Britney Spears: otra princesa del pop atrapada en una fantasía hecha por hombres
‘Para obtener poder y retenerlo, necesitas una reserva para comenzar’... (De derecha a izquierda) Britney Spears, Beyoncé y Rihanna. Compuesto: AP, Rex, Getty

La canción final de Hamilton de Lin Manuel Miranda, nos invita a ponderar la pregunta: “¿Quién vive, quién muere, quién cuenta tu historia?” Es un mensaje poderoso sobre el legado y la posesión, es tan relevante para cualquier figura pública moderna como para uno de los padres fundadores de Estados Unidos.

Pienso en esta letra cada vez que pienso en Britney Spears, quien volvió a encontrarse con su vida bajo el microscopio después del estreno del documental Framing Britney Spears. La historia que la película decidió contar está contextualizada por lo que ahora conocemos como la rampante misoginia de mediados a finales de la primera década de 2000; pinta un retrato empático sobre una mujer que antes no encontró mucha simpatía popular

La revalorización no vino de la nada. El año pasado, Britney apeló para terminar con la conservaduría, el arreglo legal que pone a su padre, Jamie Spears, en control de su vida personal y sus finanzas, que la ha gobernado por los últimos 13 años. Framing Britney Spears trata de explicar los eventos que llevaron a la institución de la conservaduría, con apoyo de material de archivo y las perspectivas de periodistas, abogados, la exasistente de Britney y el movimiento #FreeBritney, que agita y siembra teorías sobre su situación. 

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Notablemente falta la misma Britney. Al final, los directores revelan que no saben si las solicitudes para entrevista llegaron a ella. Su ausencia le da a la película una textura extraña, similar a la manera en que Amy o Whitney: Can I Be Me manejan a sus protagonistas difuntas, con retrospectiva. Framing Britney Spears está cerca de la narrativa establecida de plebeya a princesa que forma el marco de estas historias. Comienza con dificultades: Britney la niña pobre de Louisiana, Amy con su pasado de clase trabajadora en Londres, Whitney nacida “en el barrio” de Newark, Nueva Jersey. Cada una tenía dentro de ellas un talento y una pasión, un tipo de magia innegable. Y cuando esa magia la supo utilizar un representante o una disquera, un hombre que sabía usarla, transformó la vida de estas mujeres más allá de sus sueños más salvajes… hasta que volaron muy cerca del sol y murieron. Fin.

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‘Cada una tenía dentro de ellas un talento y una pasión, un tipo de magia innegable’… Amy Winehouse. Fotografía: Karen Robinson/The Observer

Las mujeres en la música y especialmente en el pop han luchado históricamente para controlar sus narrativas. Parte de la dificultad es que la perspectiva masculina penetra cada una de las partes del proceso creativo: escritura, producción, artistas y repertorio, estilismo, grabaciones, gestión, ventas. Es difícil encontrar a la mujer dentro de la distorsión masculina. 

Muy seguido, las artistas femeninas no llegan a afirmar su posición hasta que “pagan lo que deben”. Esto puede venir con el tiempo y con logros financieros consistentes, aunque vienen con sus precauciones. La mujer tiene que hacer el tipo correcto de música, salir con los hombres correctos, usar los atuendos correctos, y si un evento de fuerza mayor hace que cambien el curso, deben hacer los movimientos correctos para retener el favor del público así como la autoría de sus propias historias. 

No parece coincidencia que la retirada casi completa de Beyoncé de los medios fuera después del “incidente del elevador” de 2014. Después de que se filtró material de las cámaras de seguridad del hotel Standard después de la gala del Met que mostraba a Solange agrediendo y atacando físicamente a Jay-Z, supuestamente en defensa emocional de su hermana mayor, Beyoncé no ha dado una entrevista sustanciosa en casi seis años. Ella se refirió al incidente una vez, en una versión mezclada de Flawless. “Por supuesto cosas pasan cuando hay mil millones de dólares en el elevador”, ella exhorta sin embellecer. Nadie sabe qué pasó esa noche ni por qué, y Beyoncé se asegura de que nadie tendrá la libertad de preguntarle sobre eso. 

