Gesetz der Serie (1919), o La ley de la serialidad, contiene 100 ejemplos de coincidencias que clasifica en términos de tipología, morfología, fuerza, etc., con, como señala Koestler, “la meticulosidad de un zoólogo dedicado a la taxonomía”.

La gran tesis de Kammerer es que, además de la causalidad, existe un principio acausal (es decir, sin causa aparente) en el universo que, en palabras de Koestler, “actúa de forma selectiva para agrupar configuraciones similares en el espacio y en el tiempo”.

Kammerer lo resume de la siguiente manera: “Llegamos de este modo a la imagen de un mosaico del mundo o caleidoscopio cósmico que, a pesar de los constantes cambios y reorganizaciones, también se encarga de reunir lo semejante y lo semejante”. Albert Einstein, por su parte, tomaba en serio a Kammerer, describiendo su libro como “original y en ningún sentido absurdo”.

La teoría de la sincronicidad, o coincidencia significativa, propuesta por Jung, sigue un planteamiento similar. Tomó forma a lo largo de varias décadas gracias a una confluencia de ideas procedentes de la filosofía, la física, el ocultismo y, no menos importante, de las fuentes del pensamiento mágico que bullían en las profundidades de la mente prodigiosamente creativa y, en ocasiones, casi psicótica del propio Jung.

Ciertas coincidencias, sugiere, no son una simple coincidencia aleatoria de sucesos inconexos. Están conectadas de manera acausal en virtud de su significado. La sincronicidad era el “principio de conexión acausal”.

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La teoría de la sincronicidad. Foto: cyano66/Getty Images/iStockphoto

Según el libro del físico e historiador de la ciencia Arthur I Miller titulado Deciphering the Cosmic Number: The Strange Friendship of Wolfgang Pauli and Carl Jung (2009), Jung consideraba que esta era una de las mejores ideas que había tenido, y cita a Einstein como influencia. En los primeros años del siglo XX, en varias ocasiones Einstein fue invitado a cenar en casa de la familia Jung en Zúrich, lo cual le causó una gran impresión. Jung establece un vínculo directo entre esas cenas con Einstein y su diálogo, 30 años después, con el físico Wolfgang Pauli, ganador del premio Nobel, un diálogo que permitió materializar el concepto de sincronicidad.

La colaboración de Jung con Pauli fue una coalición insólita: Jung, el psicólogo casi místico, un psiconauta cuyas profundas exploraciones en su propio inconsciente consideraba las experiencias más significativas de su vida; y Pauli, el físico teórico empedernido que influyó en la reestructuración de nuestra comprensión sobre el mundo físico en sus fundamentos subatómicos.

Tras el suicidio de su madre y un breve e infeliz matrimonio, Pauli sufrió una crisis psicológica. Incluso mientras producía sus trabajos más importantes en física, sucumbía a episodios de alcoholismo y se involucraba en peleas.

Pauli recurrió a Jung en busca de ayuda, el cual casualmente vivía cerca. Su terapia consistía en registrar los sueños, una tarea en la que Pauli demostró ser extraordinariamente hábil, ya que era capaz de recordar sueños complejos con exquisito detalle. Jung también vio una oportunidad: Pauli era un guía dispuesto a adentrarse en el arcano reino de la física subatómica y, además, Pauli consideró que la teoría de la sincronicidad de Jung era una forma de analizar algunas cuestiones fundamentales de la mecánica cuántica, sobre todo el misterio del entrelazamiento cuántico, mediante el cual las partículas subatómicas pueden relacionarse de forma instantánea y acausal a cualquier distancia.

A partir de sus conversaciones surgió la conjetura de Pauli-Jung, una especie de teoría de doble aspecto sobre la mente y la materia, la cual consideraba que lo mental y lo físico son aspectos diferentes de una realidad subyacente más profunda.

Jung fue el primero en incorporar las coincidencias al marco de la investigación psicológica y las utilizó en su práctica analítica. Jung ofrece una anécdota sobre un escarabajo de oro como ejemplo de sincronicidad en la clínica. Una joven relata un sueño en el que le regalan un escarabajo de oro, cuando Jung escucha unos delicados golpecitos en la ventana a sus espaldas y se voltea para ver un insecto volador que golpea el cristal de la ventana. Abre la ventana y atrapa a la criatura que entra volando en la habitación. Resulta que se trata de un escarabajo cetonia aurata, “el más parecido a un escarabajo de oro que se puede encontrar en nuestras latitudes”.

