Las jacarandas que nos hacen ciudad

A Bárbara Anderson por ser un bosque andante

Advertencia: en este texto hablaremos de jacarandas.

Comencemos haciendo un ejercicio de reflexión muy sencillo: ¿tienes un árbol en la vida con el que hayas establecido una relación cercana? Sigamos ahora con una confesión: cuando era niño mi árbol favorito fue cortado de un día para otro por una vecina que no entendía de razones. Una vecina que luego se fue a vivir a otro lado pero que fue responsable de acabar con un árbol que al momento de ser cortado debió tener unos 40 años.

Una jacaranda mimosifolia, esa justo que tanto enamora a poetas de ocasión y que es la estrella arborífera de Instagram en tiempos como estos. Una de esas fue la que me hizo entender que uno puede querer mucho a un árbol.

Pienso en la CDMX y en como cada marzo hay un frenesí color lila por las flores que a veces son techo y a veces alfombra -por cierto: vaya imagen de las jacarandas haciendo marea en el Monumento a la Revolución justo el día de la marcha del #8M- pero siempre un pretexto para pensarnos como comunidad: las jacarandas no son de aquí, son originarias de Brasil- y sin embargo, aprendimos a quererlas con todo y lo que su introducción implicó en cuestiones ambientales a otras especies. Pero eso somos como ciudad: una entidad multi especie y multi generación que no entiende de determinismos fatuos: sigue siendo en sí un problema y un camino.

Me atrevo a pensar que en muchas maneras las jacarandas nos hacen ciudad: porque desde su otredad hoy ya son nuestras. Aprendimos a quererlas y en la adaptación nos convertimos junto a ellas en una estampa que se pinta de un color que hoy además nos representa posibilidad: vaya de nuevo la coincidencia de pensar en primavera, en color morado y ciudad al mismo tiempo, todo gracias a un árbol. Vaya la necesidad de pensarnos como eso: como una comunidad que se adapta y cuyos trazos incontrolables del todo son rama y raíz y por ende vida. Vaya pertinencia de pensarlo en tiempos en los que la polarización es una constante que no ha entendido de pandemias. La polarización es ante todo una poda absurda y dañina, si nos imaginamos como árboles de un bosque llamado México.

Pienso en esos árboles y cómo es que los cuidados que se les han brindado les permitieron sobrevivir en un entorno que no era el suyo. En la adaptabilidad del espacio. En el saldo negativo que tuvo pero el equilibrio alcanzado al final. Pienso en cómo todo ello es colaboración humana – animal – vegetal en un contexto de holobioma (hola, Donna Haraway, aquí otra vez yo) y pienso en que a partir de ello podríamos acercarnos más al espacio que nos conviene crear para vivir.

Cuando pensamos únicamente desde los individual nos acercamos indudablemente a un terreno cada vez más árido y que nos lleva a ningún lado. Aislamiento estricto auto impuesto. Un solo árbol no hace bosque pero todo bosque cabe en apenas un árbol. En tiempos de polarización tan extrema como ésta bien vendría pensar cuánto de ello podemos contrarrestar con apenas un cambio de perspectiva. Con el mero ejercicio simbólico de adoptar un árbol y procurarlo y con ello ejercitar nuestro vínculo de pertenencia y co-responsabilidad. Que ello nos lleve al ejercicio de adoptar el disenso en paz como una constante que nos permita ser jacarandas o abrazar jacarandas en un bosque llamado discusión. De eso va diseñar un tiempo mejor.

Y a todo esto: ¿cómo está tu árbol?

Miguel Ángel Ángeles es escritor, periodista, locutor y productor en Aire Libre 105.3 FM y gestor cultural. Ha escrito para medios como Vogue, RollingStone, Esquire, Código,  El Universal entre otros, y colaborado en Imagen Radio, Ibero 909, Reactor y Bullterrier FM. Abraza árboles cuando puede.

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