‘Me sentí violado. Fue un periodo oscuro para todos nosotros’: Sigur Rós sobre sus últimos años de pesadilla
Sigur Rós ... Jón Pór "Jónsi" Birgisson, Georg "Goggi" Hólm y Kjartan Sveinsson. Foto: Tim Dunk

El nuevo álbum de la banda Sigur Rós, titulado Átta, el primero en una década, es una obra sensible y reconfortante que parece tender una mano curativa al oyente. Considerando los dramáticos acontecimientos ocurridos en las vidas de los miembros de la banda durante la larga gestación de Átta, uno sospecha que cumple un propósito similar para los propios islandeses. “Tal vez es un consuelo para nosotros”, coincide el líder, Jón Þór “Jónsi” Birgisson, desde su hogar en Silver Lake, Los Ángeles. La época de la que surgió el álbum fue, explica, “deprimente, pesada e intensa”.

En marzo de 2018, el gobierno de Islandia acusó a la banda Sigur Rós de evadir 151 millones de coronas (unos 18 millones de pesos) de impuestos entre 2010 y 2014. La banda lo atribuyó a un error de contabilidad y pagó la deuda más los intereses, sin embargo, se enfrentó a un segundo proceso por el mismo delito en 2020, en el que congelaron sus activos. Ahora están absueltos todos, pero Birgisson solo ha estado libre desde marzo. Y eso no fue todo. En septiembre de 2018, la artista Meagan Boyd acusó públicamente al baterista Orri Páll Dýrason de un acto de agresión sexual cometido cinco años antes. Dýrason negó las acusaciones, pero renunció unos días después, lo cual redujo temporalmente a Sigur Rós a un dúo transatlántico compuesto por Birgisson y el bajista Georg “Goggi” Hólm. ¿Todavía se sentía como una banda?

“Fue extraño”, responde Hólm, sentado en la sede de la banda en la ciudad de Reikiavik con el tecladista Kjartan Sveinsson (que dejó la banda en 2013). Ahora, a sus más de 40 años, parecen detectives dispares que vuelven a reunirse para tratar un caso sin resolver en una serie noir nórdica. “Definitivamente hubo momentos en los que Jónsi y yo nos quedamos en plan, bueno, supongo que somos una banda, pero en realidad no estamos haciendo nada”. En medio de todo esto, Birgisson se separó de Alex Somers, quien fue su pareja durante 16 años y frecuente colaborador artístico. Una banda cuya música inspiraba metáforas celestiales que dejaban sin aliento parecía caer a tierra con un golpe feo. “Nuestro principal objetivo es la música, pero obviamente existe esta cosa llamada vida que ocurre a su alrededor y con la que tienes que lidiar”, comenta Hólm.

Cuando se formó Sigur Rós en 1994, siendo adolescentes, explica Birgisson, hacían música porque “te da un propósito para vivir y ser feliz”. Al ser una banda de post-rock no angloparlante originaria de una “pequeña isla situada en medio de ninguna parte”, no soñaban exactamente con el estadio Madison Square Garden, sin embargo, su segundo álbum, Ágætis byrjun, de 1999, fue un fenómeno de boca en boca entre cuyos animadores se encontraban Radiohead, Coldplay, David Bowie y Cameron Crowe. Dentro de un género que tiene una reputación intimidatoriamente diligente, Sigur Rós poseía una gracia elemental y una línea directa con los conductos lagrimales. “Si no se me pone la piel de gallina, entonces tenemos que trabajar un poco más”, comenta Sveinsson. “Por supuesto, debes tener cuidado de no llegar al extremo Disney. Juegas con las emociones, pero no quieres forzarlas. No es como el foie gras“.

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Los integrantes originales de Sigur Rós en Islandia, 2009 … (de izquierda a derecha) Kjartan Sveinsson, Jón Pór Birgisson, Orri Páll Dýrason y Georg Hólm. Foto: Mick Hutson/Redferns

Lo que ocurrió después es una historia familiar: una joven banda hace música por placer y, a regañadientes, se convierte en un negocio ambulante. Aunque su música se mantuvo inflexible, aumentaron las presiones y tensiones externas. Según Sveinsson, su álbum más oscuro publicado en 2002 titulado ( ) –sin títulos ni letras– “representa realmente el estado en el que nos encontrábamos en aquel momento: ¡esto es condenadamente pesado! El simple hecho de no perder de vista quién eres es algo difícil”.