El incidente supuso un momento de transformación en la terapia de la mujer. La mujer fue, según explica Jung, “un caso extraordinariamente difícil” debido a su hiperracionalidad y, evidentemente, “se necesitaba algo bastante irracional” para romper sus defensas. La coincidencia del sueño y la intrusión del insecto fue la clave del progreso terapéutico. Jung añade que el escarabajo es “un ejemplo clásico de un símbolo de renacimiento” que tiene sus raíces en la mitología egipcia.

Mientras que Kammerer proponía la hipótesis de factores impersonales y acausales que se entrecruzan con el nexo causal del universo, el principio de conexión acausal de Jung estaba entrelazado con la psique, concretamente con los arquetipos del inconsciente colectivo.

Los arquetipos de Jung constituyen estructuras primordiales de la mente que son comunes para todos los seres humanos. Resucitando un término antiguo, imaginó un unus mundus, un mundo unitario o un mundo, en el que se integran lo mental y lo físico, y en el que los arquetipos son fundamentales para moldear tanto la mente como la materia.

Se trata de una perspectiva audaz, pero debemos preguntarnos dónde se encuentran las pruebas de todo esto. Se trata de algo más que una pizca de verosimilitud en la sugerencia de que las estructuras arquetípicas influyen en la estructuración del pensamiento y el comportamiento. Pero, ¿el universo entero? Aparte de Pauli, la idea de la sincronicidad recibió poco apoyo por parte de la comunidad científica en general.

La ciencia cognitiva contemporánea ofrece un marco conceptual más sólido, aunque menos pintoresco, que permite darle sentido a la experiencia de las coincidencias. Estamos predispuestos a encontrar coincidencias porque su detección, se podría decir, refleja el modus operandi básico de nuestros sistemas cognitivos y perceptivos. El cerebro busca patrones en el flujo de la información sensorial que recibe del mundo. El cerebro confiere a los patrones que detecta un significado y, en ocasiones, una agencia (muchas veces errónea) y, como parte de este proceso, genera creencias y expectativas que sirven para moldear futuras percepciones y comportamientos.

La coincidencia, en el simple sentido de co-ocurrencia, contribuye a la detección de patrones, en especial en términos de identificación de relaciones causales, y por tanto mejora la capacidad de predicción. El “mundo” no se manifiesta simplemente a través de las ventanas de los ojos y los canales de los demás sentidos. Los sistemas perceptivos del cerebro son proactivos. Construyen un modelo del mundo mediante el intento continuo de hacer coincidir los datos sensoriales “ascendentes” con las anticipaciones y predicciones “descendentes”.

Los datos sensoriales brutos permiten perfeccionar las mejores conjeturas del cerebro sobre lo que está ocurriendo, en lugar de construir el mundo desde cero en cada momento que ocurre. El cerebro, en pocas palabras, está constantemente buscando coincidencias.

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El perro negro en la tumba de John Bonham. Foto: David Sillitoe/The Guardian

A partir de un estudio exhaustivo de la investigación psicológica y neurocognitiva, Michiel van Elk, Karl Friston y Harold Bekkering concluyen que la sobregeneralización de estos modelos de predicción desempeña un papel crucial en la experiencia de las coincidencias.

Influenciados por sesgos cognitivos profundamente arraigados, y deficientemente capacitados para realizar estimaciones precisas del azar y la probabilidad, estamos innatamente predispuestos a ver (y sentir) patrones y conexiones donde simplemente no existen.

“Intrínsecamente predispuestos” porque, en términos evolutivos, la tendencia a sobredetectar coincidencias es adaptativa. La incapacidad para detectar eventualidades entre sucesos relacionados –por ejemplo, crujidos en los matorrales/la proximidad de un depredador– suele ser más costosa que la deducción errónea de una relación entre sucesos no relacionados.

Otro impulsor de las coincidencias reside en lo que el lingüista Arnold Zwicky denomina “ilusión de frecuencia”, un término que surgió en una publicación de un blog, pero que desde entonces se incorporó al Diccionario de la lengua inglesa de Oxford:
ilusión de frecuencia N/A peculiaridad de la percepción por la que un fenómeno al que se acaba de prestar atención de repente parece ser dominante.

