El hombre que recorrió el mundo a pie: Tom Turcich habla de sus siete años de búsqueda del significado de la vida
Amigos inseparables... Tom Turcich y Savannah. Foto: Jovelle Tamayo/The Guardian

A los 17 años, Tom Turcich había disfrutado una buena vida hasta entonces. Tenía unos padres maravillosos, grandes amigos, le iba bien en la escuela y era un deportista talentoso. Sin embargo, había dos cosas que lo atormentaban: él pensaba que era demasiado tímido y le aterrorizaba la muerte. Cuando era niño, bajaba corriendo las escaleras en la noche para comprobar que sus padres seguían vivos. A la edad de 11 años, se tumbaba en la cama intentando simular la muerte para que pudiera prepararse para ella. “Perdía la sensación de mi cuerpo”, comenta, “y me tapaba los oídos y cerraba mis ojos para no poder ver ni escuchar, e intentaba imaginar cómo era la muerte. Pero entonces no puedes porque estás pensando. Y en la muerte no se puede pensar”.

Entonces, en 2006, su vida cambió por completo. Turcich recuerda cada detalle. Íba en un auto con tres amigos: Nick, Kevin y Fitz. Kevin conducía el convertible de su padre. En aquel entonces, los chicos solían salir con un grupo de chicas que eran de la generación inferior de la escuela de Haddon Township, Nueva Jersey. Estaban Shannon, que salía con Kevin, Ann Marie, Amanda y Jess. Habían crecido juntos, eran amigos desde que tenían siete u ocho años, y eran tan unidos como se puede ser.

La radio sonaba a todo volumen y los chicos estaban pasando un buen momento cuando Kevin recibió una llamada de Shannon. Estaba angustiado. “Kevin gritó que le bajaran el volumen a la música y dijo: ‘Ann Marie murió’“. Ann Marie, de 16 años, había fallecido en un accidente de moto acuática. Condujeron hasta la casa de Shannon. “Nos sentamos en el patio delantero. Éramos unos 10, estábamos en círculo y todos lloraban, sin saber qué hacer. Esa noche me acosté en la cama y recuerdo sentir esa confusión. Duró unos seis meses”.

Tom Turcich no solo estaba petrificado por la muerte, sino que ahora sabía que podía morir en cualquier momento. Lo más difícil de todo fue aceptar que le había ocurrido a alguien como Ann Marie. “Ella era súper inteligente y excepcionalmente amable”, comenta Turcich. “Ann Marie era amable hasta el punto de que me volvía loco cuando era más joven, porque nunca lograbas que dijera nada malo. Cuando salíamos juntos yo la molestaba, intentando que dijera algo que no fuera generoso”.

Nunca lo consiguió. Turcich no solo perdió a una amiga increíble, sino que el accidente lo dejó cuestionándose el significado de la vida y reforzó su miedo a la muerte. En resumen, sufrió la crisis existencial adolescente por excelencia. “Pensé: si puede morir Ann Marie, que sin duda es mejor estudiante y mejor persona que yo, entonces seguramente yo podré morir al mismo tiempo. Por eso me afectó tanto“.

Turcich entró en declive. “Volvieron a surgir todas esas preguntas sin resolver. Pensé: OK, tienes que resolver este problema solo para seguir con tu vida”. ¿Cuál era el problema? “Que la muerte puede llegar en cualquier momento, de forma arbitraria e instantánea. Fue como pensar, con este conocimiento, ¿cómo se vive? ¿Qué haces? ¿Cómo integras ese hecho a tu vida?“.

No lograba encontrar una respuesta. Entonces, un día en la universidad, los estudiantes vieron La sociedad de los poetas muertos, la película sobre un profesor llamado John Keating, interpretado por Robin Williams, que inspira a sus alumnos a través de su amor por la literatura. De la misma manera que el discurso fundamental de la película sobre aprovechar el momento –carpe diem– y vivir una vida extraordinaria tuvo un gran impacto en los estudiantes de la película, también lo tuvo en Tom Turcich.

