‘Me obligaron a llevar a mi bebé hasta el final’: mujeres negras a las que se les niega el aborto
(Sydney Walsh/The Guardian)

El embarazo ha sido desde hace mucho tiempo más arriesgado que el aborto en Estados Unidos. Alrededor de 650-750 mujeres estadounidenses mueren durante el embarazo cada año, lo que supone la tasa de mortalidad materna más alta de los países industrializados.

Comparativamente, muy pocas mujeres mueren por aborto o sufren complicaciones: dos mujeres murieron por complicaciones relacionadas con el aborto en 2018. Por eso, cuando el verano pasado anularon el caso Roe vs Wade, se temió que se dispararan las muertes y complicaciones derivadas del embarazo, en particular entre las mujeres negras.

Las mujeres negras tenían 2.6 veces más probabilidades de morir durante el embarazo y el parto en comparación con sus homólogas blancas en 2021, según indica un análisis de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). El racismo estructural, la cobertura del programa Medicaid y la falta de inversiones adecuadas en atención médica materna contribuyen a esta situación. Las mujeres negras denuncian que las instituciones médicas en general las desprecian, desatienden e ignoran durante el parto en lo que respecta a la atención materna.

Tras la anulación del caso Roe vs Wade, la mayoría de los estados del sur y del medio oeste fueron los que prohibieron el aborto inmediatamente. Estos estados tienen el mayor porcentaje de mujeres negras que viven en ellos. Las mujeres negras también tienen más probabilidades de abortar, las mujeres negras tenían casi cuatro veces más probabilidades de abortar que las mujeres blancas en 2020; las mujeres latinas tenían casi el doble de probabilidades. Esto podría deberse a varias razones: las mujeres negras suelen ganar una fracción de lo que ganan sus homólogas blancas; tienen más probabilidades de vivir en estados donde es difícil acceder a los anticonceptivos; y las mujeres negras, concretamente, son más propensas a sufrir abortos naturales.

A continuación, presentamos dos historias de mujeres negras que tuvieron que afrontar sus embarazos después de que les negaran el aborto en los Estados Unidos post-Roe.

Anya Cook

Era la primera semana en la que Anya Cook, de 36 años, se sentía cómoda saliendo como una persona embarazada en toda regla. Se encontraba muy avanzado su segundo trimestre –16 semanas–, pero después de haber sufrido 17 abortos naturales en dos años, había aprendido a no hacerse ilusiones demasiado pronto. En diciembre de 2022, su ciudad, Coral Springs, Florida, celebraba su desfile anual. Cook se sentía bonita con su conjunto de dos piezas y shorts mientras observaba cómo los niños se atiborraban de helados y los padres animaban a la banda de música desde los laterales.

Al salir de un restaurante esa misma noche, Cook sintió una sensación de humedad en las piernas, como si alguien le hubiera tirado un vaso de agua encima. En el camino al hospital con su esposo, Derick, esperaba que, aunque se le hubiera roto la fuente, pudieran hacerle una pequeña sutura y seguir con un embarazo sano.

Cuando Cook llegó a Urgencias, por lo que pudo ver, nadie había recibido ningún disparo ni necesitaba atención urgente. No obstante, a lo largo de la hora siguiente aprendería lo que se siente ser invisible. La recepcionista le dijo que no había camas disponibles, aunque Cook cree haber visto muchas camas vacías. La gente miraba hacia otro lado mientras Cook se retorcía incómoda en una silla de ruedas, con el líquido amniótico brotando entre sus piernas. “Mamá, ¿qué le pasó?”, escuchó preguntar a un niño pequeño que estaba de visita en la sala de urgencias. La madre del niño lo hizo callar.

En poco tiempo, Cook lo averiguaría. Efectivamente, se había roto su fuente antes de tiempo, y no existía ninguna sutura que pudiera revertirlo. En las siguientes 48 horas, daría a luz y su feto no sobreviviría.

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Anya Cook con su esposo Derick Cook en el Windmill Park de Coconut Creek, Florida. Cree que su raza influyó en la atención que recibió aquella noche, cuando llegó por primera vez a urgencias. Foto: Sydney Walsh/The Guardian

Cook sería enviada a casa, para que diera a luz por su cuenta. Dado que los médicos aún podían ver el latido del feto en el ultrasonido, no podía abortar, aunque sabían que 16 semanas era demasiado pronto para que sobreviviera. Y como Cook aún no se encontraba en una situación de riesgo vital, los doctores no podían intervenir para salvarla.

