¿La guerra interminable?
Sin arancel

Académico de la Universidad Panamericana, experto en comercio exterior y relaciones internacionales, con énfasis en la relación México–Estados Unidos. Ocupó cargos en el gobierno como director general para América del Norte, jefe Negociador Adjunto para el Tratado de Asociación Transpacífico y subsecretario de Comercio Exterior. Twitter @JCBakerMX

¿La guerra interminable?
Foto: Pixabay

El término ‘guerra comercial’ ha entrado al léxico general de las conversaciones. No existe una definición única sobre qué es una ‘guerra comercial’, pero se entiende como un incremento arbitrario en los aranceles que un país cobra a otro y que recibe como respuesta un aumento de aranceles comparable, u otras medidas comerciales, con el fin de ejercer presión económica y/o política. 

A lo largo de la historia del comercio internacional hemos experimentado diversos periodos de comercio libre y de proteccionismo que, finalmente, desembocan en guerras comerciales. Tampoco ha sido raro que las guerras comerciales provoquen guerras militares: una de las razones por las cuales Japón atacó Pearl Harbor, durante la 2ª Guerra Mundial, fue por la negativa de Estados Unidos a vender a Japón petróleo y otros insumos clave. Por ello, en el diseño de la arquitectura posterior a la 2ª Guerra Mundial, los países vencedores crearon un pilar –el GATT– responsable de fomentar el comercio internacional y otro para impulsar el desarrollo económico –el Banco Mundial–, para que ninguna nación tuviera que recurrir a las armas para participar en el comercio internacional y procurar el crecimiento de su economía. 

Pero las guerras comerciales revivieron, y se siguen peleando con un gran ímpetu. Aunque contemporáneamente el término se relaciona con Donald Trump, por unas lamentables declaraciones sobre el tema, la verdad es que el discurso y acciones del expresidente estadounidense solamente evidenciaron una discusión que los académicos han tenido por casi dos décadas: el deterioro del sistema comercial internacional, la lentitud de sus procesos de negociación y las dificultades que entraña su modernización son un campo fértil para las guerras comerciales. 

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En 2001, la Organización Mundial del Comercio (OMC) anunció el inicio de una nueva ronda global de eliminación de aranceles; 15 años después, en 2015, la ronda fue declarada oficialmente muerta. La falta de eliminación de aranceles, sobre todo en el sector agrícola, causó un profundo malestar en los países en vías de desarrollo y en los países menos adelantados, quienes habían previamente aceptado abrir sus mercados al comercio de servicios y a implementar profundas reformas a sus sistemas de protección de propiedad intelectual. 

Aunque el fracaso de la Ronda de Doha fue un duro golpe al sistema, no fue el más grave. A medida que algunas naciones se volvían importantes jugadores en el comercio internacional, y a medida que el comercio mismo se hizo más complejo, fue cada vez más evidente que hacían falta nuevas reglas, más modernas, ágiles y transparentes. 

El sistema comercial multilateral enfrentó amenazas por todos lados: los países desarrollados demandando nuevas reglas, los países en vías de desarrollo requiriendo mayor apertura comercial, y en medio de todo eso, la crisis financiera de 2008, y sus posteriores efectos económicos y políticos, acentuaron el descontento de algunos contra la globalización y de otros contra un sistema comercial al que veían cada vez más inadecuado. Dado ese contexto, no debe sorprendernos que los aranceles se convirtieran en una “arma” entre los países. 

Tal vez lo que sí es sorprendente es que la primera salva viniera de Estados Unidos. El incremento de aranceles al acero, aluminio, paneles solares y otros productos –implementados al inicio de la administración– fue la antesala para el alza generalizada de tarifas en prácticamente, todo el comercio entre Estados Unidos y China, la gran mayoría de los cuales sigue allí. 

Las guerras comerciales no son, en sí mismo, el tema a resolver; lo es la debilidad de las reglas con las que contamos a nivel multilateral para evitar que las nuevas realidades del comercio se traduzcan en tensiones comerciales y de otro tipo. Por eso, entre Estados Unidos y China, poco importa que se haya ido Trump y llegara Biden: para ambos países, los agravios (reales o percibidos) siguen allí. 

México ha sido un ganador inesperado de las guerras comerciales, gracias al T-MEC, a nuestra ubicación geográfica y a las características de nuestra base manufacturera. Pero no debemos cometer el error de pensar que esos beneficios serán de larga duración, ya que en caso de no resolverse, las guerras comerciales acabarán generado una incertidumbre permanente. 

México debe apoyar la actualización de las reglas comerciales en la próxima Reunión Ministerial de la OMC, además de evitar tomar acciones proteccionistas hacia el interior de nuestro país y promover una política industrial que garantice que aquellas inversiones que llegaron a México, escapando de la guerra de Estados Unidos con China, se queden definitivamente en nuestro país. 

El autor es socio fundador de Consultores Internacionales Ansley –despacho especializado en asesorar a empresas y gobiernos en temas comerciales y económicos–, y académico de la Universidad Panamericana. Durante veinte años, trabajó en el gobierno federal, en diferentes encargos al frente de la agenda de negociaciones comerciales internacionales de México. 

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