Vio la película una y otra vez, preguntándose cuál era la mejor manera de aprovechar el momento y hacer que su vida fuera extraordinaria. Por primera vez se dio cuenta de que podía forjar su futuro en lugar de dejar que simplemente le sucediera. A partir de entonces, hizo precisamente eso. Logró entrar en el equipo de natación de la escuela, actuó en una obra de teatro de un solo acto, volvió a jugar tenis y se convirtió en campeón de la escuela, todo el tiempo usando la pulsera azul “AML” que su escuela había diseñado como tributo a Ann Marie Lynch. Finalmente venció su pasividad cuando se atrevió a dar su primer beso, después de tres citas (llenas de nervios) con una chica llamada Britney.

Aquel beso resultó ser una epifanía. “Fue como el nacimiento del universo en mi cabeza”, comenta. “De repente, pude ver cómo se expandían todas las posibilidades. Por fin lo entendí: las acciones que realizas realmente pueden afectar tu vida“. Turcich decidió que iba a aprovechar el momento para salir del seguro y acogedor municipio de Haddon Township, de unos 15 mil habitantes, y conocer el mundo.

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Turcich en Montevideo, Uruguay. Foto: Thomas Turcich

Empezó a hacer planes. No quería ver solo un pequeño pedazo del mundo: si era posible, iba a ver todo. “Como el mundo es complejo y vasto, y como mi temperamento general es bastante tímido y se acerca más al lado de la timidez, quería verme forzado a vivir aventuras. El objetivo de la aventura es que es incómoda y tienes que madurar en ella”.

“Tenía mil dólares en mi cuenta bancaria, así que necesitaba encontrar una forma económica de viajar, y eso me condujo a los hombres que habían recorrido el mundo a pie”. Leyó sobre Steve Newman (un estadounidense que circunnavegó el planeta a pie durante cuatro años a finales de los 80) y Karl Bushby (un exparacaidista británico que partió en 1998 y que actualmente sigue caminando), y ahora ya tenía su respuesta. “Parecía resolver todo lo que quería de la vida“, explica.

Como en La sociedad de los poetas muertos, los alumnos de su grado compartían una profunda amistad y confianza. Cuando tuvieron que darse charlas de fin de curso, Tom Turcich anunció su plan de recorrer el mundo a pie. Sus amigos lo “apoyaron genuinamente”, y entonces se lo contó a sus padres. De joven, su padre, que también se llamaba Tom, aprovechó el momento: se marchó a Hawai a la edad de 20 años y pasó cuatro años practicando la pesca submarina, trabajando en una plantación de caña de azúcar y viviendo bajo una lona en el bosque, en una diminuta parcela de tierra. Conoció a Catherine, la madre de Turcich, al final de su viaje.

Tom padre, que ahora dirige un negocio de banquetes, recuerda lo mucho que la muerte de Ann Marie afectó a su hijo. “Eso realmente lo desconcertó”, me explica por teléfono desde Haddon Township. “Simplemente se le encendió un botón. ¡Uf! Chico, si eso puede pasar a los 16, más me vale vivir, ¿sabes? Y de repente, se hizo real”. Tom padre pensó que la caminata por el mundo era una idea acertada. “Para mí fue como, ¡adelante, aventura!”.

Sin embargo, su esposa, Catherine, que es artista, se mostró menos entusiasmada. ¿Qué pensó cuando su hijo mencionó por primera vez la caminata? “¡Jajajaja!” Tiene una risa encantadora y brillante. “Pensé en cuán ingenuo era. ¿De verdad cree que le dará la vuelta al mundo caminando? Solo pensé que era una idea loca, un capricho pasajero“. Hace una pausa. “Pero Tommy siempre fue alguien que tenía una idea y la llevaba a cabo. Se aferraba a los retos”.

“Ella pensó: ‘Tienes 17 años y esto no es más que la idea de alguien de 17 años'”, comenta Turcich. Y ella tenía razón. Pero él no pensaba poner en práctica su idea todavía. Durante los años siguientes casi no se lo contó a nadie. Sabía que muchos lo rechazarían, en el mejor de los casos, por fantasioso. “No me gusta la gente que solo habla de las cosas que va a hacer“, explica.