“Puedes perderte fácilmente”, coincide Hólm. “Te mueves por el mundo en esta burbuja llamada Sigur Rós. Es algo así como –perdonen mi francés– un daño psicológico, estar en una banda siendo tan joven”. A finales de la década de 2000, comenta, “todos nos hundimos un poco. Simplemente no lo admitimos”.

Sveinsson siempre fue el más escéptico respecto a “entrar en la industria y participar en todo ese ruido” y en 2012 el ruido fue demasiado fuerte. “Sencillamente fue demasiado. Estaba agotado y tuve que irme”. ¿Lo sintió como un descanso temporal? “No, en realidad lo sentí como algo muy definitivo”. Sus compañeros de banda siguieron adelante con el inusualmente estridente e imponente album Kveikur (2013). “Tal vez fue una especie de represalia”, señala Hólm. “Ese álbum es bastante agresivo y lleno de ira”.

“Yo lo llamo el álbum inferior”, dice Sveinsson con sorna. “No, no, es genial”.

La banda parecía estar prosperando, siendo artistas principales en arenas y apareciendo en Los Simpson y Juego de Tronos, sin embargo, las sesiones para un nuevo álbum se frustraron en 2017, aproximadamente en el momento en que Birgisson se mudó furtivamente a Los Ángeles para cambiar de escenario. “Muy soleado y brillante en comparación con lo oscuro y deprimente”, explica. Con su fobia a Zoom y recién levantado, inclina su teléfono para que lo único que pueda ver la mayor parte del tiempo sea un arbusto adornado con luces de Navidad. Me siento como David Attenborough, escudriñando la maleza para atisbar al Jónsi menos visible.

Paradójicamente, fue la molesta administración la que mantuvo unida a Sigur Rós cuando se detuvo la música. Todavía tenían que consultar a Sveinsson sobre los paquetes de reedición y la aprobación de las solicitudes de sincronización. El título provisional del explosivo y alegre sencillo Hoppípolla, de 2005, era The Hit Song, y el chiste se hizo realidad. Hoppípolla ha proporcionado un estímulo emocional a todo, desde la serie Planet Earth de la cadena BBC y el tráiler de Niños del hombre hasta la película Festival de la canción de Eurovisión: La historia de Fire Saga. ¿Qué le pareció a la banda la visión que la película tiene de Islandia?

“Hasta cierto punto, es bastante acertado”, responde Sveinsson, “pero hasta cierto punto, es una completa tontería”.

“Los clichés son divertidos porque existe una pizca de verdad en cada cliché”, señala Hólm.

Ve el video del nuevo sencillo, Blóðberg

La relación de la banda con Islandia es complicada. Al ser la exportación más famosa del país después de Björk, constantemente les preguntaban por los glaciares y la magia de los duendes. “Obviamente, el hecho de que todos nos pusiéramos el mismo sombrero y pareciéramos duendes en las sesiones de fotos no ayudó”, admite Hólm. “Llegó a ser un poco molesto, pero hay algo de verdad en ello. El otro día estaba paseando a mis perros por el campo y estaba escuchando el nuevo disco en mis audífonos y pensé, vaya, esto realmente suena como lo que estoy viendo”.

El caso de los impuestos los enemistó con su propio país por primera vez, hasta el punto de que Hólm consideró la posibilidad de emigrar. ¿Qué tan cerca estuvo de hacerlo?

“Realmente sentí que no puedo vivir en este tipo de sociedad”, explica. “Me sentí violado, básicamente. Fue una época oscura para todos nosotros. Me dejó secuelas, ¿sabes? Pero después te das cuenta de que las cosas simplemente ocurren y no importa realmente dónde te encuentres. He llegado a la conclusión de que me encanta vivir en Islandia”.

