Pensar solo en tiempos de crisis
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Pensar solo en tiempos de crisis

Las crisis se han convertido para muchos gobiernos en una suerte de plataforma para el cambio. El canónico guión de estas situaciones comienza con un evento que altera severamente la rutina cotidiana y provoca enorme incomodidad. La gente demanda alivio. Los políticos responden señalando culpables, se lanzan con prisa en busca de soluciones, o bien, esperan a que la presión amaine. Si la presión se desinfla, todo sigue igual. Si se sostiene o la crisis se agrava, la resistencia al cambio disminuye y se abre la oportunidad para dar golpes de timón, introducir nuevos proyectos de ley, virar el rumbo. Mostrar, al fin, que se “está haciendo algo” para resolver las cosas, aun si ese algo no funciona.

La historia de las políticas energéticas en el mundo está plagada de ejemplos con este guión. Dos de los más notables son las famosas crisis energéticas estadounidenses que siguieron a los shocks petroleros de 1973 y 1979. Entonces tres presidentes, Nixon, Ford y Carter, se vieron obligados a demostrar que “hacían algo” para moderar la escalada de precios de combustibles y detener la creciente dependencia de importaciones de petróleo de Medio Oriente. De la mano del Congreso extendieron el control de precios de la gasolina y el gas natural (una mala política que Nixon introdujo todavía antes del shock con fines electorales), ampliaron el racionamiento de combustibles, elevaron aranceles a la importación, diseñaron nuevos subsidios, crearon nuevas burocracias y empresas públicas.

Ninguna de estas políticas resolvió unas crisis que para principios de la década siguiente parecían más aparentes que reales. El precio del crudo iba a la baja de la mano con la recesión económica y el aumento en la producción internacional de crudo. Las crisis revelaron insuficiencias que debían atenderse, pero los diagnósticos y las acciones adoptadas con urgencia generaron más problemas de los que pretendían resolver. Al control de precios se le atribuyen la escasez que provocó largas filas en las gasolineras y el bajo ritmo de inversión en proyectos energéticos durante esa década.

En México, la tradición de aprovechar crisis para mudar de política económica está muy arraigada, quizá porque han sido prácticamente cotidianas. La crisis económica de 1982 provocó cambios drásticos en la estrategia de desarrollo. La crisis de 1994 derivó en una nueva estructura del mercado financiero y un nuevo enfoque de política cambiaría. El peligro de crisis similares en 1985, 1987, 1998 obligó a las autoridades a ajustar diversas variables macroeconómicas para evitar un descalabro mayor.

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En la política energética este tipo de giros ha sido menos común. Por un lado, el marco constitucional impidió por más de siete décadas ajustar el modelo que colocó al estado como único suministrador de energía. Por el otro, el hallazgo de Cantarell, el yacimiento súper gigante de petróleo ubicado en las costas de Campeche, que ocurrió poco después del primer shock petrolero, confirmó que la riqueza petrolera del país daba para garantizar el suministro nacional y además exportar. En contraste con Estados Unidos, los shocks petroleros fueron una bonanza para México, no una crisis. La urgencia de cambiar de estrategia no estaba ahí.

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En el imaginario mexicano moderno la idea de una crisis energética ingresó primero por la vía del desplome en los precios del petróleo, como en 1981, 1985 y 1998, y después debido a la caída sostenida en la producción de petróleo y gas desde 2004, a raíz del declive de Cantarell. En los primeros tres casos el tema central no fue la estabilidad de suministro de combustibles -el país era autosuficiente en petróleo, gas y gasolinas- sino la drástica caída en los ingresos del Estado. En el caso más reciente, por primera vez en cuatro décadas el país empezó a preguntarse si tendría suficiente producción interna para satisfacer sus necesidades.

La creciente importación de gas natural y combustibles de Texas suscitada por el declive de Cantarell apunta hacia el potencial surgimiento de una nueva narrativa de crisis que merece una evaluación pausada antes de que resulte en una estrategia desafortunada. Se dice que la soberanía está en juego y se sugieren acciones para lograr una independencia energética inalcanzable. Los apagones y la suspensión de actividades en algunas fábricas son botones de muestra a favor de esta perspectiva. El riesgo es que el gobierno tome decisiones erróneas ante la urgencia de demostrar que “hace algo” para reducir la dependencia energética.

La reciente y temporal disminución en el suministro de gas texano no implica que Texas sea un socio energético de cuidado. A Texas le faltó también suministro de gas de Texas. Un acto de la naturaleza, no un acontecimiento político, por breve que haya sido la instrucción del gobernador Abbott de priorizar el suministro de gas tejano para Texas, provocó una crisis de corta duración. Si Texas hubiera contado con suministro de otras regiones, quizá podría haber compensado más pronto por la interrupción de su propia producción – bajo el supuesto de que su infraestructura hubiera soportado el intenso frío que bajó desde el Ártico.

Es preciso pensar más allá de las crisis. Tanto a Texas como a México les vendría bien traer gas y electricidad de más lugares y almacenar más de ambas fuentes si este tipo de inviernos se hacen más frecuentes. El problema no es la interdependencia de Texas y México. El desafío es construir un sistema energético con respaldos en ambos lados de la frontera, mutuamente solidario en escenarios de suministro críticos.

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