Durante los ocho años siguientes, Tom Turcich trabajó discretamente para hacerlo realidad. Se tituló en psicología y filosofía por la Universidad Moravian de Pensilvania y se ganó la vida instalando paneles solares hasta que cumplió 25 años, momento en el que renunció y trabajó como mesero en un restaurante y en una empresa de seguros introduciendo datos.

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Tom y Savannah descansan junto a su carriola personalizada en Panamá. Foto: Thomas Turcich

Mientras tanto, Turcich estaba ocupado haciendo los últimos preparativos. No dejaba de estudiar mapas para determinar cuáles eran las mejores rutas. Gran parte dependía de cuestiones prácticas, como qué países exigían visas. Decidió caminar hasta Argentina para la primera etapa de su viaje. Poco antes de que tuviera que partir, conoció a otro Tom, Tom Marchetty, que le confeccionó una carriola para sus viajes. La carriola contendría todos sus artículos esenciales: tienda de campaña, bolsa de dormir, laptop, cámara, baterías, caja de plástico para la comida (en parte para guardar la comida, en parte para aislar el olor de los animales), botellas de agua, seis pares de calcetines, cuatro pares de ropa interior, un par de pantalones, un par de shorts, un par de pantalones, playeras de manga larga y manga corta, playeras de lana, sudadera, chaqueta y zapatos impermeables.

Marchetty, que conocía a todo el mundo dentro y fuera de la localidad, quedó cautivado por el plan de Tom Turcich. Convocó una conferencia de prensa para promocionar el viaje, con la esperanza de encontrarle un patrocinador. El periódico Philadelphia Inquirer acudió y escribió sobre el tema. Un empresario local, Bob Mehmet, leyó el artículo, y también quedó impresionado por la historia y se ofreció a patrocinar la caminata. “Era una cantidad inferior al salario mínimo, pero era como, soy una persona sin casa, no necesito mucho”, comenta Turcich. “Era más que suficiente para sobrevivir durante toda la caminata“.

El 2 de abril de 2015, Tom Turcich salió caminando de Haddon Township. En su despedida, su padre no podía estar más emocionado. “Yo decía, ¡oye, adelante! Oh, vaya, solo ten cuidado, ¡pásatela bien!”, cuenta. “Pero su madre lloró durante meses cuando se fue“.

“Tenía miedo por él, y estaba orgullosa de él”, explica Catherine. “Eran todos esos sentimientos mezclados. Al principio me costó mucho. Pero él fue muy bueno llamando todos los domingos. Yo dependía de eso. Era mi salvavidas“.

Tom Turcich comenta que su madre tenía razón en estar preocupada. “Sabía cuán inmaduro era. Había crecido en este suburbio realmente ideal. Simplemente era un idiota blando y un poco demasiado confiado”. Medía 1.90 m, era delgado y nunca había tenido que preocuparse por su seguridad. Reconoce que no sabía en absoluto cómo cuidar de sí mismo: “Uno piensa que es rudo, pero no lo es. Ahora soy una persona completamente distinta“.

Si yo me fuera de casa para viajar a Argentina, le digo, no tendría ni idea de qué camino tomar. Debe de tener un buen sentido de la orientación. “¡Por suerte, ahora existe Google Maps, así que no tienes que preocuparte demasiado por eso!“, responde.

Turcich pasó los dos primeros años viajando a Argentina a través de Colombia. En Austin, Texas, acogió a una perra rescatada que fue abandonada cuando era cachorra y la llamó Savannah. Se convirtió en su compañía y su seguridad; Turcich podía dormir tranquilo en la noche sabiendo que ella estaba atenta a los intrusos. Se hicieron amigos inseparables. Y aún lo son. Mientras hablamos a través de Zoom, ella está descansando en el fondo, tomándose un merecido descanso.


¿Qué significa darle la vuelta al mundo a pie? En una circunnavegación a pie, los viajeros deben recorrer el globo y regresar al punto de partida con sus propios medios. Guinness World Records establece como requisitos para una circunnavegación a pie haber recorrido casi 29 mil km y haber cruzado cuatro continentes.

Tom Turcich caminó entre 21 y 24 millas (entre 33 y 38 km) al día durante aproximadamente la mitad de los siete años que estuvo fuera. En total, caminó 28 mil millas (y Savannah 25 mil millas), viajó a través de 38 países y cruzó todos los continentes excepto Australia, que no pudo hacerlo debido a las restricciones impuestas por el confinamiento. Es la décima persona que le ha dado la vuelta al mundo a pie, y supone que Savannah es el primer perro que lo ha hecho.