Van Elk y sus colegas no fueron los primeros en advertir sobre la poca credibilidad de los juicios intuitivos de probabilidad como un factor en la percepción de las coincidencias. Varios autores antes que ellos –como Stuart Sutherland en su libro Irracionalidad: El enemigo interior (1992)– sugirieron que las creencias paranormales, incluida la creencia de que algunas coincidencias son sobrenaturales, surgen como consecuencia de fallos en la probabilidad intuitiva.

La denominada paradoja del cumpleaños, un elemento básico de las clases de introducción a la teoría de la probabilidad, expone de forma segura los fallos de nuestras intuiciones. Se pregunta cuál es la probabilidad de que dos personas compartan la fecha de su cumpleaños en grupos elegidos al azar. La mayoría de la gente se sorprende cuando se entera de que basta con que se reúnan 23 personas para que la probabilidad de que dos de ellas compartan cumpleaños supere el 50%.

Desde hace algún tiempo tenía la intención de realizar un sencillo ejercicio empírico que involucrara los “días de defunción” para reflejar la paradoja del cumpleaños. Cuando volví a alojarme brevemente en la antigua casa de mis padres, situada a poca distancia de Rushock, decidí que utilizaría la tumba de Bonham como punto de partida de mi investigación, sin más motivo que el vago atractivo de aquella historia sobre el perro negro.

Su lápida es fácil de localizar, ya que está adornada con baquetas y platillos que dejan como ofrenda los numerosos peregrinos de todo el mundo que se dirigen a este santuario. La tumba se encuentra bajo la sombra de una gran conífera de agujas azules y, a la derecha, hay una hilera de otras tres tumbas, es decir, cuatro en total (también hay un pequeño monumento en forma de castillo de arena construido al pie del tronco del árbol, que descarté debido a la ausencia de nombre y fecha).

El plan consistía en realizar una búsqueda que terminara en cuanto encontrara el objetivo. Empezando por la lápida de Bonham, y con mi libreta en la mano, inspeccionaría las demás tumbas que había en la fila y después las filas de atrás y de enfrente, abriéndome paso metódicamente por el cementerio, hasta que encontrara dos fechas de defunción que coincidieran, pero mi misión terminó casi tan pronto como empezó.

No necesité ir más allá de las cuatro tumbas (con cinco ocupantes) de la fila de Bonham. Los ocupantes de las dos tumbas situadas a la derecha compartían el 29 de septiembre como fecha de fallecimiento (con 21 años de diferencia). Me gustaría poder informar que el misterioso perro negro hizo acto de presencia, pero no fue así.

Respecto a la probabilidad de las coincidencias en los sueños, solo como hipotesis, supongamos que la probabilidad de que un sueño coincida con hechos reales es de 1 entre 10 mil y que solo se recuerda un sueño por noche. La probabilidad de que ocurra un sueño “coincidente” cualquier noche es de 0.0001 (es decir, 1 entre 10 mil), lo que significa que la probabilidad de que ocurra un sueño “no coincidente” es de 0.9999.

La probabilidad de que se experimenten dos noches consecutivas de sueños no coincidentes es de 0.9999 x 0.9999. La probabilidad de tener sueños no coincidentes cada noche durante todo un año es 0.9999 multiplicado por sí mismo 365 veces, lo que equivale a 0.9642. Redondeándolo, esto significa que hay un 3.6% de probabilidades de que cualquier persona tenga un sueño que coincida o “prediga” acontecimientos del mundo real en el transcurso de un año. En un lapso de 20 años, las probabilidades de tener un sueño coincidente/precognitivo serían más altas.

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Un escarabajo de oro (Plusiotis resplendens). Foto: Minden Pictures/Alamy

Rose, la mujer del sueño sobre la muerte que experimenté, tenía 90 años, y las probabilidades de que una mujer de 90 años en el Reino Unido muera antes de cumplir los 91 son aproximadamente de una entre seis, lo que equivale a decir que no es improbable.