Cuando la vida te da un escándalo doméstico vergonzoso que minimiza la imagen proyectada de una pareja poderosa perfecta, haz Lemonade. El primer disco de Beyoncé después del elevador habla de infidelidad, sufrimiento generacional y la carga de la feminidad, de lo que se necesita para sanar un corazón, un matrimonio y reparar la unidad familiar. Se asume una autobiografía, especialmente después del estreno del álbum de Jay-Z 4:44 (un trabajo putativo en el que él admite su infidelidad) y la gira subsecuente de la pareja On the Run II Tour y el álbum conjunto Everything Is Love, que unió limpiamente y cerró sus narrativas en una nota unificada, más fuerte que nunca. Sería remiso disminuir la agencia de Beyoncé en todo lo que ha hecho desde 2014, pero no puedo dejar de pensar en qué historias habría contado si el incidente del elevador no hubiera pasado, o si al menos no hubiera llegado al ojo del público. 

A Rihanna también la lanzaron a una historia de elige-tu-propia-aventura con un solo camino para seguir después de que la noche del 8 de febrero de 2009 cambió el curso de su carrera. El día antes de que ella debiera cantar su éxito Disturbia en los Grammys, un ataque violento por parte de su entonces novio, el cantante Chris Brown, borró la imagen de chica buena que se volvió mala y la convirtió en una famosa sobreviviente de abuso doméstico. Si no era lo suficientemente doloroso que los tabloides no dejaran de hablar de los detalles de un evento personal traumático, los oficiales de la policía de Los Ángeles filtraron las imágenes de las heridas faciales de Rihanna

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Inmediatamente después, a Rihanna la aclamaron por su fuerza. Se sumergió en su trabajo y lanzó el álbum Rated R ocho meses después del ataque. En la canción Stupid Love, ella se reprende por intentar rescatar su relación con Brown. Sin embargo, en 2012 la pareja se reunió y la respuesta crítica a su álbum Unapologetic fue mucho menos generosa. La imagen de los medios de una Rihanna que se había roto y reconstruido, más fuerte e independiente de su relación con Chris Brown, se rompió con Nobody’s Business. La aparición de Brown fue una desviación completa del guión. Al reconciliarse con Brown, y al fracasar para entregar la conclusión satisfactoria a la narrativa que los medios tejieron, a Rihanna se le consideró el tipo “incorrecto” de víctima, que sanó en el modo “incorrecto”.

Seis años después de esa noche de febrero, Rihanna le dijo a Vanity Fair de su inquietud y que cómo el ataque la llenó de cargas que ella no quería. “Ni yo, ni cualquier víctima de abuso doméstico, nadie quiere ni siquiera recordarlo. Nadie quiere siquiera admitirlo. Así que hablar de eso y decirlo una vez, mucho menos 200 veces, es como… ¿me tienen que castigar por eso? No me siento bien con eso”. 

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Después está Taylor Swift, tan diestra para sus relaciones públicas como para escribir canciones. Desde el principio de su carrera cuando ella ponía mensajes secretos en sus notas y ponía sorpresas en sus videos, Swift ha hecho un arte de entretejer el texto, el subtexto y el subsubtexto en una saga continua con tramas A y B, devoluciones, spinoffs y secuelas que pueden parecer impenetrables para un fan casual. La verdad es la que ella dice que es. En el Universo Cinemático Taylor Swift, ella es guionista, productora, directora y protagonista

Swift es una anomalía entre estas otras superestrellas musicales. Su mito de origen es de riqueza a más riqueza. La historia de la niña precoz que creció en la granja de árboles de navidad de sus padres parece menos campirana cuando sabes que su padre es un corredor de bolsa que compró 3% de acciones en su primera disquera, Big Machine y contrató a un maestro de guitarra para trabajar con su hija en sesiones de tres horas dos veces a la semana. Pero una mujer privilegiada blanca y heterosecual también es susceptible a sufrir bajo el patriarcado. Swift ha lidiado con acosadores, abuso sexual y la frustración de tener el trabajo de su vida intercambiado entre hombres, con al menos uno que ella odia, en un trato que parece ser en parte buen negocio y otra parte una disputa personal mezquina. 