Cree que su falta de inteligencia callejera lo ayudó. Como era tan inocente, no tenía tanto miedo como hubiéramos tenido muchos de nosotros. Pasó once meses del primer año caminando y durmiendo en la calle, normalmente detrás de iglesias y en bosques. Se topó con tarántulas y serpientes, sobre todo en las plantaciones de palmeras donde dormía en Costa Rica.

Suena bastante aterrador. “¡Sí, definitivamente!” ¿Sabía qué debía hacer en caso de ser atacado? “No, en realidad no. Simplemente evitarlo”. Afortunadamente, las tarántulas y las serpientes lo dejaron en paz.

En ocasiones, cuando se encontraba en zonas de mala fama, pagaba por pasar la noche bajo techo por miedo a que lo asaltaran. “Cuando recorrí El Salvador, el país estaba en el punto crítico de su año de mayor índice de asesinatos. Era el peor mes del peor año en asesinatos. Vi los cadáveres de un matrimonio que había sido ejecutado. Les habían disparado en la nuca y estaban tirados en un campo. Aquello lo hizo muy real”. En México, los lugareños, desconfiados, le preguntaban qué estaba haciendo, diciéndole que ni siquiera ellos se atrevían a caminar por ahí.

Nunca fue atacado como tal pero, cuenta, hubo un pequeño incidente en Turquía, en la frontera con Siria. “Estaba cruzando una montaña remota cerca de la frontera con Siria y un hombre salta de una moto y me apunta con una escopeta. Pensé que me iban a disparar y que se llevarían mis cosas. Pero resultó que eran militares vestidos de civil y que pensaban que yo era un terrorista o un espía. Me detuvieron durante tres horas y fue realmente intenso, pero al final fueron muy amables”.

También sucedió aquella vez que lo asaltaron a punta de navaja en Ciudad de Panamá. “Entré a una tienda y el hombre estaba de pie con el cuchillo muy cerca de mi pecho. Estaba buscando algo con qué defenderme. El tiempo pasaba en cámara lenta. Pero después de gritarme durante un minuto, se fue. El hombre del cuchillo me apartó de las cosas, mientras que el otro agarró mi mochila y se fue”. La mochila contenía todos sus objetos esenciales. No obstante, el destino le sonrió amablemente a Turcich. “Salí de la tienda y había una multitud apuntando hacia el callejón, y sorprendentemente los policías estaban ahí lanzando al hombre contra la pared, y mi mochila estaba tirada en el piso. Tenía mi pasaporte, mi computadora, los papeles de Savannah, todo. Tuve muchísima suerte”.

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Savannah usa googles como protección contra el viento en Perú. Foto: Thomas Turcich

Pero se trató de incidentes aislados. Cuenta que conoció a mucha gente maravillosa por el camino. Ya era una persona optimista cuando emprendió el viaje, pero cuando regresó tenía aún más fe en la humanidad, aunque menos en algunos de los sistemas en los que vivimos. La primera etapa de su caminata fue un proceso de aprendizaje, explica, que le permitió superar muchas de sus ideas preconcebidas. Suena un poco avergonzado por su propia ingenuidad. En Centroamérica y Sudamérica, caminaba por las ciudades y veía casas con varillas que sobresalían de los techos. Suponía que las zonas debían de ser peligrosas o estar en mal estado porque las casas estaban incompletas, pero al poco tiempo se dio cuenta de que las varillas eran un signo de aspiración. Las familias esperaban ahorrar lo suficiente para construir un segundo piso.

A Tom Turcich siempre le habían enseñado que las personas que trabajan duro serán recompensadas; que si eres capaz y tienes determinación no hay nada que te impida lograrlo. Pero cuanto más veía del mundo, más se daba cuenta de que eso no era cierto.