“Le dije: ‘Déjeme adivinar. ¿Es por el caso Roe vs Wade’?”, relata Cook en una entrevista telefónica.

El médico confirmó que era por eso.

Cook salió del hospital segura de su destino aquella misma noche. Después de buscar en internet información sobre la RPMP –ruptura prematura de membranas pretérmino–, estaba segura de que iba a morir: las complicaciones de la RPMP pueden incluir infecciones graves y hemorragias.

Cook sacó una cita en la peluquería la mañana siguiente para peinarse y estar lista para su ataúd. Derick y ella discutieron durante todo el trayecto. Él no podía creer que ella se estuviera rindiendo.

Cook dio a luz a su hija, a la que llamó Bunny, unas horas después, en el baño de la peluquería. En la pequeña habitación de olor esterilizado, se sentó en el inodoro con Derick entre sus piernas e intentó guiarlo, diciéndole que le quitara el cordón umbilical y la ayudara a expulsar la placenta, basándose en lo que había visto en la televisión.

Una de las clientas que estaba en la peluquería ese día era enfermera. Cuando vio a Cook, habló con urgencia: Cook tenía una hemorragia y tenía que ir al hospital, inmediatamente.

Cook recuerda que se sintió rechazada y cuestionada cuando llegó al hospital. “Los paramédicos les dijeron que me estaba desangrando”, cuenta Cook. Aun así, comenta que las enfermeras y los médicos le preguntaron varias veces si estaba bien antes de atenderla rápidamente.

Al final, para que la tomaran en serio, Cook dice que abrió sus piernas. “Literalmente, liberé mi cuerpo y mi sangre. Como una tubería que se rompe en la cocina, la sangre salía a borbotones”, explica Cook. “Dije, ¿ahora me creen?”.

Despertó al día siguiente, después de haber perdido casi la mitad de la sangre de su cuerpo. Los daños permanentes en los vasos sanguíneos que rodean su útero pueden dificultar aún más que vuelva a quedar embarazada.

Cuando le preguntamos si cree que la raza fue un factor en la atención que recibió, Cook responde que sí.

“Si yo fuera la esposa de Ron DeSantis, habría recibido ahí mismo la atención que necesitaba en ese mismo momento”, comentó, refiriéndose a la noche en que llegó por primera vez a Urgencias.

DeSantis recientemente promulgó en el estado la prohibición del aborto después de las seis semanas, lo que hará que sea aún más difícil para las personas obtener servicios de aborto en Florida en el futuro.

“¿(Esperaría) la esposa del gobernador que hubiera una cama disponible, o iría a casa a dar a luz cuando saben que su bebé no sobrevivirá? Oh, no. Eso no habría ocurrido. No lo pierdo de vista, nunca”, señala Cook.

Samantha Casiano

Respira hondo. Así es como Samantha Casiano, de 29 años, sobrellevó las 13 semanas que transcurrieron entre el momento en que se enteró de que su feto iba a nacer con medio cráneo y que no viviría mucho tiempo después de nacer; y el momento en que supo que, de todas formas, no podía abortar en Texas.

Tras recibir la noticia, se fue a casa y buscó en internet qué podía hacer. Había clínicas de aborto en Nuevo México y Colorado, no obstante, Casiano inmediatamente se sintió tonta por haberlo buscado. ¿De dónde iba a sacar el dinero para rentar un auto y manejar tres días fuera del estado para abortar? ¿Y quién iba a cuidar a sus cinco hijos mientras ella estaba fuera? Su sueldo apenas llegaba a mil 200 dólares por quincena.

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Samantha Casiano: ‘No dejaban de decirme que si se tratara de un bebé sano normal las cosas serían diferentes, pero el tuyo pasará’. Foto: Danielle Villasana/The Guardian

Asustada, borró su historial de búsquedas y eliminó de su mente la idea de escapar.