El conflicto de Swift con el ejecutivo musical Scooter Braun, quien en 2019 compró Big Machine (y con ésta los discos de Swift) por 300 millones de dólares, tiene raíces profundas. Braun maneja a Kanye West, quien interrumpió el discurso de aceptación de Swift en los premios VMA de MTV en 2009, lo que puso en marcha una narrativa que ella no ha podido controlar, y no por falta de intentarlo. Ella lamentó a West (en 2010 con Innocent), se hizo su amiga (le entregó el premio de MTV VMA Vanguard en la ceremonia de 2015), se enfureció (después de la canción de 2016 Famous en la que Kante alardea “yo hice famosa a esa perra”) y se retiró del ojo público por un año (después de que la esposa de West, Kim Kardashian-West, compartiera un video en el que parecía que Swift había dado su aprobación a la canción, años después, un fragmento más largo se filtró que parece contradecir esto). Frenar el antagonismo de una década de largo sin duda ha sido una mala distracción para Swift, incluso incitó a un cambio creativo. Ella emergió de su autoexilio en 2017 con Reputation, su disco más oscuro y explícitamente vengativo. 

Su privilegio inclina la balanza a su favor justo lo suficiente para que ella pueda explotar esa pequeña ventaja. Incluso ahora, mientras comienza a sacar las regrabaciones de su viejo material para devaluar las originales, ella adapta la narrativa a lo que más le conviene. La “versión de Taylor” de su éxito de 2008 Love Story presenta la canción no como una oda a los amores imposibles, sino como un testamento a sus fans leales. ¿Y qué puede ser más leal que reproducir la “versión de Taylor” en lugar de la vieja que ahora pertenece a Scooter?

Para obtener poder, y crucialmente, para retenerlo, necesitas una reserva de este para comenzar. Demasiadas mujeres jóvenes en el pop se ven forzadas a construir sus bases en arenas movedizas, lo que hace que sus carreras sean vulnerables y se tambaleen cuando la bola demoledora de los medios se mueva. 

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Lo que nos trae de regreso a Britney, quien verdaderamente vino de la nada para convertirse en un ícono. Superada por su propia celebridad, ella supuestamente se volvió “irreconocible”. Pero esta caracterización conveniente contradice lo que ella siempre nos ha mostrado, una chica sureña de pueblo pequeño con un talento inmedible no solo como bailarina o cantante, sino como una persona que puede conectar con otros. Perplejos con su ingenuidad, los medios la forzaron a una dicotomía virgen/zorra que presagió su caída de la gracia. 

Incluso hoy, cuando la autenticidad es la moneda de las redes sociales y todos estamos de alguna manera en el negocio de la curación de la imagen, la presentación desaliñada de Britney, incluso nos hace sospechar. Pero ella siempre ha sido Britney. Ella solo se arregla para trabajar. No usa ropa de diseñador para ir a Starbucks. Es más probable encontrarla con un carrito en Target que de compras en Rodeo Drive. Su maquillaje nunca es perfecto, se nota cuando tiene extensiones y rara vez se preocupa por usar un bra. Cualquiera que trate de extrapolar el estado mental de Britney con su apariencia no comprende su relación con su propia imagen. 

Después de una ola inicial de elogios para Framing Britney Spears, los críticos comenzaron a cuestionar el enfoque del documental en el movimiento #FreeBritney, un grupo que afirma que actúa por los mejores intereses de Britney pero simplemente son los últimos en proyectar su narrativa de la estrella. Solo Britney tiene el derecho de contar su propia historia, pero su situación legal hace que esto sea poco probable, al menos por ahora. Su petición de que su padre sea removido como conservador se cumplió a medias, un juez instruyó que otro partido maneje sus asuntos junto a Jamie Spears. 

Le tomó a Mariah Carey, otro ícono global con orígenes humildes, 30 años encontrar la voz para reclamar su historia en sus propias palabras, en su autobiografía del año pasado, The Meaning of Mariah Carey. Al hacerlo afirmó su humanidad y agencia, y lanzó una luz hacia las fuerzas que se aprovecharon al minimizarla. Puedes imaginar una autobiografía de Britney que haga algo parecido. Hasta que ella hable, su historia seguirá incompleta, enmarcada como un relato de moralidad histórica cuando ella es capaz en otro acto triunfal. La fantasía de la princesa del pop atrapada en una torre de marfil no tiene que ser una tragedia. 

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