“Acabas dándote cuenta de que muy pocas cosas se deben a la fuerza de voluntad, porque hay personas mucho más inteligentes y amables que yo en todo el mundo que no tienen mis oportunidades“. Me cuenta sobre un hombre que conoció en Perú que vendía gasolina desde su cabaña a los camiones que pasaban por la carretera. “Era un tipo estupendo y muy inteligente; definitivamente más listo que yo, y probablemente más trabajador. Pero nunca saldrá de Perú debido a la geografía o a la historia en la que nació. Compruebas una y otra vez que lo que realmente afecta a la gente son los sistemas existentes“.

Para Tom Turcich, la caminata constituyó una meditación de siete años, sobre todo durante los dos primeros, que fueron más solitarios. Mientras caminaba, le pasaban muchas cosas por la cabeza: su historia, sus valores, sus esperanzas. Todo culminó en los desiertos de Perú y Chile. “Estuve mucho tiempo solo, únicamente con mis pensamientos. La forma en que yo lo describo es como deshierbar el jardín. No te das cuenta, pero tu cabeza está llena de esas malas hierbas y, cuando caminas, estás de rodillas arrancándolas“. Al cabo de más o menos un año y medio, cuando estaba en el sur de Perú, sentí que había pensado todas las ideas y que el jardín estaba limpio. Ya no había angustia, ni remordimientos, nada que pudiera arrancar. Me encontraba en el desierto de Atacama, tumbado bajo un millón de estrellas, y sentí que había llegado al fondo de mí mismo. Todas las dudas desaparecieron“.

¿Cómo se sintió? “Fue una sensación de vacío. Una simple sensación de existir: solo eres una pequeña criatura en el universo. Era simplemente paz“. Es conmovedor escuchar a Turcich hablar de su experiencia. Por momentos, siento que estoy hablando con un hombre que estuvo en el otro lado y presenció cosas que el resto de nosotros no hemos podido ver. Hay cierta sencillez infantil en Turcich, pero también tiene un toque de vidente.

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Contemplando el infinito en Marruecos. Foto: Thomas Turcich

Hubo muchos días en los que Turcich no podía soportar caminar, aunque Savannah nunca se inmutó. “A veces simplemente tenía que caminar“, explica. “Dependía de la presión del tiempo y del clima. Si sabía que iba a caer un aguacero o que estaríamos a 100 grados, intentaba llegar a un hotel o a un refugio”.

Durante los siete años, regresó a Haddon Township unas cuantas veces. En Uruguay se enfermó de una terrible infección bacteriana y al final tuvo que regresar a casa en avión. En aquel momento llevaba más de dos años viajando. A Catherine le sorprendió su aspecto: “Él había perdido mucho peso. No podía sostener nada y sufría un dolor insoportable“. El simple hecho de recordarlo la molesta. “Era aterrador. Estaba tendido en el piso y muy delgado. Parecía que se estaba muriendo”. Los médicos le administraron varios antibióticos. Finalmente, uno de ellos funcionó y volvió a sus viajes.

Los últimos cinco años de la caminata de Tom Turcich fueron más sociales que los dos primeros. A esas alturas, sentía que su mente estaba totalmente abierta a todas las diferentes experiencias. Aprendió suficiente francés, ruso, turco e italiano para asegurarse de no sentirse un eterno turista.

Los dos primeros años giraron en torno a mí y a la mente. Después de eso, se centró mucho más en el mundo. Empecé a entenderlo mejor. Me interesé más en aquello que influye en la gente y en por qué los países son como son”. Turcich habla sobre la belleza sobrenatural de Kirguistán; la otredad de Uzbekistán, donde los lugareños nunca habían conocido a extranjeros, no había anuncios y los Chevrolet estadounidenses eran los únicos automóviles en las carreteras; la amabilidad de los pastores turcos y sus enormes perros pastores anatolios; la campiña francesa, donde se despertó una noche rodeado de 200 jabalíes; el chamán del Amazonas que le sirvió el té psicodélico llamado ayahuasca.


Egill Halldorsson, un islandés de 30 años, se topó con Turcich en Kaş, una ciudad pesquera ubicada en el sur de Turquía. Era el año 2021, y Turcich llevaba ya seis años caminando. “Le pregunté qué hacía”, recuerda Halldorsson. “Él intentó que pareciera que no era gran cosa, y me dijo que estaba recorriendo el mundo a pie. Me quedé boquiabierto. Le pregunté: ¿Qué? Tardas mucho en comprender qué significa eso“.