Casiano pasó las siguientes semanas sintiéndose como una prisionera atrapada en su propio cuerpo. Con las patadas y los dolores cada vez más fuertes que acompañaban a su embarazo, sintió que le recordaban que la vida que llevaba dentro crecía solo para morir. Observó, incómoda, mientras su esposo se convencía cada vez más de que su hija podría estar bien. Casiano conocía las cifras. Casi todos los bebés que padecen anencefalia mueren poco tiempo después de nacer.

A las 33 semanas, subió a la camioneta gris de su cuñado con su esposo, agarrándose el estómago mientras se dirigían por la carretera desde su caravana hasta el hospital. Había llegado el momento.

Los doctores habían insistido en que Casiano tenía que continuar con su embarazo como si el feto fuera a sobrevivir, ya que le diagnosticaron anencefalia a las 20 semanas. Pero ahora que estaba a punto de dar a luz, se dio cuenta de que la postura provida de los médicos solo duraría lo que durara su embarazo. Ellos no tenían ninguna intención de tratarla como a alguien cuyo bebé iba a vivir durante el parto.

El feto de Casiano estaba en presentación de nalgas –con los pies primero–, por lo que normalmente se ofrece a las mujeres la posibilidad de una cesárea, para evitar un parto más doloroso. Un parto de nalgas puede provocar que la cabeza del bebé quede atascada al salir, asfixia y que se agarrote la pelvis. A Casiano no le ofrecieron ningún monitor para ver el estado del feto durante el parto. “No dejaban de decirme que si se tratara de un bebé sano y normal las cosas serían distintas, pero el tuyo pasará”, comenta Casiano. “Me sentí como si me hubieran invitado a una fiesta de cumpleaños, a la que no va nadie y en la que no se dan regalos”.

Su hija, Halo, murió a las cuatro horas de nacer.

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Los recuerdos de Samantha Casiano están guardados en su casa para honrar la vida y la memoria de su quinta hija, Halo Hope Villasana. Foto: Danielle Villasana/The Guardian

Casiano pasó las dos noches siguientes durmiendo en la sala del hospital mientras se recuperaba, escuchando cómo los nuevos padres se unían a sus hijos. Cuando se fue, los médicos la enviaron fuera a pie por la puerta principal, en lugar de llevarla con cuidado en una silla de ruedas como lo hacen con las madres que salen del hospital con sus recién nacidos. “Me sentí muy degradada“, explica Casiano. “Es como si me hubieran obligado a llevar a mi bebé hasta el final, pero cuando llegó el momento, dijeron: ‘Está bien, acabemos con esto'”.

Casiano demandó al estado de Texas, junto con otras 14 demandantes, por negarle el acceso a servicios de aborto que podrían salvar su vida. Los abogados que la representan señalaron que a una demandante blanca que tenía el mismo diagnóstico que Casiano le indicaron que saliera del estado para recibir atención médica, pero que el trato que recibió Casiano fue muy diferente.

“Cuando ella preguntó cuáles eran sus opciones, su médico le respondió: ‘No tienes ninguna. Tienes que llevar este embarazo a término’. Ni siquiera le enseñaron el ultrasonido”, explica Molly Duane, abogada senior del Centro de Derechos Reproductivos.

“Puede haber muchas razones para ello. Sin embargo, estos temas de las leyes sobre el aborto y la discriminación y el racismo institucionalizado… se basan en experiencias reales de las personas”, señala.

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Samantha Casiano juega con su hija de dos años, Camila Villasana, cerca de su casa en Texas, donde vive con su pareja y sus hijos. Foto: Danielle Villasana/The Guardian

Los abogados también destacan la forma en que se ha señalado a Casiano en el caso.

Casiano no podía permitirse pagar el funeral de su hija, ni una lápida para su tumba, hasta que se hizo viral una página de GoFundMe que creó. Hace poco, el estado de Texas presentó una moción para que se desestimara el caso, vinculando la moción a la página GoFundMe de Casiano y acusándola de organizar una “gira mediática” de 50 mil dólares con su historia sobre el aborto.

No obstante, Casiano insiste en que seguirá denunciándolo.

“Lo hago porque es posible que otras mujeres no sean tan sociables como yo, o tan capaces como yo, de contar lo que han vivido y cómo se sienten”, comenta Casiano.

“Si viera a otra persona pasando por lo mismo que yo, me diría: ‘¿Cómo lo haces? Nadie debería tener que pasar por eso'”, señala.

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