Dado su historial médico, la probabilidad de que Rose muriera antes de cumplir 91 años era probablemente mucho mayor que esa. Pero, ¿por qué debería soñar con ella en primer lugar? Es cierto que no había pensado de forma consciente en Rose, sin embargo, al quedarme en la casa de mi infancia, habría percibido muchos recordatorios implícitos. Ella solía vivir cerca y visitaba nuestra casa con frecuencia.

Además, visitar a mi madre enferma con mayor frecuencia de la habitual en su asilo me habría hecho pensar en la muerte tanto a nivel consciente como inconsciente, y quizás (inconscientemente) en su amistad con Rose.

De este modo, los intentos de comprender las coincidencias varían desde extravagantes conjeturas que conciben fuerzas acausales que influyen en los mecanismos fundamentales del universo, hasta serios estudios cognitivos que deconstruyen los mecanismos básicos de la mente.

No obstante, hay algo más que se debe considerar. Las coincidencias sorprendentes suceden porque, bueno, suceden, y ocurren sin un significado inherente y de forma independiente al funcionamiento del cerebro hambriento de patrones. En palabras del estadístico David Hand, “los sucesos extremadamente improbables son frecuentes”.

Se refiere a esto como el principio de improbabilidad, un principio que incluye diferentes aspectos estadísticos, entre ellos la ley de los números realmente grandes, la cual establece que: “Con un número suficientemente grande de oportunidades, es probable que ocurra cualquier cosa escandalosa”.

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Cada semana, se registran numerosos ganadores de la lotería en todo el mundo, cada uno de ellos con unas probabilidades de ganar de muchos millones contra uno. Y, desafiando probabilidades verdaderamente extraordinarias, varias personas ganaron los premios gordos de loterías nacionales y estatales en más de una ocasión.

Soy naturalista, pero las coincidencias me brindan un atisbo de lo que ve el sobrenaturalista, y mi visión del mundo por un momento se ve cuestionada. Sin embargo, pronto, para bien o para mal, regreso a mi camino habitual.

Una última anécdota sobre una coincidencia: era una tarde calurosa de mediados de junio y sentía lástima de mí mismo. Mi pareja me había dejado justo la semana anterior, y pensé que una buena forma de lidiar con la autocompasión sería embarcarme en un nuevo proyecto. Realizaría algunas investigaciones sobre la psicología de las coincidencias. Me acomodé en un sillón rodeado de libros y artículos sobre el tema, entre ellos The Roots of Coincidence, de Koestler. Entre otras cosas, estuve leyendo su relato sobre la historia del escarabajo de oro de Jung.

Necesitando café, aparté a Koestler y me dirigí a la cocina. Cuando regresé, encontré, sentado en cuclillas en el respaldo de mi sillón, un escarabajo de oro, una cetonia aurata como el que había entrado por la ventana del consultorio de Jung. Seguramente había entrado volando por la puerta abierta del balcón. Rápidamente le saqué una foto por si reanudaba el vuelo y lo puse sobre la palma de mi mano para devolverlo a su hábitat natural, no obstante, simplemente rodó sobre su espalda y se quedó inmóvil. Muerto.

Le envié la foto a mi ex y le pregunté cómo estaba. No me contestó, pero esa misma tarde me llamó para darme una noticia inquietante. Zoe, una conocida nuestra, se había suicidado esa misma tarde. Mi cerebro a esas alturas estaba en modo pensamiento mágico, y le dije que no podía evitar relacionar la muerte de Zoe con la aparición, y muerte, del escarabajo de oro. No creía que existiera una relación, por supuesto, pero sentía que podía ser así. Había algo más en el fondo de mi mente. En la mitología griega, todo lo que tocaba el rey Midas se convertía en oro. El nombre de su hija era Zoe, y ella también se convirtió en oro.

Ah, pero las cetonias aurata son bastante comunes en el sur de Inglaterra; son activos en épocas de calor; el balcón tiene vista a una vega (un hábitat típico de las cetonias aurata); etcétera. Y desde entonces me han sugerido que es muy probable que el escarabajo se hubiera “hecho el muerto” en lugar de estar realmente muerto. Tal vez, después de arrojarlo de nuevo a la vega, se produjo un “renacimiento” del tipo que supuestamente simbolizan estas criaturas. Pero es extraño.

Este artículo fue publicado originalmente en aeon.co.

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