¿Cuál fue su primera impresión de Tom Turcich? “Cuando me alejé, le dije a mi novia de ese entonces: ‘Vaya, ese es el tipo más interesante del mundo. Tengo que conocerlo mejor’. Y ella me respondió: ‘Sí, pero creo que percibí cierta tristeza o inquietud’. Se refería a que él estaba un poco solo. En realidad, cansado sería una palabra más adecuada. Posteriormente, cuando le pregunté al respecto, me dijo que había estado recorriendo el mundo todo ese tiempo y que, en cuanto congeniaba con la gente, siempre se despedía. Mi novia sintió que estaba cansado de eso”.

Halldorsson y Turcich se quedaron en Kaş un par de meses a causa de la pandemia y se volvieron buenos amigos. Se habrían hecho amigos íntimos independientemente de las circunstancias, comenta Halldorsson. “Él es aventurero, pero con los pies en la tierra y es divertido estar con él”. Parecía haber aprendido mucho de sus viajes. “Había viajado a través de tantos países, había conocido a tanta gente. Parecía una persona muy madura“.

Durante la etapa final de su caminata, conoció a una mujer llamada Bonnie en Washington DC, repitiendo la experiencia de su padre en Hawai años antes. “Me detuve para escribir durante un par de días”, cuenta Turcich. “Nos conocimos y congeniamos, y eso fue todo”. Turcich y Bonnie, que se está preparando para ser doctora, han estado juntos desde entonces, y ahora comparten un hogar en Seattle.

El 21 de mayo de 2022, siete años y 49 días después de partir, Turcich llegó de nuevo a Haddon Township. Mirando retrospectivamente, ¿cuál fue su momento más feliz? “Cruzar la línea de meta”. Durante mucho tiempo, explica, pensó en el día en que volvería a casa, y ahora había llegado. “La vuelta al mundo a pie es una forma preciosa de vivir, pero también es muy difícil y agotadora. Había extrañado mucho a mi familia y a mis amigos. Cuando crucé la línea, el sentimiento principal fue de alivio: se acabó, ¡lo hiciste!“. Supongo que después durmió mucho tiempo, pero se ríe de tal sugerencia. “No, hicimos una fiesta enorme. Fue genial”.

En cuanto a su madre, Catherine, comenta que fue el día de mayor orgullo de su vida. “Toda la ciudad acudió a su encuentro. Probablemente había entre 400 y 500 personas. Pasó por Filadelfia y la gente empezó a acompañarlo. Tenía una multitud de gente caminando a su lado. ¡Dios mío! Era como el flautista de Hamelín”.

Hubo bandas, carteles y una línea de meta oficial. “Pusimos un arco de globos para que pasara por él y un listón, y la gente simplemente vitoreaba”, explica Catherine. “Estábamos tan contentos de tenerlo de vuelta y de que lo hubiera logrado, había cumplido su sueño. Estaba abrumado, con una sonrisa de oreja a oreja. Después empezó a llorar”.

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Tom (segundo desde la izquierda) en la ‘línea de meta’ en Nueva Jersey el pasado mayo, con su hermana Lexi (izquierda), sus padres Tom padre y Catherine, y su novia Bonnie (derecha). Foto: Joseph Kaczmarek/Rex/Shutterstock

Tom Turcich se había marchado como un inmaduro de 25 años y había regresado como un conocedor del mundo de 32 años. ¿La experiencia lo hizo más seguro de sí mismo? Es una pregunta difícil de responder, señala. “Es una especie de Dunning-Kruger. Ya sabes, el estudio psicológico en el que la persona más tonta del cuarto es la más segura de sí misma. Cuanto más sabes, menos seguro te sientes. Creo que tenía bastante confianza al principio, pero era un idiota. Una vez que sabes que no sabes todo, pierdes parte de esa confianza y te vuelves menos seguro sobre las cosas“.

Tom padre comenta que su hijo cambió radicalmente en los siete años que estuvo fuera. “Ahora es un hombre. Ve el mundo de forma muy diferente. Ha estado en lugares donde personas sin dinero trabajan toda la semana para añadir un bloque de hormigón a su casa y compartirían todo lo que tienen con él. Ver eso te cambia la vida”.

