Vivir con una preadolescente y la etapa del ‘ash’
Lazos

Periodista egresada de la FES Acatlán, UNAM. Siempre aprendiz. Reportera, mamá de Natalia y columnista de Lazos, una publicación semanal que aborda temas sobre liderazgo femenino, maternidad feminista y crianza responsable. Twitter: @betty_corree

Vivir con una preadolescente y la etapa del ‘ash’
Foto: Karolina Grabowska/ Pexels

Las hijas e hijos cambian todo el tiempo. Su primer año de vida es en el que muestran mayores cambios, pasan de solo dormir a querer caminar, balbucear y comer más que leche. 

Conforme van creciendo llegan las siguientes etapas: la de caminar y no querer que les carguen; la de tirar las cosas solo porque sí; los terribles dos; empezar a hablar; dejar el pañal y amanecer empapados; la etapa del ‘¿por qué?’; las manualidades y aprender a leer y a escribir; el momento escolar con las tareas, las exposiciones, las lecturas, las maquetas… 

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Hasta desembocar en una de las etapas que a mí, como madre, más me aterra: la preadolescencia, ese periodo en el que ni son niños pero tampoco adolescentes completos, algunos lo comprenden entre los nueve y 12 años, algo que es variable según cada individuo. 

Tengo una hija de casi 11 años y a este momento de nuestras vidas lo he llamado: la etapa del ‘ash’, porque a cada cosa que digo, en ella se activa una respuesta automática: ash. Ahora vivimos en un torbellino. Ella cambia todo el tiempo y muchas veces no sabe ni quién es, ni qué quiere y mucho menos cómo se siente.

Ha dejado de jugar con sus juguetes, pero se niega a deshacerse de ellos. Tampoco quiere ver caricaturas, ahora se mueve entre los programas policiacos y las películas de princesas. Su talla de ropa ya no entra en la sección infantil, pero tampoco le va bien la de juniors, comprar ropa ha sido tema de peleas y de discusiones: ella se enoja de que no le quedan las prendas y no le gustan los diseños, pero necesita ropa porque la que tiene ya no le queda. 

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He descubierto en esta etapa una serie de características, como ser diariamente un disco rayado: báñate, lávate los dientes, siéntate bien, cómete todo, termina la tarea, haz tu cama, cepíllate el cabello y un largo etcétera. A lo que ella solo responde: ‘ash’.

Otra característica es que esta etapa es una mezcla de las otras: hay preguntas, pero ahora son un poco incómodas, hay rabietas como en los terribles dos, sus contestaciones a veces suben de tono, llora por todo, tira las cosas, solo que ahora no las recoge.

Mi creatividad de madre está siendo puesta a prueba. A veces solo quiero ya no decirle nada, otra veces ideo planes de negociación, otras más doy órdenes directas innegociables, en otras ocasiones castigo y tengo mano dura, y otras tantas me rindo. 

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Es ahora cuando más siento empatía con mi madre, ¿habré sido así (o peor) con ella? ¿nunca me di cuenta lo que estaba haciendo? ¿tampoco me fijé si ella sentía miedo, enojo o se sentía abrumada?

Tengo miedo de dañar la relación, pero también quiero que sepa que este solo es un momento que pasamos juntas de la mano, en el que aprenderemos y saldremos siendo distintas. Pero, ¿cómo llegaremos a LA etapa de la adolescencia? Aún no lo sé. ¿Esta será la etapa más complicada? Lo dudo.

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