¿Pescar menos y ganar más? Apuesta de comercializadoras con sentido social
Ilustración: Esteban Silva/Causa Natura

Los anaqueles de los supermercados no conocen de vedas ni temporadas de pesca. Sin importar la fecha, en las áreas de frescos y enlatados se apilan los productos de atún, sardina, tilapia, salmón, pulpo, camarón, bacalao, entre otras decenas de especies en diversas presentaciones. El problema generalizado, desde los pescadores hasta los consumidores, es tener certeza sobre el origen.

“No tengo ni idea de dónde es el pescado que manejan cadenas como Walmart o Costco”, comenta Román López, socio de la Cooperativa de Producción Pesquera California de San Ignacio, en Bahía Asunción.

Se trata de una comunidad localizada al norte de Baja California Sur. De las aguas del Pacífico obtienen blanco, langosta y jurel que venden a consumidores finales, así como a comercializadoras que se encargan de llevar el pescado a otros sitios. Pero una vez que realizan la venta, desconocen cuál es el recorrido y destino final de su producto. Un desconocimiento que también atraviesan miles de pescadores de pequeña escala en el país.

Uno de los principales desafíos es que en México la cadena de valor de un producto pesquero no se resume en ser pescado, procesado, comercializado y consumido. Entre el mar y el plato existen diversos intermediarios a los que no se les exige un registro de seguimiento (comúnmente conocido como trazabilidad), pero que acceden a mercados mejor posicionados que los encontrados por pescadores artesanales.

“Imagina cuántos pescadores mexicanos tienen ese potencial de productos saludables y no tienen cómo acomodarlos. O si llega su pescado a la cadena de valor el intermediario es el que se viene quedando con la ganancia”, explica López, quien tiene casi 30 años en la cooperativa y cuenta que no ha visto mejoras en las condiciones de venta. A esto se suma que existen comunidades pesqueras, como Bahía Asunción, en las que problemas como la sobrepesca han hecho que los trabajadores del mar opten por alternativas sostenibles en la captura y procesamiento, pero no siempre cuentan con un mercado dispuesto a pagar por ello. Las excepciones son pocas.

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Los pescadores en sitios como Bahía Asunción enfrentan el problema de la sobrepesca. Foto: Patricia Ramírez/ Causa Natura

El valor de lo sostenible

El blanco es el producto estrella de los pescadores de la Cooperativa California de San Ignacio. Es rico en fósforo y calcio,  su sabor puede ser comparado con el de la tilapia. En una temporada promedio la captura supera las 100 toneladas, lo que atrae comercializadoras que llegan en camionetas a la costa, donde el costo por kilo de pescado entero no supera los 30 pesos.

“Si tú vas al supermercado encuentras el precio por kilo de filete de tilapia por encima de los 100 pesos y la tilapia no compite en calidad con el pescado blanco (que captura la Cooperativa California de San Ignacio). En este caso, nosotros batallamos para vender un kilo de filete de pescado blanco en 100 pesos”, señala Román López.

Sin embargo, hace un año comenzaron a capacitarse con SmartFish, una organización de la sociedad civil que trabaja con pescadores y que, al enfrentar los retos de la sostenibilidad en los mercados, impulsó una empresa bajo el nombre legal de Healthy Fish, mejor conocida como Smartfish comercializadora.

“La propuesta que tiene tanto la asociación civil como nosotros (la comercializadora) es lograr que los pescadores ganen más, pescando menos, y así romper el ciclo de sobreexplotación y pobreza que hay en la pesca artesanal. Esa es la idea central”, explica Javier Van Cauwelaert, director ejecutivo de dicha comercializadora, sobre el objetivo de entrar al mercado con productos sostenibles.

Los pescadores de Bahía Asunción se han capacitado con SmartFish para que la captura se realice con línea, por lo que el producto se obtiene en tallas más grandes. Después lo desangran, procesan y congelan a temperaturas que garantizan que la carne se mantenga en condiciones favorables. Un proceso que puede ser un desafío de comercialización si no se tiene la capacitación adecuada.

“Como trabajamos en pesquerías de pequeña escala, uno de los grandes retos para las cooperativas es que tienen un producto muy perecedero. Entonces se ven obligados muchas veces a venderlo al precio que dictamine el primer comprador porque si no lo venden se echa a perder… Entonces, ¿qué buscamos desde la asociación civil? Lo primero es generar las capacidades para procesar y congelar el producto”, explica Cecilia Blasco, directora ejecutiva de SmartFish A.C.

Los lineamientos de calidad que maneja SmartFish no son establecidos por la asociación. De acuerdo con Blasco, siguen estándares de trazabilidad y calidad de productos que se basan en normas del Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica), la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), la Unión Europea, entre otros. Con excepción del desangrado del pescado que es un estándar de SmartFish.

Una vez que el producto de la cooperativa de California San Ignacio tiene su producto listo, la comercializadora SmartFish se hará responsable de introducirlo en el mercado a través de sus tiendas. Los principales compradores son consumidores finales, restaurantes y hoteles. En algunos casos también se exporta hacia Estados Unidos.

“La palomilla (grupo de jóvenes) ha estado aprendiendo y creando conciencia de que entre más cuidado tengas con el recurso, mayor protección y calidad hay… Se le da un trato que nosotros ni siquiera sabíamos que podía existir”, señala Román López como socio de la cooperativa.

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Las procesadoras que ofrecen el producto congelado garantizan una mejor trazabilidad y en consecuencia un mejor pago para el pescador artesanal. Foto. Patricia Ramírez.

Sin embargo, esto no ocurre con todo el producto o las especies. La cooperativa también trabaja con otras comercializadoras que no manejan estándares de calidad. En muchas ocasiones no hay diferencia entre si el producto es obtenido de manera ilegal o tuvo un procesamiento sustentable, los intermediarios sólo quieren el pescado listo para ser vendido. En México hay pocas excepciones donde se agregue valor al producto sostenible como lo hacen las comercializadores de SmartFish o Marativa.

“El mercado tiene muchas facetas distintas. Nosotros como comercializadora nos definimos como un intermediario social con el propósito de lograr un impacto ambiental y social. La mayoría de los intermediarios no tienen esa vocación y esa búsqueda de impacto, sólo quieren tener un precio bajo. Entonces adquieren con formas de compra muy malas para el medio ambiente y para las cooperativas pesqueras”, agrega Van Cauwelaert.

Además, la cadena de intermediarios en México puede llegar a tener hasta 12 actores que separan a las cooperativas de los compradores finales, apunta Javier Van Cauwelaert, lo que encarece el producto.

Para él la solución es “romper la cadena de valor” de tal manera que no haya tantos intermediarios entre el pescador y la clientela final. De esta forma se le podría pagar entre un 40% y 400% más a los pescadores y tener un precio competitivo.

“Si las cooperativas tienen su planta de procesamiento y les compras el producto procesado o congelado, les vas a pagar por esos pasos. Llevas más pasos de esa cadena de valor al origen. Entonces las mismas cooperativas reciben más ingresos porque no solamente les pagas por un pescado entero, les pagas por un procesamiento, congelamiento y trazabilidad. Ahí se acortó mucho la cadena de valor de una forma positiva para las cooperativas”, explica Van Cauwelaert.

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