De todos los lugares que ha conocido, Dinamarca es donde más le gustaría vivir a Turcich. “Fue la primera vez que vi que existía una forma diferente de crear infraestructuras”, comenta Turcich. “Parecía muy tranquilo. Me encantó poder ir en bici a todas partes y que no me atropellara una camioneta F-150. Estados Unidos está muy centrado en los automóviles y eso le quita mucho a las ciudades y a la vida cotidiana”. Dinamarca tiene sus prioridades bien claras, añade: es un país que ha utilizado su riqueza para ofrecer una excelente atención médica y educación.

¿Algún lugar se sintió como su hogar espiritual? “Vaya, esa es una buena pregunta”. Cuanto más hablamos de su viaje, más aflora el hippie que lleva dentro. “Probablemente Croacia, porque de allí son mis antepasados por parte de mi padre, por lo que pude ver a gran parte de mi familia ahí, y visitar la casa de mi tatarabuelo y la de mi bisabuelo. Hay un cementerio en la isla de Krk, y un tercio de las sepulturas son turcas. Ya había viajado mucho en aquel entonces, pero este fue el primer lugar en el que sentí esta conexión más profunda e inherente, sabiendo que este es mi lugar de origen”.

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De camino por Perú. Foto: Thomas Turcich

Desde que regresó a Estados Unidos, Turcich admite que le ha costado trabajo adaptarse de nuevo a la sociedad normal. Aunque parte del motivo por el que se marchó fue que no quería someterse a las convenciones del trabajo de nueve a cinco, descubrió que las caminatas le proporcionaban un tipo de rutina diferente que le ha resultado imposible sustituir. “Una de las mejores cosas de la caminata era que cada día me despertaba con un propósito. Un propósito muy inmediato y humano en el que caminaba una determinada cantidad. Así que cada día cumplía un pequeño objetivo y dentro de ese objetivo veía cosas nuevas, hablaba con gente nueva, aprendía sobre el mundo, simplemente caminando. Después me acostaba en la cama y pensaba: ‘Fue un buen día, misión cumplida, repitámoslo mañana’. Y ahora que la caminata terminó, no tienes esa sensación innata de descubrimiento. Así que se siente como si estuviera construyendo una vida desde cero otra vez aquí en Seattle”.

Sin duda, está mejor preparado para enfrentarse a la vida que el novato de 25 años que emprendió su caminata. Turcich, que ahora tiene 33 años, sabe idiomas, tiene conocimientos, habilidades prácticas y amigos en todo el mundo. A lo largo de los años, acumuló 121 mil seguidores en Instagram mientras documentaba sus viajes bajo la cuenta @theworldwalk. El día que hablamos, firmó un contrato para publicar un libro en el que narrará su viaje. Y están los compromisos para conferencias. A la gente le encanta escuchar su historia sobre cómo la pérdida de su gran amiga Ann Marie lo llevó a recorrer el mundo en busca del significado de la vida.

Cuando le pregunto si encontró lo que buscaba, me vuelve a contar aquella noche bajo las estrellas en Atacama y la sensación de su pequeñez en el universo. Le hizo sentirse insignificante, pero también le hizo sentir que podía marcar la diferencia, aunque fuera con pequeños detalles. “Llegué a la conclusión de que todo gira en torno a la felicidad. La felicidad es la única moneda de cambio para el hombre. Intenta ser feliz y crear felicidad. La felicidad puede significar muchas cosas diferentes y adoptar muchas formas distintas. Pero si haces del mundo un lugar mejor, puedes heredar una gran felicidad a tus descendientes”.

En cuanto a él mismo, aún le cuesta creer lo mucho que lo han cambiado sus viajes. Hoy en día, el tímido Tom Turcich se para con gusto ante un público que paga y les cuenta a las personas qué descubrió sobre el mundo caminando por su superficie. Antes de embarcarse en su odisea, no creía que tuviera nada digno de contarle a nadie. Pero ahora piensa de forma diferente, en todos los sentidos. “Cuando recorres el mundo a pie durante siete años, aprendes mucho“, dice.

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