Se muestran indecisos en cuanto a los motivos de la segunda acusación. En un momento determinado, Hólm sugiere de manera ecuánime que “en realidad no es culpa de nadie”, y al siguiente se pregunta si el gobierno estaba intentando convertir a su banda más famosa en “la imagen de algo”. Sveinsson sospecha que Sigur Rós era “un blanco fácil” en comparación con los banqueros con abogados y los gestores de fondos de alto riesgo. Birgisson todavía parece estar furioso por “esta maldita tontería… Por lo injusto de todo, y por la agresión. Se invierte demasiada energía y tiempo en ello que podría emplearse en cosas hermosas. Te enojas cuando piensas en ello”.

La distancia le ha permitido idealizar su tierra natal en letras que él describe como “una postal para Islandia”. Está pensando en dejar Los Ángeles. “Estados Unidos es una locura”, comenta. “Últimamente se han vulnerado tanto los derechos de las personas trans, queer y homosexuales. Asusta verlo. En todo el mundo también, parece que estamos retrocediendo”. La portada de Átta, obra del veterano artista islandés Rúrí, representa una bandera de arco iris en llamas. “Intentamos mantenernos alejados de la política, solo para hacer que la música sea lo más neutral posible, pero estábamos hablando sobre la situación del mundo en que vivimos ahora: el cambio climático y el doomscrolling. Ves a todos los psicópatas gastando cantidades absurdas de dinero en ir al espacio cuando podrían estar salvando el planeta en el que realmente vivimos en este momento. ¡Es increíblemente ridículo!”.

Átta (ocho en islandés) comenzó a gestarse en 2018, cuando Sveinsson visitó a Birgisson como amigo y empezaron a hacer música nueva juntos de forma provisional. “Se sintió como si no hubiera pasado nada”, comenta Sveinsson. “Fue como: ‘¡Oh, regresaste! ¡Ahí estás!”. La banda parecía más sabia y más cómoda con sus diferencias de personalidad. “Todos hemos madurado”, señala. “Cuando estamos juntos es por la música. No tenemos por qué ser los mejores amigos”. Hólm pone una expresión de burla y ofensa y luego se ríe.

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Jónsi Birgisson en el escenario del festival de Glastonbury en 2016. Foto: Rex/Shutterstock

Sigur Rós no hablan mucho en el estudio. La pérdida de un baterista y el regreso del arreglista de cuerdas establecieron el tono exuberante y contemplativo. “Queríamos que fuera espacial y bello, un poco puro de alguna manera”, explica Birgisson. “Te haces mayor y más escéptico y es más difícil conmoverte; simplemente quieres sentir algo”. Le gusta el silencio, o una banda sonora que sea tan tenue que se aproxime al silencio: jazz vintage y grabaciones de campo de la naturaleza. “Siempre he odiado un poco la música”, confiesa. “No hay mucha que me guste”.

Cuando el lento progreso del nuevo álbum se vio paralizado por la pandemia, este autodefinido “gran solitario” disfrutó más bien del confinamiento, comenta. “Como llevo 20 años viviendo (de) un lugar a otro, quedarme dos años en el mismo sitio fue algo inaudito. Por eso, para mí, fue un maravilloso descanso”. Expuso pinturas y esculturas, sacó un álbum en solitario (Shiver, 2020) de estilo club y continuó con sus estudios de perfumería. “Con las moléculas aromáticas tienes notas y tonos individuales, por lo que puedes focalizar la composición de tu aroma”, explica. “Se parece un poco a la música: la forma en que armonizan los elementos, cuánto espacio debería haber. Me encanta esta idea de activar los sentidos de distintas maneras”.

¿Podría verse a sí mismo dejando ir a Sigur Rós por completo? Cree que no. “Tienes más oportunidades, pero siempre amas a la banda. Ha formado parte de tu ADN durante tanto tiempo que no quieres dejarla. Amo a Sigur Rós y amo lo que hemos creado”.

Al madurar, la banda ha regresado de algún modo a sus orígenes adolescentes, cuando crear música era una elección más que una obligación. “Para mí, cuando hayamos hecho esta gira, se habrá terminado; nos vemos dentro de unos años”, comenta Sveinsson, alegre. “No me importa. No puedo vislumbrar nada después de esto, pero ¿quién sabe?”. La vida, según han descubierto, a veces tiene otros planes.

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